Yo fui guía en el Infierno de Gerard Miquel (Alaquàs, 1968) es una adaptación de la novela homónima de Fernando Arias (Valencia, 1947). Cuenta las peripecias del botánico Cavanilles, figura de la Ilustración en España, que siguiendo el encargo de Carlos IV para realizar un catálogo de plantas de la península llegó a explorar la Hoya de Castalla, en Alicante. Allí se hizo con los servicios del quinceañero Ángel, que le serviría de guía por los pueblos de los alrededores y las sendas de ese valle. Lo que iba a ser otra exploración plácida en busca de plantas poco a poco se va llenando de misterio, con extraños sucesos por las zonas habitadas que van cruzando, hasta convertirse en el infierno que anuncia el título.
Tras leer el libro de Fernando Arias, Gerard Miquel no pudo quitarse de la cabeza la idea de adaptar esta historia de enfrentamiento entre las luces del conocimiento de la Ilustración de 1792 y el oscurantismo soterrado en gran parte de la sociedad del momento. Con una raíz que va más allá de las supersticiones del pueblo, para llegar a convertirse en una amenaza más que real.
Estamos ante una conseguida mezcla de hechos históricos, tradición picaresca y fantasía oscura. Hace unos años encontrar este tipo de fantasias con toques históricos y sobretodo en escenarios locales era bastante extraño, pero las cosas han cambiado; la fantasía se ha convertido en un género de masas, y ya no es extraño encontrar ejemplos de fantasía con retazos folclóricos: desde hitos televisivos como El Ministerio del tiempo hasta la recuperación de subgéneros que reivindican ese localismo de Cachava y boina. La mezcla de España profunda con ingredientes de género fantástico tira bastante.
Yo fui guía en el infierno se añade a este género de fantasía con raíces propias que ha encontrado interés en un público desacomplejado. Gerard Miquel entra en este juego con un dibujo de línea clara, que recuerda el dibujo de Fermín Solís, y que al igual que con este último, remite directamente a Dupuy y Berberian, que influyeron a toda una generación de autores en los 90 del siglo pasado, cuando Miquel ya publicaba en revistas como Kovalski Fly, compartiendo páginas con autores como Ladislao Kubala o Tamayo. Miquel combina la línea clara con algún toque caricaturesco con el uso del bitono de colores ocres que oscurece el ambiente acorde con la historia.
Este relato demuestra de que se puede hacer género fantástico en entornos comunes, sin necesidad de buscar escenarios lejanos, lo exótico puede estar al lado de casa cumpliendo un doble objetivo: entretener a la par que se recuperan algunos episodios nacionales poco conocidos.