Otro año más, otro Salón del Cómic más: en esta ocasión la edición 35. Tiempo más que suficiente para convertirse en un clásico de la primavera de Barcelona, este año con unas fechas más temprana que las habituales y con más espacio(s), cada año esto crece más.
Por un lado para poder mostrar más cosas y por otro por las necesidades de seguridad consecuencia directa nuestros tiempos: no se puede apurar con el aforo y hay que evitar aglomeraciones.
Lejos quedan los días en que unos cuantos miles de personas se juntaban en dos andenes de la estación de Francia (más lejos aún las ediciones que se celebraron en las Drassanes o el Mercat del Born); el sábado y pese a la lluvia el Salón colgaba el cártel de no hay entradas y el domingo conocíamos la cifra total de asistentes: 118.000.
Este año han habido algunas novedades en el uso de los espacios. Todas las exposiciones han ido a parar al Palau 4, un espacio dividido en niveles, algo separado del resto de pabellones. El cambio de ubicación ha sentado bien a la parte expositiva del Salón; al estar dispuestas en distintos niveles las expos no parecen tan desangeladas como en años anteriores.
La parte superior del Palau 2 se reservó para las asociaciones, para que Nintendo mostrase su Switch y para cabrear a los fanzineros y autores que allí estaban localizados. Un pelín lejos de la zona comercial del Palau 1 que siempre es la que más público atrae. Eso ha causado cierta polémica y malestar entre los fanzineros, y con razón. Año tras año parece que lo que es la parte importante y la “cantera” de este medio queda un tanto relegada a un segundo plano por parte de la organización. Una curiosidad: en ese espacio estaba la exposición de Fanhunter de Cels Piñol, todavía recuerdo como iba por los pasillos del Salón vendiendo sus fanzines. Ahora es el creador de todo un universo con tebeos, libros, juegos, con su propia expo en el Salón. No sé si los fanzineros de hoy guardarán un recuerdo entrañable del Salón como plataforma de apoyo y proyección después de sentir profundamente su cambio de ubicación.
Volviendo a las exposiciones a parte de la de Cels Piñol, en la zona de fanzines y asociaciones también estaba la exposición dedicada a las caricaturas de Donald Trump: una pared con reproducciones de chistes sobre Trump de distintos medios y países. Un poco más como escaparate que para poder apreciar y seguir de cerca un tema que está dando y dará para mucho. En esta zona también estaba el habitual rincón con la muestra de Tintín, este año dedicada a la geografía.
En la plaza entre los pabellones estaban los aviones, la muestra estrella de este año, o aquella que sirve de cebo para el público general. Cada año hay una muestra más o menos genérica sobre un tema (el año pasado fueron los coches) que sirve para recopilar viñetas en torno a este. Este año era espectacular ver aviones clásicos de distintos conflictos bélicos, desde la Guerra Civil, a la de Vietnam. Esta exposición sirve un poco como reclamo mediático y para acabar de convencer a las familias poco aficionadas a los tebeos… Cuál será el tema del año que viene, no estaría mal que fuese tebeos y cerveza (lanzo la propuesta). Pero seguro nos vuelven a sorprender.
La exposición fuerte de este año era la dedicada a los 100 años del TBO, junto al ganador del gran premio del año pasado José María Blanco. Una cantidad nada desdeñable de originales espectaculares. Presidía la reproducción de una ilustración de Cesc que era una maravilla. Se podía contemplar originales de las historietas de diversos autores tan míticos como Coll o Benejam dotadas de un grafismo que podría ser de hoy mismo. Historietas que demuestran, eso sí, como ha pasado el tiempo y como ha cambiado la sociedad en estos años. Una exposición muy potente y que sabe a poco, a muy poco. El centenario de la “revista que dio nombre” a todo el medio se merece mucho más que una exposición de cuatro días en el Salón del cómic. Sobretodo en una ciudad que es tan de tebeo como recordó Javier Pérez Andújar en el pregón de las pasadas fiestas de la Mercè.
El Salón también dedica parte de su vertiente expositiva a “homenajear” a los ganadores de la pasada edición. Se pudieron contemplar exposiciones dedicadas a la de la obra ganadora en 2016: Gaudí entre viñeta, la del autor revelación del año pasado: Javier Castro, la dedicada al mejor fanzine: Nimio (que paradójicamente presentaban en el Salón su último número publicado por La Cúpula) y también las sorprendentes páginas de Ekhö, el ganador del premio popular.
