Ya conocido su estilo proteico por la biografía que hizo de Cortazar junto a Jesús Marchamalo, en La alegre vida del triste perro Cornelius (cómic del que ya se publicaron páginas en autoediciones varias) Torices adopta estilos que derivan hacia el minimalismo desde la tira de prensa o la página dominical de hace un siglo a la novela gráfica más reciente (de la que se identifican referencias muy concretas) como jugando entre esos extremos y mostrando así cierta conexión invisible.

Porque, pese a sus juegos de formales, el cómic mantiene perfectamente la continuidad de su trama de fondo, un thriller psicológico que se acomoda en todo el recorrido y que absorbe al lector. Lo consigue, en parte por la mala leche que se gasta Torices con su obra. A ratos me ha recordado aquel Funny Games de Michael Haneke, película hecha para torturar hasta el extremo a sus personajes y por extensión jugar con el espectador y sus expectativas. Algo de eso vemos aquí con ese ensañamiento en el patetismo de su protagonista infringido interna o externamente que se desenvuelve en cualquier forma particularmente perverso por aquellos episodios que emplean un punchline humoristico como cierre y que Torices vira sin despeinarse hacia el humor negro, casi terror.

Impecable en todos sus aspectos, asombroso en su gusto por el detalle de recreación del objeto (manchas, tipo de impresión, color, efectos de envejecido) con una edición soberbia a un precio más económico de lo que parece, La alegre vida del triste perro Cornelius es un tebeo que se va a batir el cobre con los mejores del año.