Hace veinte años el Washington Post reconocía que “1998 no era precisamente la época dorada de los cómics”, pero que “algunos signos de vida se estaban manifestando ahí fuera para los fans del medio”. Lo hacía justamente en la reseña de Ghost World: álbum editado en 1997 en formato integral pero serializado desde 1990 por Daniel Clowes a través de su publicación Eight Ball.
Ahora veinte años después podemos ratificar que Ghost World se ha convertido en una de las piedras de toque del cómic norteamericano independiente, para muchos una puerta de entrada a la obra de autores que hoy gozan de una enorme relevancia y peso como Julie Doucet, Adrian Tomine, Joe Matt, Charles Burns, Chris Ware.
Tal y como rezaba la reseña del Washington Post que recoge Ken Parille en un excepcional artículo publicado hace unos días en The Comics Journal, una de las muchas virtudes del cómic de Clowes es que (al igual que el Maus Art Spiegelman) “la gente quedaba aparecía retratada tal y como actúan y hablan en la vida real”.
Traducida a más de 23 idiomas y en casi todas las listas de los mejores tebeos de la historia la obra de Clowes podemos afirmar hoy encumbró -junta a otras- a una nueva edad dorada de los cómics.