Las otras dos exposiciones grandes, dedicadas a dos clásicos del cómic, Milton Caniff y su Terry y los Piratas y Will Eisner y su paso del cómic book a la novela gráfica. Siempre impresiona ver como dibujaban en aquella época los originales. Interesante también ver la procedencia de todos los originales expuestos en las diferentes zonas. Los superhéroes no podían faltar con una selección de dibujos de personajes salvajes o fuera de control, que al aficionado al género siempre gustan. Y la escola Joso presentaba las interpretaciones de héroes a lo Conan por sus alumnos. Y por último y casi de forma anecdótica una mini exhibición de Lucky Luke, con mucha escenografía para que los peques se hagan fotos y unas pocas planchas de Achdé (actual autor del cowboy). Una exposición a años luz de la que se pudo ver en Angoulême hace dos años.
En la zona de las exposiciones también tuvieron lugar las diferentes charlas programadas en el Salón y uno de los puntos fuertes de esta edición, el espacio Kim Jung Gi. El espectacular dibujante coreano, realizó durante los días del festival un mural a rotulador sin referencias, dibujando directamente lo que visualiza en su cabeza, prácticamente un superpoder que dejaba bastante boquiabierto al personal que se acercaba a su obra “improvisada”.
En la zona de expositores lo de costumbre, las editoriales presentando sus novedades, que a diferencia de otros años han rebajado un poco el nivel de publicación para las fechas del Salón, la crisis hizo mella y ese despiporre de novedades se ha moderado.
Más presencia de librerías con material antiguo que otros años, una mejor distribución de las editoriales (a nuestro juicio): los muñequitos y demás estaban bastante condensados en la zona sur. Tampoco podían faltar las grandes (ECC, Planeta, Norma) acaparando prácticamente todo el protagonismo con su habitual despliegue. Las pequeñas editoriales de cómic independiente siguen en gran parte ausentes. Sin embargo siempre hay una alegría: este año las gentes de Autsaider alegraron bastante el cotarro poniendo un nota de frescura y color en pleno despliegue de stands dedicados por completo al merchandising. Sin embargo se hace extraño ver listas en los periódicos con las novedades del salón que luego son difíciles o prácticamente imposibles de encontrar.
Tema siempre polémico el de los premios. Este año el premio a mejor obra nacional fue para Jamás tendré veinte años de Jaime Martín (Norma Editorial), muy buen tebeo sobre la historia de sus abuelos durante y después de la Guerra Civil. El premio a obra extranjera fue para La Visión, de Gabriel Hernández Walta y Tom King (Panini Cómics), un giro costumbrista de uno de los personajes clásicos de los Vengadores. El de autor revelación ha sido para Javi Rey por su adaptación a cómic de Intemperie de Jesús Carrasco. El premio al mejor fanzine ha ido para Paranoidland, seis números con 4 historias de autores jóvenes más que recomendables. El Gran Premio del Salón para Josep María Martín Saurí. Pero nunca hay premios sin polémica, y la falta de transparencia y de unas reglas claras en los de Ficomic es tierra abonada más que suficiente para ella. El premio a obra extranjera está dibujado por un autor español, para el mercado americano en origen. El premio nacional está dibujado por un dibujante español, para una producción francesa. El autor revelación tiene ya varios tomos publicados en Francia. Y la falta de presencia femenina –sólo el 10% de los nominados eran mujeres, 3 concretamente en una lista de 30 nombres- en este tipo de eventos y certámenes con premio, algo que fue reclamado en directo por Conxita Herrero a quién cedió el micrófono Javi Rey en el momento de recoger su premio.
Y por último la salsa y la razón de todo: los autores. Una buena cantidad de ellos este año, aunque quizás sin ninguna estrella de moda o de mucha repercusión. Eso sí había un buen puñado de clásicos: americanos y franco-belgas por citar los dos ejes en los que parece se ha anclado el Salón. También y por suerte muchos locales, dándolo todo para contentar a los lectores. Y es que esa es sin duda esa es la auténtica razón de ser del Salón: que el público pueda acercarse a los autores de sus tebeos favoritos (o no tan favoritos) pero que la presencia del autor atareado en firmar y dibujar despierte la curiosidad de los neófitos.
De nuevo otro año de éxito de una fórmula más que establecida, que funciona la mar de bien, que satisface a muchos pero que a muchos otros dejó de convencer hace tiempo y la han ido abandonando. El mundo del cómic se ha diversificado y se ha fragmentado: la misma fórmula no funciona igual para todos. A algunos los echamos en falta, y no encontrarlos en el Salón quita atractivo a la cita. El público sigue respondiendo en masa a un evento de celebración de su afición, y eso sigue funcionando. Así que parece ser que habrá Salón (tal como lo conocemos desde hace años) para rato, aunque ya veremos si en el mismo emplazamiento o en otro.