Basada en una historia real, ¡Salud! cuenta el ascenso y caída de Antoine Deregnaucourt, un parisino al uso a quien el amor y las ansias de éxito llevaron a La Coruña de 1975.
La historia comienza cuando Antoine Deregnaucourt, que trabaja en una cava de vinos, en París, se despide de allí para marcharse con Iria, su esposa, una mujer algunos años mayor que él y natural de esta ciudad gallega, para comenzar una nueva vida.
Una vez instalados en La Coruña, ambos inauguran O Bistro, un restaurante con “toque francés” con el que triunfarán gracias a una selecta clientela y a las ayudas de la omnipresente familia de Iria, que cuenta con bastantes contactos y “enchufes” en las instituciones locales. El exotismo de Antoine será su mejor baza y su charme la llave con la que seducir a los parroquianos. Pero todo lugar en la cumbre tiene un precio a pagar y, una vez que el éxito y el dinero soñado entran por la puerta, las cosas empiezan a torcerse debido a las contradicciones personales de Antoine, encerrado en un mundo que no es el suyo y al que detesta profundamente.
La tragedia en la que Antoine va hundiéndose poco a poco hace aflorar en él la arrogancia, el alcoholismo y la violencia, con los que va destruyendo su entorno y autodestruyéndose, también, a sí mismo. Razones no le faltan: la claustrofobia existencial en la que le obliga a vivir la familia de su esposa, a quien debe todo, y la asfixiante situación política española —ni de política puede hablar en su propio bar; él, que se declara anarquista—.

El guión, que como hemos dicho se inspira en una historia real — Philippe Thirault (París , Francia, 1976) coincidió en un bar con un hombre de 71 años que le explicó esta historia— ha sido creado a partir de un flash back que estructura la mayor parte de la historia y que, a su vez, cuenta otras historias: la de su personaje, Antoine, y la de una ciudad que es un país y que también es un momento histórico. El guión, bien tejido, ha sido armado por su autor sobre unos diálogos ágiles y frescos. Y se agradece esa documentación que, sin duda, Philippe Thirault ha debido consultar para dotar de verosimilitud el texto. De otra manera, no hubiera podido haber creado un contexto histórico tan bien nutrido de referentes colectivos: las bombas de ETA, los problemas con la policía político-social, la (auto)censura política, los enchufes en las instituciones franquistas que podían dártelo todo pero también quitártelo todo, las conversaciones típicas de bar, los personajes que suelen pulular por las barras de esos mismos bares, etcétera.
 
Por su parte, el dibujo de Nadar (Pep Domingo) ( Castelló de la Plana, España, 1985 ) apuesta por la estética retro que recupera la década de los 70, con estridentes azules y rojos, sobre todo, que crean una luminosidad visual que no se corresponde en nada con la oscura historia del personaje ni de los hechos históricos en los que se desarrolla la historia. Y es que, en una entrevista reciente, Nadar contaba que había elegido los colores para crear un contraste con el tema de la historia, y porque le encanta esa paleta de cromática, trabajada digitalmente.
Para terminar, habría que añadir que la recreación de las calles, los coches, la ropa, etcétera, es impecable. Y todo esto, apoyado en un guión realista y dinámico, consigue traernos de vuelta un tiempo y una época no tan lejanos desde una de las perspectivas sobre nuestra propia historia más difíciles de abordar, como es la de una mirada extranjera, y que, sin embargo, consigue hacerla igual de nuestra.