Marvel anunció hace algunos días un acuerdo con la cadena de televisión ESPN para producir una serie de cómics digitales basados en la Copa Mundial de fútbol que se está celebrando en Rusia hasta el próximo 15 de julio. Con una estética calcada a la de los superhéroes, los tebeos en cuestión relatarán las andanzas de las actuales estrellas del balón, su rivalidad y sus enfrentamientos directos. Evidentemente la todopoderosa editorial ha visto un beneficio por explotar en esos futbolistas que son ya auténticos iconos a nivel global, y pese a que lo que ellos llaman soccer es todavía minoritario en EEUU, en otras latitudes la iniciativa puede resultar muy rentable.
En Europa las cosas son muy diferentes, ya no solo por lo que significa el balompié a nivel mediático y económico, sino por la fluida relación que ha mantenido con la historieta desde hace décadas. Nuestro país es un ejemplo paradigmático en este sentido, sin ir más lejos, las grandes cabeceras juveniles como TBO o las de la factoría Bruguera le dedicaron centenares de especiales, sobre todo cuando se acercaban las grandes citas o cuando arrancaba la correspondiente temporada, y algunos de los grandes historietistas de la larga posguerra (Opisso, Coll) firmaron páginas antológicas al respecto. Una tradición que se ha mantenido hasta la actualidad gracias a semanarios como El Jueves.
Hay mucha tradición futbolística en las viñetas del viejo continente, así que sudando la camiseta, y como nos gustan mucho las listas, vamos a seleccionar entre series regulares y novelas gráficas un once ideal de cómics sobre fútbol editados en España. Hemos de reconocer antes de entrar en materia, que en algunos de los elegidos la presencia de una pelota es un tanto anecdótica, pero la tratan tan bien que merecen una plaza. Ahí va nuestra alineación:
Portería
Esta es una posición clave desde la que inspirar confianza al resto del equipo. Por eso, es preferible un tebeo veterano, con minutos acumulados en las grandes competiciones. Colocaremos ahí a Mortadelo y Filemón, y entre su repertorio de internacionalidades nos quedaremos con Mundial 78 y con el díptico formado por En marcha el Mundial 82 y ¡Queda inaugurado el Mundial 82!
Mundial 78 fue la historieta que inauguró la tradición de publicar un álbum de los agentes de la TIA cada vez que llegaba un gran campeonato, y supuso el debut futbolístico de los personajes de Ibáñez con la selección española. Gags como el del viaje a Córdoba o la gran final arbitrada por un colegiado miope justifican por sí solos su presencia en la lista.
Los álbumes dedicados a España 82, mantuvieron todavía el buen nivel de la aventura mundialista preferente, y conforman un dueto que se complementa mutuamente. Mientras el primero se centra en la organización del histórico acontecimiento, denunciando las contradicciones de un país que se embarcaba en una política de eventos deportivos millonarios cuando todavía sufría determinadas carencias a nivel de infraestructuras sanitarias y culturales, el segundo devuelve a Mortadelo y Filemón al campo de juego. De nuevo, el álbum se desarrolla en base a pequeños episodios, algunos realmente destacables, como el del entrenamiento de los protagonistas antes de incorporarse a la concentración del combinado nacional o el del partido contra Nueva Zelanda.
Defensa
Para los carriles vamos a optar por laterales jóvenes, rápidos y versátiles, o sea que combinan drama social y comedia costumbrista. Por un lado, El año que fuimos campeones del mundo, un tebeo alemán de apenas veinte páginas, escrito por Ulf K y dibujado por Andreas Dierssen. Breve, entrañable y simpático relato semi-autobiográfico situado en el verano de 1974 cuando la entonces República Federal Alemana, que ejercía también de anfitriona, conseguiría su segundo trofeo
En la otra banda situaremos otro cómic con chaval aficionado al balón, Dream Team, de los españoles Mario Torrecillas y Artur Laperla. Se trata del joven Enzo, un niño que apunta maneras en el manejo del cuero y que está decidido a ayudar a su padre con cualquier medio a su alcance, mintiendo si hace falta. Pese al riesgo del exceso de sentimentalismo, la historia reacciona con rapidez y avanza sin contemporizaciones, con verticalidad.
