Los 13 mejores Cómics internacionales de 2024

En El río Julie Doucet descarga sobre la página un torrente de pensamientos y recuerdos, especialmente los de un romance juvenil. En su expresión se asemeja a una suerte de “stream of counsciousness” en el que la autora divagar y salta de un tema a otro.
Por eso, quizás, El río requiere cierta paciencia por parte del lector, entender que está ante un ejercicio poco corriente en los tiempos actuales (la autoexposicion que ignora la cámara, el antiselfi) y disfrutar de un nuevo acercamiento al talento y personalidad únicas de una figura clave tanto del cómic underground como del cómic autobiografico.

 

Guy Delisle parece empeñado en entrar en la nómina de los grandes autores de nuestro tiempo. Y lo mejor es que si lo consigue no será gracias a una obra grandilocuente o ambiciosa. Al menos por lo que lleva publicado hasta ahora. Si algo hay que destacar dentro de su estilo es su capacidad para sintetizar y acercarnos de forma aparentemente sencilla a lo que nos está contando. Lo hizo en en esa suerte de cuadernos de bitácora que eran sus crónicas como expatriado, lo hizo también en el relato del secuestro del cooperante de Médicos Sin Fronteras Christophe André, más recientemente en sus recuerdos de juventud y lo vuelve a hacer ahora. A través de la evocación de la figura de Eadweard Muybridge, cuyos experimentos sobre la cronofotografía sirvieron de base para el posterior invento del cinematógrafo. Otro ejemplo de su capacidad narrativa esta vez en el ámbito histórico-biográfico.

Al igual que sucedía con la excelente adaptación del Informe Brodeck (2017, Norma editorial) de Philippe Claudel, Larcenet apela aquí a su vertiente más realista, alejada por completo de obras como Los combates cotidianos o el más reciente Terapia de Grupo (2024, Norma editorial). Larcenet es de los pocos autores capaces de modelar y dar un giro diametral a su trazo y dibujo en función del tono de la obra. Un suerte de virtuosismo que lejos del exhibicionismo busca siempre ponerse al servicio de la historia.

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Tradd y Heather Moore (colorista de su marido Tradd en este libro) nos brindan un argumento nimio y tópico (Stephen Extraño viaja a un universo paralelo para ayudar a una entidad cósmica a dar a luz, lo cual evitará un apocalipsis) sobrecargado de diálogos ampulosos al más puro estilo marvelita de los setenta. Esta búsqueda de viejas formas es en sí misma simpática, sugerente, autorreferencial y nos ubica en una fantasía escapista con fundamento. No es necesario conocer un universo de series regulares para disfrutar de esta ópera cósmica, solo reconocer unos códigos granguiñolescos  (¿en desuso en la Marvel actual?). Pero donde este cómic destaca es en su apartado visual. Moore es posiblemente el mejor dibujante mainstream actual, con un bagaje amplio (la revista Metal Hurlant en términos generales, Jim Steranko, el prerrafaelismo británico y el expresionismo vienés) y una personalidad sólida, Tradd Moore despliega una kermés de dibujo barroco y psicodélico sencillamente brutal.

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Los que ya hayan leído a Stokoe (su Godzilla: la guerra del medio siglo es una gozada y otro homenaje) se pueden imaginar lo mejor. El cómic es un despliegue de detalle que no oculta su horror vacui. Exceso, exceso y exceso. Cuerpos intencionadamente desproporcionados acorde con la premisa. Un uso del color febril que remite a la intensidad y el fervor de cada choque. Una composición de viñetas que acelera el ritmo. Unos juegos de líneas endiablados capaces de llevar la pagina al borde del colapso. Y al mismo tiempo, nada está fuera de lugar, todo está en su sitio.

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El recuerdo de los duros veranos de infancia trabajando en el campo, desenterrando raíces sirve para desenterrar las del propio autor en una pirueta metafórica ejecutada a través de un dibujo que a su vez también se presenta de forma orgánica, con páginas en las que no hay viñetas o retícula. El trazo que ha imprimido Thompson parece brotar también como una fuerza de la naturaleza y el dibujo parece crecer ante los ojos del lector. Thompson ha llevado su motivación primordial, la de escribir el mejor ensayo posible sobre el ginseng y la de exponer la brecha social que existe en Estados Unidos a consecuencia de la proliferación de la agricultura corporativa en detrimento de las granjas familiares, hasta sus últimas consecuencias y a fe que estamos ante la que quizás sea la obra mejor documentada sobre esta raíz y sus multiples usos y beneficios.

