Cuando los nazis ocuparon París, el movimiento de la resistencia lo primero que intentó fue mantener la llama inspirando a los franceses a no rendirse, haciendo saber que la lucha seguía desde la clandestinidad. Mantener los ánimos tras haber recibido una dura derrota, quizás definitiva, en un contexto de censura bajo pena de muerte. Este es el contexto que permite entender muy bien la forma en la que se cuenta la historia de los fundadores de dicho movimiento en esta novela gráfica.

Los vivos empieza con un tono taciturno, contando los días anteriores a la ocupación y a partir de ahí prosigue hasta desarrollar (uno podría decir “escamotear”) toda la historia del movimiento. Estamos ante una obra que, contando sucesos históricos, es eminentemente costumbrista en la exposición de escenarios en los que se definen las vidas del grupo. Los autores no se prodigan en los diálogos entre personajes; apenas hay conflictos entre ellos. Porque la historia de uno es la de todos, en el fondo. 

Si que se prodigan, sin embargo, en la cita solemne (referenciadas meticulosamente en los anexos del libro) que parece dirigida al lector, en ocasiones de forma bastante obvia. Hay aquí una búsqueda de la verbalizacion del espíritu, de mostrar la gasolina que alimentaba al grupo. Pero también de la construcción de un puente que comunica al lector con el momento histórico y sus protagonistas, evitando la lectura a distancia de los hechos. Se busca la complicidad tanto como la comprensión.

El estilo de línea clara sobria enlaza con su tono y la premisa de la acción muy bien reforzada por la curiosa paleta de colores. Destaca también la forma en que se decide poner a los nazis en segundo plano (apenas un rastro sutil de una esvastica en la portada). No tienen apenas protagonismo visual a pesar de ser el origen de todo. En ingeniosa ironía, los autores les roban la presencia para dársela a quienes tuvieron que esconderse para mantener vivo (en más de un sentido) al pueblo francés. Justicia poética.

 

BD : «Des vivants», aplats de Résistance – Libération