En el centro de la defensa, en cambio, son preferibles zagueros contundentes a la par que reflexivos, que despejen o saquen el balón controlado desde atrás dependiendo de cómo esté desarrollándose el partido. Por eso colocaremos dos títulos muy diferentes entre sí, uno centrado en el balompié pero que lo utiliza para ir más allá del mero intercambio de patadas, como una coartada para analizar otras cuestiones, y otro en el que el susodicho juego aparece muy tangencialmente.
Son la pareja formada por: Fútbol. La novela gráfica de Santiago García y Pablo Ríos y Los ladrones del Marsupilami de André Franquin.
Si uno es un cómic de autor consecuencia de la pasión futbolera de un merengue y un culé, el otro es un tebeo infantil comercial -con casi sesenta y cinco años a sus espaldas- que forma parte de una de las series más exitosas y longevas de la bande dessinée franco-belga. García y Ríos plantean su obra como una especie de ensayo, a lo Juan Villoro o a lo Enric González, no solo acerca de lo significa el deporte rey sino de los mil mundos que hay dentro del esférico. Un ejercicio impensable hace algún tiempo, que explota las virtudes de esa corriente que está renovando el cómic adulto a varios niveles.
Lo de Franquin va por otros derroteros. Como Hergé, reflejó a menudo los partidos callejeros en los arrabales de Bruselas, pero cuando dio el salto a los grandes estadios se convirtió en uno de los mejores dibujantes de jugadas futbolísticas (hojeen el tomo de Modesto y Pompón editado por Dolmen para percatarse). En Los ladrones del Marsupilami plantea una historieta clásica de aventuras, fluida y dinámica, en la que interviene como secundario Valentin Mollet, un futbolista necesitado de dinero. Hacia el final, cuando la trama argumental ya está casi resuelta asistimos a un partido en el que juega Mollet, y Franquin se marca para la ocasión una de las escenas deportivas más impresionantes de cuantas hayamos leído. Únicamente por esas siete viñetas ya merece figurar como titular en nuestro equipo.
Mediocampo
Respecto el centro del tapete tenemos un plantel de lo más heterogéneo. Mezclamos experiencia y solidaridad con ramalazos de genio e individualidades. Dos procedentes de la cantera brugueriana y un tercero fichado en el mercado europeo.
En la posición de volantes situaremos a Campeonio de Raf y a Pepe, el hincha de Peñarroya, dos series clásicas del tebeo patrio lideradas por personajes optimistas y entusiastas. Pese a que el más veterano de ambos es el de Raf, aparecido por primera vez en 1957 en El DDT, el Campeonio que a nosotros nos interesa es el de la segunda época, que debutó en El Sidralón, una aventura más larga de lo habitual publicada en Gran Pulgarcito a finales de la década de los sesenta. En principio, este hombrecillo pequeño y escuchimizado no daba el tipo para convertirse en un deportista de élite, no obstante, como le pasaba a Astérix, adquiría increíbles habilidades físicas gracias a la ingestión de un brebaje, una práctica que hoy en día no estaría demasiado bien vista. Raf merecería estar en la lista de elegidos sólo por las planchas de chistes balompédicos que entregó esporádicamente, pero además en Campeonio se le ve a gusto, con un acabado más fino y una energía envidiable.
Mucha más continuidad tuvo la creación de Peñarroya. Subió al primer equipo en el número 166 de Tío Vivo (1964), pero pasó por todas las grandes cabeceras de la editorial hasta bien entrada el decenio siguiente, reciclando y reeditando páginas según la costumbre de la casa. Pepe, el hincha es probablemente la más acertada sátira futbolística del periodo del desarrollismo, cuando este deporte representaba una de las pocas vías de escape para la gran mayoría de la sociedad. Pepe ejerció de aficionado descerebrado y pasional del Pedrusco CF, eterno rival del Menisco FC, aunque con el paso de las viñetas llegará a ser directivo del club de sus amores e incluso entrenador.
