‘Nunca he tenido ganas de ser otro, la vida trata sobre saber quien es uno mismo’. Así de rotundo se pronunciaba Floc’h, Jean-Louis Floch (25 de septiembre de 1953, Mayenne, Francia) en una entrevista para la emisora France Culture donde hablaba sobre El arte de la Guerra una aventura de Blake y Mortimer en Nueva York. La afirmación viene al caso porque, aunque en esta ocasión el autor francés ha cedido su dibujo al servicio de los personajes de Edgar P. Jacobs, en ningún caso, y por fortuna, estamos ante lo que suelen denominar los franceses una ‘pâle copie’. Al contrario esta es una magnífica reinterpretación del universo de una de las parejas más famosas del cómic. Conocemos otros ejemplos similares; la práctica de retomar a personajes insignes del universo de la BD franco-belga ha pasado por las manos de Sfar y Blain con Blueberry, Bouzard con Lucky Luke, Vivès recientemente con Corto Maltés o la tan aplaudida apropiación de Spirou por parte de Émile Bravo, por citar algunos ejemplos. Todas ellas con el sello personal de los firmantes y todas ellas estupendas por la relectura y la frescura que ofrecían a los devotos, tanto de los autores como de los personajes. En este caso particular la atribución del autor ha sido total y, sorprendentemente, pese a romper radicalmente con los cánones formales de la serie, el resultado es de una coherencia absoluta.

Los personajes de Jacobs mantienen su personalidad pero atraviesan una suerte de espejo formal y se integran a la perfección en el universo flochniano. La línea clara de Floc’h que mezcla el pop art de Lichtenstein -con guiño a Warhol incluido- con el fino trazo de Hergé y Jacobs (por supuesto) les sienta estupendamente. Así como algunas de las transgresiones/licencias en las que ha incurrido en esta revisión : ha eludido los clásicos y tupidos diálogos en favor de una mayor elocuencia en la parte gráfica. Ha prescindido de los tics más manidos: muertes misteriosas, gentío, super armas destructivas (aquí es un simple YB-49) y toda la vertiente más de ciencia ficción de la serie. Ha optado por una estructura con pocas viñetas por página rompiendo también con el encorsetamiento visual de la serie original. Eso sí, no falta la presencia del malvado Olrik.
La portada del álbum es ya toda una declaración de principios. Lejos de esa grandilocuencia tan típica de Jacobs, Floc’h presenta a los dos protagonistas conversando por las calles de Nueva York, sin focos, sin caras de susto, sin ser atenazados por ningún mal. La tensión y el misterio en esta ocasión se muda a las páginas del relato, a la interacción y el diálogo de los personajes, una pirueta ejecutada magistralmente gracias a los recursos gráficos de Floc’h y al guion que firman a medias Jean-Luc Fromental y José-Louis Bocquet.
Floc’h no ha jugado a ser Jacobs, ha sabido imponer su personalidad por encima incluso de la totémica pareja, sin caer en lo reverencial ni tampoco en la originalidad excesiva. Maravilloso.