Pese a que se ha repetido hasta la saciedad, no deja de ser cierto. En Las aventuras de Victor Billetdoux la sombra de Adèle Blanc-Sec es tan alargada que resulta, por momentos, asfixiante e incómoda. Pese a ser tebeos coetáneos (poco tiempo después de que finalizara la publicación en el periódico Sud Ouest de Adèle et la Bête debutaría Billetdoux en la revista Circus), al principio, todo recuerda a la popular creación de Jacques Tardi, aunque bastantes escalones por debajo. Con el tiempo, y a partir del segundo álbum (Sombras de ninguna parte), la historia de Pierre Wininger (Saint Mandé, 1950 – Brest, 2013) va adquiriendo consistencia propia a medida que se va acercando, paradójicamente, a Edgar P. Jacobs y a la vieja escuela de la línea clara.
Toda es retahíla de influencias, desgranadas con tino por José E. Martínez en el estupendo prólogo, no impide, sin embargo, que Las aventuras de Victor Billetdoux destaque por la magnífica puesta en escena -desde el París previo a la Gran Guerra al Egipto faraónico-, por la creación de una atmósfera de desesperanza e incertidumbre que ronda siempre alrededor, y que no deja atisbar con claridad cómo va a acabar todo esto, y por la dudosa racionalidad de la mayoría de personajes secundarios, mucho más complejos e interesantes, por otra parte, que la pareja de supuestos protagonistas que solo sirven aquí para aclarar a los lectores más despistados qué está sucediendo.
Además, y por el mágico efecto del paso del tiempo, esta trilogía de Wininger, recogida en castellano por primera vez de forma íntegra, se puede leer también como el vestigio de una forma de hacer tebeos que ha quedado ya en el olvido