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Con un dibujo delicado y grandes viñetas, los capítulos Una mujer de espaldas son pausados, a menudo recreándose en la soledad que siente la protagonista. A veces esa soledad que acaba siendo libertad (cuando las niñas se duermen y ella tiene algo de tiempo libre), otras veces la hace sentirse aislada (como cuando su marido la ignora mientras está enferma o cuando él quiere irse de turismo sexual). Usa líneas finas y grandes campos de tinta negra para los volúmenes, tiene poco detalle en fondos y pocas tramas

Una mujer de espaldas es una obra sumamente interesante, no sólo como testimonio de su autora y como forma de acercar mangas inéditos a nuevos lectores, sino por la maestría que se puede ver en lo formal. Al final del tomo hay un ensayo en el que se profundiza en Yamada Murasaki y se da contexto histórico tanto a su vida como a su obra y que es más que recomendable leer.

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Chris Ware o Richard McGuire son algunos de los nombres que han sonado en las referencias atribuibles a Panchaud, y es verdad que algo de ambos autores se pueden identificar en este trabajo. La depuración gráfica de Ware y quizás la exploración formal de McGuire. Pero lejos de caer en el name dropping lo más relevante sin duda sería que El color de las cosas nos demuestra que en el ámbito del cómic todavía se pueden dar muchas vueltas de tuercas y que la capacidad para formular o reformular una historia usando el lenguaje secuencial es inagotable, por suerte para nosotros.

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Cualquier detalle argumental o sobre la trama de este cómic pervertiría parte de su interés que justamente reside en su capacidad para sorprender al lector. Park Kun-woong utiliza una premisa de orden kafkiano para arrastrar al lector a través de sus cerca de 680 páginas. No es un cómic que destaque por su enfoque formal o por el dibujo. Más bien al contrario, gráficamente es extremadamente parco y naïf. Pero no es esa la virtud que lo convierte en un cómic sobresaliente. Es más bien la manera en como gradualmente la historia va adquiriendo tintes de distinto orden: la fábula metafórica que arma el autor pasa a convertirse en un devastador relato de uno de los capítulos de la historia contemporánea de las Coreas. La sorpresa del año.

Tercera y última entrega de este curioso ejercicio de revisionismo biográfico del propio Burns donde vuelve a quedar patente aquí su enorme virtuosismo gráfico: son realmente espectaculares algunos de los pasajes donde evoca secuencias de ‘Last picture Show’  de Peter Bogdanovich’, por poner un ejemplo. Sería injusto que esta trilogía no ocupara el lugar que merece entre los mejores cómics de la década. Burns es un autor referencial, uno de los mejores cronistas del reverso perturbador del sueño y la cultura americana.

Bautizada como la madrina del manga experimental, la diversidad temática que recorre las historias de este volumen son un fiel reflejo de las particulares obsesiones de cada momento de la corta vida de su autora. Desde sus inicios, donde predomina una clara tendencia hacia la ciencia ficción, la ucronía y la distopia hasta su etapa final, donde claramente apuesta por la vertiente más experimental con querencia al art nouveau, haciendo gala de una total libertad en la composición de página y el dibujo que nos remite formalmente a nombres contemporáneos del cómic occidental, como CF (Christopher Forgues) o George Wylesol. En esta antología también hay lugar para las historias de carácter político-reivindicativo, las fábulas de animales, la lucha de sexos o los viajes alucinóginos con un punto esotérico.

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Irreverente dentro del marco de las biografías en cómic no lo es tanto dentro de la obra del propio autor al que se le cuelan temas y formas muy específicas que recuerdan a su Röhner (Fulgencio Pimentel, 2018) : personajes sobrepasados por sus entornos, impresentables que se instalan en casa de uno, formas poco ortodoxas de sentarse en sillas y garabatos trazados al aire. Aunque no todo remite al propio autor. Me he acordado, por un lado, del humor montypythonesco con sus voces en off tan características y su gusto por el absurdo. Por otro, a la retranca tranquila de Olivier Schrauwen. Lo que me hace pensar que todos estos vanguardistas modernos, al final son unos cachondos de tres pares, con cierta vocación de trascendencia que no riñe con el objetivo jocoso.

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El estilo de dibujo de Schrauwen no se aparta ni un pelo del que ya conocemos: línea clara fina que gusta de desdibujado en ocasiones y de juegos de degradado en el color, todo sobrio pero efectivo. Resulta más interesante su juego con el ritmo, la compresión y descompresión de la narrativa con parrillas con cantidades de viñetas muy diferentes que genera muy bien esa ilusión de acompañar al protagonista por experimentar la sensación de tiempo.

Lo mejor de Domingo Flamenco, para mí, son los múltiples vuelcos que me ha dado su lectura. Mi experiencia leyéndolo ha ido del “que hago leyendo esto” al “por qué no puedo dejar de leer”. Y si alguna lección se saca de aquí es que la coherencia no es más que una apariencia. ¿Quizás mejor así?

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