Si quisiéramos encontrar en un único artista el big bang de la música popular del siglo XX y XXI, un candidato posible -y plausible- sería Robert Johnson (Misisipi, 1911-1938). Apenas fotografiado en un puñado de ocasiones, envuelta su vida en la niebla de la leyenda y con numerosas lagunas biográficas (el propio Martin Scorsese, gran amante del género y productor de la serie documental El Blues en 2003, lo dijo: “la historia con Robert Johnson es que sólo existió en sus discos, era pura leyenda”), la figura de quien sentó las bases del blues moderno y de todo lo que le seguiría es carne de biografía y leyenda. Por lo obvio, pues su música cimenta el blues, el rock, el pop, incluso si me apuran el negocio de la música grabada y prensada -publicó 29 temas, registrados en 42 grabaciones-. Pero también por la mítica que ha construido su vida de loser: autodestructiva, con fallecimiento temprano que inaugura el “club de los 27” y con leyenda incorporada, aquello del encuentro con el diablo en un cruce de camino y cómo este le enseñó a ser un maestro con la guitarra. Pacto fáustico que asoció desde edades tempranas a la música popular con lo maligno, lo canalla.

Frantz Duchazeau (Angoulême, Francia, 1971) es un autor de cómics apasionado por el blues, al que ya dedicó sus esfuerzos como autor en El sueño de Meteor Slim (Ponent Mòn, 2009). Por eso se antoja natural, orgánico, su interés por llevar a cabo ahora una recreación de los últimos días de Robert Johnson, que ha recreado en un ejercicio ligeramente bipolar. Por un lado se busca la verosimilitud, se olvida de leyendas para buscar explicaciones plausibles a una vida escasísimamente documentada, y retrata el talento hipnótico de de un músico que hipnotizaba cada vez que se sienta a interpretar blues en cualquier ocasión que se le presentara. Pero a la vez Los últimos días de Robert Johnson abunda también en clichés, demasiado subrayados además por unos diálogos casi declamatorios, ansiosos de guardar y expresar un mensaje en cada frase: la vida del bluesman como vida del perdedor, el racismo en la sociedad estadounidense de los años treinta, la mala vida del artista maldito… verdades que pueden reflejarse con miradas más sutiles, menos enfáticas.

Esta circunstancia pesa en la valoración total de la obra pero sin ensombrecer sus logros, reivindicables: Duchazeau destaca en lo gráfico, con una puesta de página funcional y elegante y sobre todo con una recreación atmosférica, impresionista y retiniana de un mundo muy concreto, el delta del río Misisipi en unos años que evocan una Norteamérica aún en construcción y con grietas. También se valora su narración fragmentada, que intercala los últimos días de Johnson con flashbacks de su propio pasado, construyendo, aquí sí, un puzle eficaz para mostrar todas las intuiciones que podemos tener alrededor de la figura del cantante y guitarrista: las leyendas se forjan partiendo de vidas y personalidades apasionantes. Incluso cuando son tan enigmáticas que la tradición las ha engarzado a encuentros con el diablo en cruces de caminos polvorientos.