El sello de Timothé Le Boucher (Francia, 1988) es inconfundible. Con su dibujo sencillo —casi parco en detalles— pero extremadamente expresivo, Esos días que desaparecen atrapa con una historia llena de intriga y capas y capas de sentimiento y reflexión.
Esos días que desaparecen nos cuenta la historia de Lubin, un joven aspirante a acróbata que un buen día se da cuenta de que no está solo en su cuerpo. Solo está viviendo un día de cada dos y, cuando le toca a él, no recuerda nada de lo que ha pasado ni de lo que ha hecho «el otro». Ambos tienen personalidades y aspiraciones completamente diferentes, y buscan llevar vidas que no tienen nada que ver con la del otro. Cuando aceptan que no les queda más remedio que aceptarse y organizar esa convivencia forzada suya, empiezan a comunicarse a través de vídeos. Sin embargo, el alter ego empieza a apoderarse del cuerpo de Lubin durante períodos de tiempo cada vez más largos… hasta el punto de que el joven ya no sabe cuántos días de vida le quedan antes de que «el otro» lo consuma por completo.
La de Lubin es una historia con la que todos podemos empatizar de una forma u otra. Es, en esencia, una historia sobre cómo afrontamos la vida: ¿hasta qué punto somos el origen de nuestro propio mal?, ¿durante cuánto tiempo podemos hacer oídos sordos? Dentro de él hay dos polos opuestos que representan el anhelo por cumplir tus sueños y el pragmatismo más cruel. Por el camino, mientras estas fuerzas luchan entre sí, no queda otra que aprender, avanzar y aferrarte a aquellos que se quedan contigo a pesar de todo.