Tercer tomo de la obra más ambiciosa de Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), tras dos años desde la publicación del tomo anterior – sin contar la publicación el año pasado de Los puentes de Moscú (Astiberri, 2018)-.
Zapico continúa con la crónica de la fallida revolución de 1934 en la cuenca minera, y si en el tomo anterior vimos cómo de duras fueron las luchas entre los obreros y el ejército nacional, en este tomo los hechos se sitúan en las razones que provocaron el fracaso de la revolución. El joven Tristán, hijo del cacique, va en busca de su amada  que ha estado luchando junto los revolucionarios, siendo hija de uno de sus líderes. En la huída se ven separados, ella acaba en una de las prisiones para las rebeldes, como algunos de los compañeros de su padre, donde sufrirán duras torturas y abusos de todo tipo. Mientras Tristán y su padre intentarán huir montaña arriba sin tener muy claro cuál será su destino.

Un tomo en el que se trata la derrota, centrado en el punto de vista de Tristán, un personaje que le permite a Zapico una mirada más equidistante al conflicto. Un joven rico que no participó directamente en la rebelión, y que tampoco se ve a si mismo como parte de las causas de la misma o de su represión. El autor mantiene el tono necesario para presentar los hechos de la forma más objetiva posible -en cuanto a los actores políticos- pero sin dejar de poner el peso en las víctimas; que fundamentalmente fue la clase trabajadora.

Ese peso se nota el planteamiento de las escenas, mucho más largas y a veces sin mucho texto, lo cual le permite transmitir las sensaciones de los personajes. Para dar contexto histórico utiliza otros recursos como las primeras planas de prensa. Aunque se centra en los personajes, y para ello utiliza un dibujo más suelto, como el que ya había ensayado en Los puentes de Moscú, no deja de deleitarnos con su trazo de edificios y entornos: El paisaje es aquí un personaje más.

Un colosal trabajo de memoria histórica, que se está convirtiendo en la obra más larga y ambiciosa de un Zapico que certifica su condición de Premio Nacional del Cómic, con una obra que no deja de crecer y experimentar con nuevos recursos. En este tercer tomo de la Balada del Norte podemos identificar el tono y estilo narrativo de la primera entrega pero también se percibe una evolución de los recursos gráficos. Zapico rememora unos hechos del pasado que no deberían caer en el olvido, y de los que bien podríamos tomar nota en nuestro presente, que nos resulta tan diferente en algunos aspectos pero al mismo tiempo con tantas similitudes con el pasado.