La edición en español de Niño prodigio viene precedida de varios reconocimientos y premios en los Estados Unidos: premio de la Crítica 2018, mejor libro del año en Publisher Weekly, mejor novela gráfica del año en Comics Beat, mejor libro según la Biblioteca Pública de Nueva York, entre otros. Además, Michael Kupperman (Chicago, 1966) -que con este tebeo se estrena en una temática más seria a la que nos tiene acostumbrados- fue galardonado en 2013 con el prestigioso Premio Eisner por Moon 1969: The True Story of the 1969 Moon Launch, publicado en el número 8 de su serie Tales Designed to Thrizzle. Todo un merecido palmarés que, sin duda, hará más fácil y duradera la vida comercial de Niño prodigio en nuestro país.
Cambio de registro que viene motivado por esa situación a la que, durante generaciones, se han enfrentado ya muchos autores: el momento vital en el que se reflexiona sobre la figura referencial del padre y su incidencia en sus vidas. Todo un trabajo de memoria, no solo histórica -hablamos de cómo un chaval de corta edad actúa de efecto balsámico y evasivo para muchos norteamericanos que, en el salón de sus casas, escuchaban la radio durante la II Guerra Mundial-, sino también familiar. De hecho, en la edición estadounidense, en la portada se utiliza el término a graphic memoir, que no es exactamente la misma definición que la traducción al español utilizada para esta edición –una novela gráfica, ya que graphic memoir se considera un subgénero de la novela gráfica y, básicamente, relata una historia biográfica o semiautobiográfica en formato cómic.

Pero único detalle quisquilloso en la traducción al margen por parte de esta reseñista -sobre todo por la admiración que el trabajo realizado por la memoria despierta en ella-, debemos aclarar que Michael Kupperman es hijo de Joel Kupperman, el niño más famoso de la televisión estadounidense durante la década de los años 40 y 50. Concursante de Quiz Kids -primero, programa de radio y, posteriormente, de televisión-, a Joel se le conocía como el niño que sabía responder todas las preguntas sobre fórmulas y problemas matemáticos, sin más ayuda que su propio cerebro.

Solo cuando el padre -que dedicó el resto de su vida a reflexionar precisamente sobre la ética y la moral desde su puesto de profesor en la universidad de Connecticut- comienza a adentrarse en una demencia sin retorno, el hijo artista necesita recordar; para entender a su padre y para entenderse a sí mismo. De esta manera, Niño prodigio reflexiona sobre varios temas cardinales de todas las épocas, como la incomunicación entre padres e hijos, los sentimientos reprimidos que estallan en el momento menos adecuado, el desorden de emociones que producen en nosotros el descubrimiento y el avance de la demencia en nuestros progenitores, la constatación de la sospecha de que los traumas de la vejez tienen su origen en la infancia, el antisemitismo de principios de siglo XX o la explotación infantil en la cultura del espectáculo como oportunidad para que algunas familias prosperen económicamente gracias a sus vástagos más talentosos.Temas que marcaron la sociedad norteamericana del siglo veinte y que Michael Kupperman traslada al papel con un dibujo de línea clara, trazo grueso y estética retro en la que muchas veces se adivinan viñetas copiadas de viejas fotografías familiares, donde texto y trazo avanzan en equilibrio, y en las que Michael Kupperman narra sus descubrimientos -sobre el pasado de su padre y el progreso de sus sentimientos- de forma sobria y magistral, sin tapujos pero contenida, sin dramatismo ni cursilería; con esa forma de narrar que los autores americanos saben llevar a cabo tan bien cuando se meten de lleno a diseccionar su propia pornografía emocional.
Y es ahí donde la vena literaria de Michael Kupperman -autor también de varios cuentos y de esa hilarante autobiografía de Mark Twain– aparece, cuando trata de explicarse a sí mismo mediante el texto, cuando recrea literariamente su propio proceso personal, sin condescendencia ni autocompasión, ampliando así el registro emocional en esta biografía sobre su padre pero que, obviamente, también incluye al resto de la familia.Pero Niño prodigio muestra, sobre todo, la consecuencias de uno de los engaños nacionales más colosales de la historia de la radio y el espectáculo estadounidense: el uso de estrellas infantiles en concursos amañados y cómo estas fueron incapaces de digerir una fama prematura y desmesurada.
El autor descubre y expone -tirando mano de una extensa biografía que se incluye al final del tebeo- el nacimiento y desarrollo de este tipo de concursos, los cuales no tuvieron más remedio que transformarse para sobrevivir.
Es este un tebeo con muchas capas de lectura, referencias -históricas, emocionales, literarias-, que combina estupendamente el lenguaje del cómic con otras formas narrativas, como pasajes literarios, anuncios y noticias de prensa o televisión -que ahorran un buen número de viñetas y reproducen el mundo del espectáculo-. Mención aparte merecen las citas que usa el autor para introducir cada uno de los capítulos -Charles Caleb Colton, J.D. Salinger, Philip Roth, Lewis Carroll, William Freedman…- que sitúan al lector justo en la perspectiva en la que el autor desea que éste se encuentre, sin forzar la narración.
Niño prodigio es muchas cosas, pero ante todo, es un excelente trabajo de memoria familiar, de recuperación de un momento histórico al que esperamos se sumen muchos más y merecidos premios.