Según el repaso que hizo en su momento el escritor de ciencia-ficción y fantasía Lawrence Watt Evans (conocido también como Nathan Archer) en su artículo The Other Guys (incluido en el número 5 de la segunda época de la revista digital Tebeosfera con el título Los otros. Breve historia de los cómics de horror pre-code), este año se cumpliría el sesenta aniversario del primer comic-book de terror exitoso, o sea, aquel que se publicó durante un periodo de tiempo razonable –casi dos décadas- y que sirvió de inspiración a algunos de los que llegaron después. Ese título en concreto sería Adventures into the Unknown aparecido en otoño de 1948 bajo el sello B & I Publishing, que más tarde cambiaría su nombre por el de American Comics Group, y que incluía en su primer número trabajos de veteranos del sector como Fred Guardineer o Edvard Moritz.
Pese a que parece que el principal objetivo de Watt Evans en dicho texto sea el de desmontar los mitos alrededor de la editorial EC, es innegable que se basa en una pormenorizada investigación y que a la larga obtiene jugosas conclusiones y consigue dejar claro que, aunque “EC produjo el mejor cómic de horror de la era pre-code, tuvo una influencia enorme en su campo y fue ampliamente imitada”, sus publicaciones no fueron, sin embargo, “los primeros cómics de horror, o los únicos buenos, o la única inspiración para los otros múltiples títulos publicados entre 1950 y 1955”. Como muestra de esa enorme variedad un botón: la Biblioteca de cómics de terror de los años 50 que acaba de iniciarse en castellano con Haunted Love. Esta primera adaptación por parte de Diábolo de una serie de antologías publicadas en origen por IDW recupera un pequeño muestrario de aquella ingente producción. Alrededor de una veintena de relatos de entre tres y once páginas pertenecientes a otras tantas cabeceras y editores que comparten el tema del amor, o algo parecido, como motor de la acción.
Dicha base argumental común hace que casi todos ellos compartan un mismo esquema, ahora ya clásico, consistente en una rápida presentación de los personajes, su entorno y sus motivaciones, derivadas de la atracción y el deseo, que desembocan en una de esas fugaces resoluciones que desconciertan al lector en unas pocas viñetas finales, lo que en la literatura se conoce como trick story. Los desenlaces se resuelven de un plumazo para que el criminal acabe pagando el precio de sus desmanes sin asideros morales o posibilidad alguna de contrición. Llama la atención que hombres y mujeres son tratados con el mismo rasero y que sus respectivos comportamientos son igualmente censurables cuando se dejan llevar por el anhelo sin calcular las consecuencias. Un croquis, ya digo, compartido, a partir del cual se derivan todas las variantes posibles del género: vampiros, momias, muertos vivientes, licántropos, realidades alternativas, maldiciones o reliquias embrujadas.
Los desenlaces se resuelven de un plumazo para que el criminal acabe pagando el precio de sus desmanes sin asideros morales o posibilidad alguna de contrición
El valor entre arqueológico y testimonial de estas historietas es indiscutible. Son a un tiempo parte de la historia del medio, la evidencia de un próspero panorama editorial en el que el terror tomaba el relevo de los agotados superhéroes, y asimismo el reflejo de un conjunto de inquietudes sociales colectivas que se contagiaban a la industria del entretenimiento con suma facilidad. Sin embargo, el interés de las obras seleccionadas en concreto para este tomo no va mucho más allá de esa utilidad vestigial, y a la postre puede que no sean las más interesantes de aquel escalofriante torbellino de efervescencia creativa. Ya no es solo que la inevitable comparación con los tebeos de Gaines las deje en evidencia, sino que la ejecución en general es torpe y los resultados, por lo tanto, discretos. Los guionistas -por cierto, ninguno de ellos acreditado- parecían confiar en demasía en las sorpresas y los golpes de efecto como para preocuparse -como sí hacía Al Feldstein, Johnny Craig o el propio Gaines- por el sentido del humor, las ambientaciones o los diálogos. Sabemos que la principal razón de ese bajo nivel de calidad se debía a las condiciones de trabajo de los dibujantes, del poco tiempo del que disponían para entregar sus páginas y del sistema de producción impuesto por las demandas del mercado, los mismos problemas que existían veinte años antes con los tebeos derivados del éxito de Superman. Eran productos comerciales coherentes con el momento en el que fueron creados, surgidos de una moda, inseridos dentro de una corriente que tuvo su etapa de gloria, pero a los que el paso del tiempo no ha respetado demasiado.
El valor de estas historietas es indiscutible. Son la evidencia de un próspero panorama editorial en el que el terror tomaba el relevo de los agotados superhéroes
Aún así, algunos de ellos destacan por encima de la media, básicamente por estar resueltos gráficamente con más tino o por ir más allá de la mera exclamación. The Widow’s Lover donde se describe la especial relación entre un verdugo y su herramienta de trabajo, a cargo de Carmine Infantino y Joe Kubert. La espeluznante Tomb for Two por recrear un ambiente insano desde el principio. O The Black Candle of Life, dibujada por Sheldon Moldoff, por introducir una categoría poco cultivada, la de las sectas milenarias. Especímenes particulares, pequeñas joyas, que permanecen perdidas dentro del montón de cómics de miedo que se publicaron indiscriminadamente en aquel periodo y que iniciativas como Haunted Love nos permiten recuperar. Habrá que seguir rebuscando para descubrirlas.