“He nacido viejo. He nacido en el siglo equivocado” confesaba Attilio Micheluzzi (11 de agosto de 1930, Umag, Croacia) en una entrevista, para añadir a continuación: “No me gusta esta época histórica de alocado progreso tecnológico”. Lo decía en 1982 en la revista Alter Alter que acogía por primera vez a su serie Petra Chérie, después de tres años apareciendo en Il Giornalino, y no hay más que leer algunas de esas historietas para darse cuenta de hasta qué punto le invadía esa sensación de pertenencia a un inconcreto pasado nostálgico. En su biografía encontramos ciertamente determinadas experiencias que lo explicarían por sí solas. Hijo de un comandante de escuadrilla de la Regia Aeronautica, nació en 1930 en la localidad de Umag, en la península de Istria, un rincón de la Europa meridional cuyo control supuso una de las principales razones de la entrada de los italianos en la I Guerra Mundial y que ejemplifica como pocos los vaivenes de las fronteras continentales a lo largo del siglo XX, de hecho, solo una década antes la región había pasado de pertenecer al finado Imperio Austro-Húngaro a una Italia que se hallaba a las puertas del fascismo.
Tal vez podría haber hecho suyas esas palabras de G. K. Chesterton que de tan citadas pueden sonar ya vacías: “la felicidad no es sólo una esperanza, sino en cierto extraño sentido un recuerdo y que somos reyes en el exilio”. Así, cuando regresa a su país en 1969 desde Libia, donde estaba trabajando para la familia real derrocada a raíz del golpe de estado de Muamar el Gadafi, se encuentra totalmente fuera de lugar. Ya no es solo que no se reconozca en el espacio ni en el tiempo que le ha tocado vivir, es también que debe renunciar a su profesión de arquitecto para buscar un nuevo empleo, desembarcando en la historieta a una edad en la que sus compañeros de generación (Pratt, Toppi, Buzzelli, Crepax) ya eran auténticos veteranos. Puede que esa inseguridad explique porqué su debut en Corriere dei Piccoli en 1972 lo firme bajo el seudónimo de Igor Arzabajeff.
Por esas u otras razones que no conocemos, lo bien cierto es que en sus tebeos se percibe de inmediato un fuerte aroma melancólico, más todavía en sus obras de madurez, Sibérie, Marcel Labrume y, por supuesto, Petra Chérie. La mayoría de ellas situadas alrededor de ese periodo entre la Gran Guerra, la Revolución Rusa y el auge del nazismo, un periodo que él entiende que supuso algo así como el fin de la inocencia, por llamarlo de alguna manera. Aquel mundo que idolatraba había desaparecido y lo único que podía hacer era reconstruirlo en sus viñetas. Defiende una serie de valores olvidados: la caballerosidad entre enemigos, el respeto, la cortesía, la educación, e incluso se puede percibir cierta apología de la diferencia entre clases, una especie de conservadurismo social.
Puede que la defensa de esos principios contraste en demasía con dos características básicas de esta historieta. Primero, con el hecho de que la protagonista sea una mujer, algo no demasiado habitual en los cómics de aventuras, aunque como ya se ha contado muchas veces, y se vuelve a recordar en el estupendo texto introductorio (¡sin firma!) de la edición de Ponent Mon, en origen el héroe era un hombre, apodado el Vicario, que debido a las similitudes con el popular Corto Maltés –y a propuesta del editor Alfredo Barberis– cambió de sexo. Y después, con el dibujo y el bosquejo de las planchas, de una innegable modernidad, de tal modo que el tradicionalismo del fondo no ha traspasa a la forma.
Micheluzzi se preocupaba sobremanera por la narratividad de sus historietas, por no repetir viñetas similares en una misma página, muy bien equilibradas, por contraponer los planos en una escena dialogada y por la naturalidad de las transiciones. Planificaba los borradores como si fueran ya el resultado definitivo, y en el acabado técnico se puede apreciar precisamente su formación como arquitecto. Lo mismo sucede en lo referente a la puesta en escena, perfeccionista, basada en una extensa labor de documentación. O en el diseño de los personajes, sean reales (Manfred Von Richthofen o Lawrence de Arabia) o ficticios.
En total más de 350 páginas y 24 historietas, algunas de las cuales merecerían especial atención por sí solas (Un par de cartuchos Chevrotin, El condesito De Lindenberg o ¡Aurora! ¡Aurora!), en las que Petra De Karlowitz, aventurera e idealista, colaboradora de los aliados, recorre Europa y el Próximo Oriente en pos de una paz que se resiste a llegar.
En España el único contacto previo que habíamos tenido con el personaje fue en la revista El Capitán Trueno, un vehículo ideado por Bruguera donde tratar de revivir a su mítico héroe bajo la batuta de Víctor Mora, Jesús Blasco y Luis Bermejo. La publicación que duró 13 números, apenas unos meses, incluía páginas de Bonvi, Derib o Maroto, entre otros. Entonces las historietas de Petra Chérie aparecieron en color, sin embargo ahora Ponent Mon, basándose en la edición francesa de Éditions Mosquito, las presenta en blanco y negro, lo cual –y no hay mal que por bien no venga- permite apreciar el total dominio de Micheluzzi de los contrastes y la iluminación, más evidente y admirable a medida que crece la serie.
Petra chérie
Attilio Micheluzzi
Ponent Mon
Por Óscar Gual
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