Tuvimos la ocasión de disfrutar de la presencia de Andrés G. Leiva (Córdoba, 1969) en el reciente Cómic Barcelona gracias a Uno de esos días (Dibbuks, 2018), que, merecidamente, aún sigue acaparando la atención de los lectores desde su publicación, tras haber recibido el Premi Ciutat de Palma 2017.
Uno de esos días es otro cambio más de registro de este autor, capaz de ofrecer historias indiscutibles en cada uno de los géneros en los que decide embarcarse. De esta manera, Leiva describe el barrio de su infancia, los personajes y elementos que acompañaron sus primeros años de vida y el ambiente apocalíptico del que el autor echa mano para describir aquella España de los primeros años ochenta.
No existe espacio para la nostalgia en este tebeo, sino extrañeza por lo vivido: la importancia de la tele, la cucharilla de Uri Geller, los extraterrestres y el fin del mundo; la importancia del primer amor al que se le rinde homenaje y que se intuye continuado hasta el presente —¡qué suerte!—; la importancia del rol de cada una de las figuras materna y paterna; lo normal que podía resultar que los niños de algunos barrios jugaran en descampados donde lo mismo podías encontrar un balón abandonado, un montón de chapas de refrescos o un yonqui muerto por sobredosis. La importancia de lo vivido como material literario para la historia aquí compartida.
Un pasado que Andrés G. Leiva contrasta constantemente con el presente durante el tiempo que pasó dibujando su barrio, el Sector Sur, un espacio algo alejado del centro histórico de Córdoba —aunque en Córdoba ningún punto se encuentre realmente alejado—. El autor disfruta con este proceso de investigación, con la toma de apuntes y bocetos, con el tiempo dedicado al recuerdo, y se nota.
Los amigos del barrio son el espejo social del barrio de aquellos años y también del presente. El Sector Sur ha cambiado poco desde entonces, de lo cual el autor parece sorprenderse: “Parece mentira que hayan pasado más de treinta años y haya cosas que casi no han cambiado”, aunque otras muchas sí, como el aspecto de los edificios —por aquel entonces un barrio en construcción—. Se recogen localismos cordobeses como chico, para referirse a pequeño, o parchoso para alguien que dice tonterías; un acierto que le aporta veracidad y ayuda a contextualizarlo.
Es esta una ficción autobiográfica, una historia narrada desde el espejo que mezcla ficción y realidad y que ocurre a lo largo de un día, del día del fin del mundo. Que, además, conecta con el espíritu y la atmósfera de Platillos volantes (2003) —película dirigida por Óscar Aibar, de la que constantemente me llegaban ecos mientras leía este tebeo—, aunque en el caso de la película la historia transcurra durante la década anterior, la de los setenta.
Otro paso adelante más de Andrés G. Leiva, que no cesa de sorprendernos.