Más de veinte años, una ida y vuelta al infierno y miles de litros de tinta han sido necesarios para que vea la luz uno de los libros más esperados de nuestro cómic, Romeo muerto. Santiago Sequeiros regresa para mostrarnos su particular universo. Bienvenidos a La Mala Pena.

 

Si te parece vamos a retroceder en el tiempo. ¿Cómo nace La Mala Pena?

La Mala Pena ya estaba presente, aunque no se nombrase, en la primera historia que publiqué con diecisiete años, Danzando entre sombras borrosas (I.M.A.J.E.N D.E SEVILLA, 1989). Tenemos a un sepulturero que desentierra a una muerta y después se suicida para estar con ella. Desde mi primera historia está la negación de la vida. Me da la sensación de que siempre estoy contando la misma historia, girando sobre el mismo tema, acechando la misma herida. No hago más que repetirme. También tengo la sensación de que el subconsciente me dicta lo que debo decir, y mi consciencia lo enmascara.

 

La obra nace para contarme a mí mismo algo que no quiero ver tal cual es, porque me resulta intolerable aquello que me muestra el espejo

 

¿Cómo nace la obra?

Desde el comienzo tengo una idea borrosa de la historia completa de La Mala Pena. Cuando empecé a publicar historias cortas en Totem (1990), ya tenía planteadas ideas que iban a salir en Ambigú (Camaleón, 1993), Romeo Muerto (Reservoir Books, 2021) y Nostromo Quebranto (Camaleón, 1995). La historia de Romeo muerto la situaría en un momento intermedio entre Ambigú y Nostromo Quebranto. Cuando acabé Ambigú, salté directamente a Nostromo porque ya vi que se me acababan los estudios y no iba a poder dibujar más tebeos, que iba a tener que buscarme la vida en el campo del diseño gráfico o la ilustración. Si te fijas, hacia el final de Ambigú ya aludía al episodio de Circe, la alcaldesa y de Víctor Flammin´, que están en Romeo muerto. La muerte de la Alcaldesa aparece en la primera historieta que publiqué en el Totem, y en ella el tema central es el sacrificio de Nadie Amor y la pérdida de Victor Flammin´, que aparece al principio de Romeo Muerto. Ese episodio se repite en Nostromo Quebranto, a través de Víctor Trágico, que no es otro que Víctor Flammin´ expulsado del reino de los muertos. Con bastantes personajes he estado usando de forma inconsciente un recurso literario que descubrí hace un par de años en un prólogo a Las Novelas Ejemplares, de Cervantes, mientras leía El Coloquio de los Perros, y que se trata de la “polinomasia”. Consiste en otorgarle a un personaje una pluralidad de nombres como componente más significativo de una identidad ficticia (en el Quijote, por ejemplo: Alonso Quijano/Don Quijote). Los personajes no recuperan su nombre hasta la restauración de su equilibrio emocional, roto al principio de sus aventuras. Mediante el recurso polionamástico sus personalidades auténticas quedan temporalmente veladas, en una suerte de atenuación existencial, hasta el cumplimiento completo de su misión, cuyo premio será la muerte completa y plena. Esta operación la he hecho toda mi vida incluso, sospecho, conmigo mismo. La obra nace para contarme a mí mismo algo que no quiero ver tal cual es, porque me resulta intolerable aquello que me muestra el espejo, por vergüenza y por miedo;  y extraigo su significado velando los significantes, enmascarando la realidad, adornando la miseria con más miseria; así hasta comprender cómo fui tan gilipollas para meterme donde me metí, y no hablo sólo de alcohol, sino de algo anterior, algo que me perturba y bloquea emocionalmente, y se encuentra incrustado en la infancia. Algo que brota en la adolescencia, pero que lo hace al revés, en vez de hacia afuera, escarba hacía dentro. Y ahí me encuentro siempre, un poco asustado, compulso, obcecado.

 

El universo de La Mala Pena a través de las cabeceras en las que se ha publicado.

 

 

Empiezas a publicar con los últimos estertores de las revistas de los ochenta. Enseguida ese contexto desaparece y publicas en los años noventa en Camaleón, editorial independiente que surge en esos momentos.

