Refiriéndose a su abuela paterna, Géraldine Schwarz explica en Los amnésicos (subtitulado Historia de una familia europea) que “la Oma había desarrollado cierto apego emocional por el Tercer Reich”, y matiza a renglón seguido que aunque ese sentimiento no era “de naturaleza verdaderamente ideológica, como a muchos alemanes, Adolf Hitler la había hecho soñar”. Algo muy similar lo deduce Nora Krug (Karlsruhe, Alemania, 1977) a propósito de sus antepasados más directos en Heimat: lejos de mi hogar, a lo largo de un recorrido doloroso y emocionante.
Partiendo del deseo de hallar su propia identidad, emprende a través de documentos, recuerdos y fotografías un viaje a la memoria familiar, contrastándola, y aquí viene la principal dificultad, con los hechos históricos. Para lograrlo, hace uso de cuantos materiales tiene a su alcance, dando forma finalmente a un cuaderno de bitácora de su periplo, en el que tienen cabida todos los recursos posibles (texto, ilustración, tipografía, cartelería, diseño publicitario, historieta), que se van agregando y superponiendo, al principio, sin orden ni concierto aparente, y más adelante ya con pulcritud centroeuropea.
Tras una lectura en la que hemos ido conociendo sus hallazgos al mismo ritmo que ella, queda claro, entre otras muchas cuestiones, que no debió ser sencillo reconocerse como alemán después de la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias físicas y morales de las políticas desarrolladas por el régimen nazi durante más de una década pervivieron incluso después de su derrota y a varios niveles. Fue como una especie de mancha viscosa que marcaría incluso a generaciones venideras, como la de Schwarz y Krug, sin ir más lejos. Y ambas tratan de asimilarla, a un nivel íntimo y personal, a cambio de descubrir el origen de esa mácula.