Después de “Pyongyang” y “Shenzhen” se publica “Crónicas Birmanas”, la tercera entrega de la “saga oriental” (cruzaremos los dedos para que no se quede en trilogía) del quebequés Guy Delisle.
Inscrito en el mismo estilo autobiográfico de los dos álbumes anteriores, “Crónicas Birmanas” nos narra la estancia (y el choque cultural resultante) de Delisle en Birmania o, lo que es lo mismo, Myanmar (nombre adoptado por la ONU después de 1989 y que no reconocen diversos países como EEUU, Francia o Australia).
Haciendo uso de su habitual estilo limpio y esquemático, Delisle vuelve a firmar un álbum que brilla gracias a un eficaz dibujo de trazo mínimo y un desarrollo argumental simple e inteligente; un poco en la línea (para situarnos) del francés Lewis Trondheim. El mismo que, dicho sea de paso, tiende cada día más a un cierto narcisismo con un punto de misticismo que molesta y preocupa a los que disfrutamos y devoramos su álbum “Mis Circunstancias” (entre otros…).
¿Delisle es el nuevo Trondheim? En cualquier caso, sus páginas autobiográficas y costumbristas respiran esa modestia que desprendían las primeras historias del francés. Un ejemplo y dejamos ya de rajar de Trondheim: el padre de Lapinot se pone cursi y metafísico cuando nos explica cómo un avión pasa por delante de una estrella en el cielo de Honk Kong (en la ombliguista “La maldición del paraguas”). Delisle, en cambio, nos cuenta su periplo para comprar tinta en Rangún y, por el camino, nos ofrece una interesante panorámica de la coyuntura política y social del país.
En Corea (“Pyongyang”), en China (“Shenzhen”) y ahora en Birmania Delisle se (re)presenta estupefacto y extrañado frente a un mundo que le sorprende y le fascina. Dibujándose a él mismo sobre fondos blancos, el autor se muestra solo y pone de manifiesto una cierta desconexión con un segundo plano que le es ajeno. Así sucede también en “Cronicas Birmanas”, dónde Delisle se encuentra acompañado de su hijo de apenas un año de edad mientras su mujer, miembro de Médicos Sin Fronteras, se ausenta para trabajar en diversas campañas alrededor de Birmania y otros países fronterizos. Descubrimos así al Delisle padre, tan perdido y fascinado en ocasiones como el Delisle viajero.
En resumen, otro cómic-diario del que duele pasar las páginas, que nos obliga a dosificarlas para no alcanzar el final del viaje de Delisle. Un viaje que, de algún modo, se convierte también en el nuestro. Como siempre, brillante i altamente recomendable.
Astiberri