Cuando se mueren las revistas ya tenía Ambigú totalmente planteado. Mi idea era hacer una serie de cuatro números en formato cómic-book, como las Limited Series americanas que se destilaban en aquella época, pero el primero se vendió tan mal que no querían sacar más. Les convencí para sacar el álbum (de hecho, puse parte del dinero, que pedí prestado a mis padres, para su edición) y así se vendió algo mejor. Las revistas desaparecieron mientras estudiaba Diseño Gráfico. Que se vendiera algo mejor Ambigú no significó esencialmente nada para mi viejo y ya quedó descartado el sueño de vivir haciendo tebeos, pero mientras estuviera estudiando Diseño Gráfico podía ocuparme de La Mala Pena. Y eso hice durante los tres años siguientes, primero con Camaleón y luego con La Cúpula. Cuando acabé los estudios, se acabaron los tebeos. Y me estrellé contra la realidad.

 

 

Has sobrevivido a los vaivenes del mercado del cómic de las últimas décadas. Tienes una forma de entender el cómic muy personal y ajena a las tendencias del momento.

Es la forma en la que entiendo mis historietas, no La Historieta. Cuando empecé a publicar en Totem, la industria ya estaba languideciendo pero yo no me enteraba porque era un chaval. No había posibilidades de dedicarme a la historieta como oficio, de modo que me planteé utilizar el lenguaje del medio para contar mis historias. Al principio me encontré con gente que me dio consejos sanos, de buena fe, para vivir del cómic como buscar guionista pero no les hice caso, mis dibujos no eran versátiles y quizá no me interesaba que lo fueran, no sé. El caso es que deseché pronto la idea de dedicarme profesionalmente a esto. Pensaba que no iba a generarme más que una mayor frustración. Por otro lado, ya había encontrado una madriguera más efectiva, un lugar donde ni siquiera tenía que trabajar para eludir la realidad, en la botella. Así que me dediqué a trampear en la vida y a llenar mi cabeza con notas y dibujos para Romeo, a buscarme la vida como ilustrador, y sobretodo a beber.

Pero, en lo que respecta la historieta, no tengo una sensación de frustración por no haber logrado ser un autor más leído, creo que esas barreras que puse las puse por algo. Siempre he tenido claro que iba a hacer mis cosas. A mi me interesa lo que me interesa. Para lo que quiero contar todas mis elecciones son conscientes. Si decido sobrescribir algo es porque las imágenes solas no me sirven y viceversa, los textos tampoco. Utilizo todo lo que tengo a mano para armar un “algo” donde me encuentro y expreso de una manera que no puedo hacerla en ninguna otra parte. Es mi lenguaje, me conecta con la infancia, me constituye.

 

Deseché pronto la idea de dedicarme profesionalmente a esto. Pensaba que no iba a generarme más que una mayor frustración (…) ya había encontrado un lugar donde ni siquiera tenía que trabajar para eludir la realidad, en la botella

 

La Mala Pena refleja tus filias y fobias desde la adolescencia, un viaje que aún continúa.

Con la edad me doy cuenta de que La Mala Pena es un retrato distorsionado de mi mismo y allí sigo. Mientras escribo estoy sumergido en ese baile de máscaras y enmascaramientos. Antes pensaba que estaba huyendo pero me doy cuenta de que estoy buscando algo que he perdido hace muchísimos años, antes incluso de empezar a dibujar tebeos.

La única imagen que se me ocurre es la de un niño perdido pero no se porqué está perdido o si tiene que ver con el amor, el maternal o paternal. Desde luego tiene que ver con las emociones y lo mal que las gestiono.

 

Desde el comienzo apuestas por una línea que se mantiene fiel a si misma aunque no deja de evolucionar.

Es como una planta, no deja de crecer. Yo, sin embargo, busco la raíz. La planta crece hacia arriba pero mi búsqueda es hacia abajo.

 

Cuando eres muy joven desarrollas el grueso de tu obra en cómic y después hay una ruptura radical. Han pasado más de veinte años hasta que haces Romeo muerto. Has tenido contacto con varias editoriales y, desde fuera, daba la sensación de que tenías miedo a cerrar un círculo.

No he cerrado ningún círculo, nada se cierra. Sí que quería acabar Romeo muerto, y verlo publicado en las condiciones en que las pensaba, pero ya no siento esa sed por publicar que tuve, por ejemplo, con Ambigú. Los trabajos preliminares, que nadie ve, son los que me parecen realmente interesantes, como actividad, me nutren, exploro y juego. Con eso voy a seguir hasta el final.

 

En los cuadernos de trabajo, Circe.

