Ante que nada cabe subrayar el acierto por parte de Astiberri a la hora de recuperar este cómic de David Muñoz (Madrid, 1968) y Rayco Pulido (Telde, 1978), Sordo, publicado originalmente hace 10 años por Edicions de Ponent, del malogrado Paco Camarasa. La acción en Sordo transcurre en plena posguerra, durante los años más crudos de la durísima dictadura franquista. Eran tiempos de muerte, saña, miseria y hambre.
En un punto indeterminado del Pirineo español, un grupo de maquis pretenden volar un puente, a raízde un accidente el combatiente de la resistencia, Anselmo, queda aislado y sordo en un entorno hostil. Desarmado, sin abrigo ni comida, el protagonista se debe esconder en la alta montaña en pleno invierno, sin tener muy claro si debe huir a Francia o esperar a un compañero arrestado por la Guardia Civil.

Sordo es un cómic que hermana con otra obra patria, la del gallego Brais Rodríguez, La mano del diablo (Astiberri, 2011), premio Castelao 2010, donde un grupo de soldados va sembrando destrucción y muerte allí por donde pasan, hasta que uno de ellos resulta herido y el grupo se ve obligado a pedir ayuda a las que serían sus víctimas.
El tebeo de Brais comparte con el de Muñoz y Pulido la parrilla de 2×3 viñetas, que sirve de hilo conductor, el dibujo en blanco y negro, las secuencias sin diálogo, el protagonismo de la naturaleza salvaje e implacable, las elipsis, la descontextualización para centrarse en el estudio del individuo, la humanidad y la suspensión de la moralidad cuando lo que prevalece es el instinto de supervivencia.
Como apunta Gerardo Vilches en la contraportada, Sordo se centra en narrar aquello que no necesita palabras, todo es acción física, pero no os llevéis a engaño, este cómic tiene un depurado trabajo de guión, uno de los mejores que ha firmado David Muñoz, sin duda. La historia avanza siempre a base de silencios, gestos y miradas; a través del dibujo, básicamente; cómic en estado puro. Los únicos diálogos que leeremos son los del propio Anselmo.

Aunque la acción se sitúe en plena posguerra, las desdichas del resistente republicano podrían darse en cualquier otro conflicto, sea en Chiapas, los Balcanes o Afganistán. No es el contexto histórico lo que determina la historia. Al fin y al cabo, en este relato, que funciona también como denuncia del atraso y el exterminio que causó la sublevación falangista, la confrontación civil y la posterior dictadura franquista a nuestro país, cuyas heridas siguen aún abiertas, mal que nos pese, en este relato, decía, lo que se nos cuenta es la pérdida de la cordura y la razón, el aislamiento y la deshumanización de Anselmo.
Para llegar a buen puerto juega un papel providencial la dupla autoral, con un Pulido muy expresionista y sintético, que demuestra un talento inusual para atrapar la luminosidad con su blanco y negro y capaz de una rotulación que refleja de manera perfecta la sordera del protagonista. La versatilidad del canario se hace patente al comparar esta obra con las geometrías en Nela o Lamia. Queda recuperar de manera urgente ese trabajo intermedio, que combina ficción, fotonovela, ensayo y autobiográfico, y que sirve de puente entre este Sordo y las obras posteriores, anteriormente citadas. Sin título (2008-2011) (Edicions de Ponent, 2011), contiene algunas de las mejores planchas para explicar la revolución autoral de la última década en el cómic patrio. Astiberri, hay que recuperar ese Pie de trinchera, la historieta Harkhamquiana de Pulido.

En cuanto al trabajo de guión de Muñoz, mi favorito junto al de Miedo (Glenat, 2003), un acierto incluir al final del libro un ejemplo del mismo para hacerse una idea del trabajo entre la dupla creativa. Pulido lo explicaba muy bien en una entrevista que le hizo Kike Infame en el año 2014: “David lo pone muy fácil, su escritura es visual, narra con imágenes. El guión de Sordo es técnico, está paginado y describe lo que debe ocurrir en cada viñeta pero sin meterse en lo formal. Sólo tenía que interpretar y negociar con David posibles soluciones o cambios”.
Os podéis ventilar esta novela gráfica en apenas 20 minutos, pero no es la mejor manera de apreciar todo lo que ofrece.