Aunque suene paradójico, es un tremendo placer que, habiendo uno postulado los dos tipos esenciales de cómics sobre la pandemia (de primera ola: inmediatos, cronistas, y de segunda: reflexivos e híbridos) llegue alguien y le dé una patada a mis estructuras teóricas con un jugosísimo culebrón. En realidad no es que Dog Biscuits vaya sobre la pandemia. Pero fue dibujado durante la misma y en toda la obra aparece como algo más que un telón de fondo; acaso como algo que se ha superpuesto a otras tantas cosas que ya estaban allí y que ha trastocado y afectado de formas inesperadas las vidas de todos.

Dog Biscuits se antoja un poco como un gigantesco oxymoron. Su base es un culebrón con un triángulo amoroso intergeneracional e interclase que a ratos se antoja vodevil, a ratos película porno, a ratos sátira antisistema… unos rasgos que nos llevaría a encuadrar la obra como heredera del cómic underground y alternativo. Sin embargo (o quizás a causa de ello) en Dog Biscuits me ha parecido que se ha puesto sobre la mesa un realismo incómodo. De nuevo, el oxymoron. Es fascinante como los personajes antropomórficos de este tebeo me parecen más auténticos que los de muchos otros de su quinta. No me vienen a la cabeza ahora muchos autores o autoras que sean capaces de llevar a cabo un retrato psicológico de personajes de diferentes edades y estratos, a tiempo real, tan clarividente como el que podremos leer aquí.

Todo ello pertrechado con un estilo de caricatura antropomorfica feista, como decíamos, muy heredera del underground. Con una estructura narrativa funcional pero con algunas páginas que son pura poesía. Que no tiene miedo al desbarre (esos policías metidos de meta que son pollas con patas). Y que por una cosa u otra, engancha.
Es una obra que tiene ese impulso de leerse del tirón, si bien son casi cuatrocientas páginas. Pero lo cierto es que absorbe por la sencilla cuestión de que, con todas sus herencias, puede que sea la obra más contemporánea que se haya podido dibujar en los últimos años.

 

Dog Biscuits', el cómic que refleja cómo la pandemia amplificó nuestras  emociones