A la memoria de Óscar Gual

 

Lo que en nuestro país parece imposible, en el mercado francófono es la norma desde hace años: los clásicos de la historieta francobelga, con la evidente excepción de Tintín, secuestrado por esa sociedad gestora del legado de Hergé de naturaleza neocon, Moulinsart, son revisionados con regularidad por nuevos autores consagrados capaces de insuflar e imaginar nuevos caminos para Astérix, Spirou, Los Pitufos o Blueberry, por nombrar solo cuatro.   

 

Como Christophe Blain, Lewis Trondheim o Émile Bravo, Blutch, nombre artístico de Christian Hincker (Estrasburgo, 1967), llega a Tif y Tondu por encargo editorial. Sin embargo, tanto él como su hermano Robber, a cargo del guion en esta aventura, eran lectores fieles de este clásico del cómic francobelga que al fin podemos leer en castellano gracias al buen hacer de Dolmen Editorial.

 

Como él mismo admite en las entrevistas, siempre le fascinó la ambientación de las aventuras de Tif y Tondu. La iluminación, los lugares recónditos y las atmósferas crepusculares que dibujaba Will hipnotizaban a los hermanos Hincker. Los guiones noir de Maurice Rossy y los más policíacos de Tillieux, también Maurice, empapan las páginas de ¿Dónde está Kikí?  

 

En esta entrega, ambientada en los años 80 del siglo XX, los justicieros se ganan la vida narrando sus hazañas, un bonito guiño de Robber y Blutch a los artistas que levantaron la serie. La mise en scène es uno de los puntos fuertes del álbum. Los hermanos rinden homenaje a sus lecturas de infancia, pero también a los recuerdos familiares. De ahí el esmero que ponen, otro guiño más, en los detalles de todos los vehículos que aparecen en la historia. En las cabinas telefónicas y en otros cachivaches tecnológicos propios de la época. Pese a ser un trabajo de encargo y una historieta que se publicó por entregas en la revista infantil Spirou, ¿Dónde está Kikí?, no desentona en el corpus creativo del francés. Los gestos, las caras, el propio trazo de la plumilla activa una parte del inconsciente que pone en alerta al lector. Hay algo oculto en las planchas de Blutch que contactan con las partes más reprimidas del yo, algo que dialoga con nuestros instintos más primarios. No será menos en esta aventura, pese a que es una lectura apta para todos los públicos.

 

Encomiable edición por parte de Dolmen Editorial, cargada de textos que contextualizan obra y autor y mimetiza el diseño de la edición de los integrales de la serie que publica la editorial balear. En los extras el lector se hará con un buen puñado de datos interesantes: el origen del nom de plume del dibujante estrasburgués, la naturaleza del encargo, las lecturas infantiles de los hermanos Hincker, el nivel de detalle con el que han realizado el encargo o las aventuras favoritas de la pareja detectivesca.

 

Por último, la lectura de estos álbumes “revisitados” nos ponen ante un espejo incómodo. La deuda que este país tiene aún con la ingente comunidad de creadores y artistas que forjaron durante años un patrimonio de valor incalculable. Autores que ni siquiera han podido recuperar sus dibujos originales, por no entrar en el cenagoso tema de los derechos de autor y las regalías o dinero que directamente se les ha esquilmado. De aquellas aguas, estos lodos. Cuando un genio como Jan acaba mandando a la mierda a su creación más famosa después de décadas de ninguneo y maltrato empresarial, queda patente que a los grandes grupos editoriales se las trae al pairo creadores y creaciones. Ahí hay un asunto pendiente de resolver.