Continuando con la configuración de nuestro mediocampo, la organización y distribución del juego recaerá en la gran estrella, en el cómic futbolístico por antonomasia, Eric Castel de Raymond Reding y François Hugues. Es inevitable que cuando se habla del matrimonio entre los cómics y el balón la primera referencia sea esta. Su nacimiento está relacionado además con otra cita mundialista, la de 1974, cuando la revista germana Zack dedicó una edición especial a dicho acontecimiento en la que se incluía una historieta protagonizada Max Falk, por un futbolista amateur que deslumbraría de tal manera a los ojeadores del FC Barcelona que acabarían por ficharle. El encargo recayó en un Reading que por entonces acumulaba una amplia experiencia en el género deportivo (trabajos como Jari, Vincent Larcher -una peculiar mezcolanza entre fantasía y fútbol- o Section R son solo una muestra). Un lustro después de su primera aparición, y acompañado ya por Hugues como asistente y colorista, cambiaría el nombre al personaje y lo recuperaría para la publicación deportiva francesa Super As, iniciando así una trayectoria que abarcaría trece años, una quincena de álbumes y traspasos entre tres clubes diferentes. Hay que reconocer que la colección es un tanto irregular y que las tramas paralelas resultan en ocasiones aburridas y reiterativas, aún así logra transmitir la emoción del resultado, se nota el trabajo de documentación y las descripciones de los intríngulis de las diferentes competiciones y estamentos suponen un plus para los aficionados.
Delantera
Nos quedan por fijar a los tres puntas. Empezaremos con el que es posiblemente el tebeo futbolístico más leído del mundo, Capitán Tsubasa de Yoichi Takahashi, el mítico Campeones u Oliver y Benji, dependiendo de gustos y generaciones. Un popular manga cuya primera etapa fue serializado en Shonen Jump entre 1981 y 1988 y que la desaparecida Glénat editó en castellano en 37 volúmenes. Debido al éxito conseguido la colección se prolongaría hasta 2013, dividida en cinco ciclos más. En manos de Takahashi el fútbol adquiría tintes absolutamente épicos, convirtiendo cada partido en una auténtica batalla campal con ejércitos de peloteros capaces de las gestas más increíbles. Pocos tebeos sobre deportes logran el nivel de emoción de Capitán Tsubasa, que basaba su atractivo en la rivalidad individual entre determinados jugadores, anticipándose al mediático duelo entre Cristiano y Messi de hoy en día.
Junto a Tsubasa Ozora colocaremos a otro genio, igualmente dotado y reconocido en su país de origen: Billy Dane el titular de la tira británica Billy’s Boots. En España la única oportunidad que se le brindó fueron ocho páginas con copyright de IPC Media en el fascículo 93 de Mortadelo Especial (1980), dedicado-¡ lo han adivinado!- al balompié. Sin embargo en Inglaterra se prolongó desde 1970 hasta la segunda mitad de la década de los ochenta, saltando de publicación en publicación con lo que esto suponía de cambios de autoría (Fred Baker, Mike Western, John Gilliatt, Ron Turner, Tom Kerr, etcétera) y de formato. Como ocurre con las series de agencia, su calidad media es más bien discreta y su interés varía según quien la realice, siendo Gilliatt el mejor ilustrador de toda la plantilla. La historieta elegida por Bruguera, por ejemplo, era muy sencilla y venía a ser una especie de muestra de la colección, presentando a Billy, un niño que debía su destreza atlética a unas viejas botas mágicas halladas en un desván y que pertenecieron a Keen “Disparo fatal”, un legendario artillero.
Para acabar, completaremos el tridente con otra rareza, esta vez española: Olimán: As del deporte, creada por el guionista todoterreno Ricardo Acedo y el dibujante José Pérez Fajardo para el sello valenciano Maga. El héroe de estos cuadernillos apaisados, delantero del club Hispania, era “un superhombre sin capa ni antifaz, dedicado a las faenas deportivas” –en definición de José Ignacio Corcuera para Cuadernos de fútbol-, que practicó las más variadas disciplinas, triunfando en todas y cada una de ellas. Testimonio postrero de una corriente a punto de desaparecer, la de los cuadernos de aventuras, conoció cierto éxito entre 1961 y 1963, publicándose más de un centenar de entregas. El tiempo no ha tratado demasiado bien a Olimán, el producto de una industria que se resistía a transformarse y cuyo objetivo era el del entretenimiento puro y duro, sin embargo sus logros con el balón son tales que le hemos reservado el número 11 en el dorsal.