 

Romeo muerto más que cerrar un círculo abre otro nuevo; y son como los círculos de la lluvia en el asfalto, que se conjugan. Tengo localizadas varias tramas en el libro que continuarán en otros personajes. Todo conduce a un final al que me da miedo llegar. Es una zona más oscura que el alcoholismo, más profunda, que tiene que ver con una parte de mi infancia y que no sé si quiero tocar. Está llena de culpa y vergüenza y autodesprecio, no sé. Al final, la idea que subyace bajo toda esta historia es la de construirme un féretro, creo.

 

DIBUJERO

 

Te defines como dibujero. La ilustración de prensa es tu principal fuente de sustento.

Sí, pero yo no puedo considerarme un ilustrador, desde luego no un ilustrador todoterreno, ni siquiera tengo un agente. Creo que conozco algo el lenguaje, un poco el oficio, pero desconozco casi todo del medio. Me gusta la ilustración porque me conecta con la realidad y el texto acota mi natural tendencia a la disgregación. De todos modos, nunca he sido bueno en eso de labrarme un porvenir… Vivo de la ilustración porque vivo en un pueblo al lado del mar en el que el alquiler es barato, no tengo hijos ni nada que dependa de mí. Por eso me fui a vivir a Almería.

 

De profesión, dibujero. Fotografía: Eva Viera.

 

 

El dibujo de prensa tiene una inmediatez y reclama un punto de vista personal que le puedes aportar ampliando los contenidos de las columnas.

La ilustración no me la tomo de un modo tan radical como la historieta. En el cómic nunca he intentado encajar ni vivir de ello, por mis filias y fobias pero sobre todo por mis limitaciones. En ilustración el lenguaje es diferente. Está apegado a la realidad. Cuando me meto en algún trabajo intento que tenga un cierta “profundidad psicológica”, con todas las comillas del mundo; juego con conceptos, con arquetipos, con metáforas visuales, símbolos, en cierto sentido bailo agarrado al lector, aunque a veces cometa el error de perderlo de vista.

No se puede decir que sea un ilustrador versátil. Siempre acabo llevando todo a mi terreno aunque en la ilustración puedo ser bastante eficaz. Las ilustraciones no las pagan del todo mal aunque ya no estén tan bien remuneradas como antes, pero es que yo siempre he llegado tarde a todas las fiestas.

En la ilustración me adapto al texto que ilustro. Lo hago dentro de un terreno acotado pero es muy estimulante. Al ser tan inmediato no te lastras tanto como en el tebeo. No te digo que tengas que hacer un tebeo durante veinticuatro años porque lo mio con Romeo muerto ha sido… en fin, pero si te tomas el cómic de un modo profesional por lo menos vas a dedicarle dos años de tu tiempo. El medio no me gusta tanto como para dedicarle la vida entera. Me encanta porque es parte de mi infancia. He recibido mucho de los tebeos que me han gustado, me he refugiado en ellos, pero no creo que le deba nada al medio. En cómic quiero contar mis historias y si van bien perfecto. Publicar sé que puedo publicar, nunca he ganado un duro con ello pero ningún editor se ha arruinado conmigo. Puedo publicar pero porque quiero hacerlo, un poco como los poetas, que trabajan en otras cosas mientras escriben sus versos.

 

Los libros de José Luis Sampedro te salvaron la vida. He leído que incluso en la editorial te pusieron una habitación para que pudieras dibujar porque no tenías dónde hacerlo. Esos libros demostraron que podías hacer otro tipo de historias.

Sí, demostraban que mi material podía llegar a un espectro más amplio de lectores, que no son veneno para la taquilla. Es cierto que Sampedro vende mucho. Ese libro me salvó porque estaba muy jodido económicamente y no veía futuro por ninguna parte. Intentaba ganarme la vida como ilustrador pero, como a todos, me costó mucho.

El libro de Sampedro me dio, sobre todo, 7.000€ de royalties. Con ese dinero pude pagar la fianza de un piso. Hasta entonces vivía en casa de amigos, andaba pegando sablazos a mis padres y no tenía donde dibujar. Así pasé cinco años de mi vida. No tenía ordenador. Con ese dinero me pude comprar uno y con él ya tienes un mail donde localizarte si te van a ofrecer un trabajo y también puedes cumplir los plazos de entrega en un medio tan exigente, tan apremiante, como es el de la prensa. Ese libro me dio una base logística sobre la que empezar a desarrollar una “carrera” que luego me encargué en sabotear a conciencia, jaja. Ay.

 

REFERENTES

Uno de los referentes más comentados del libro puede ser la prosa de autores como Onetti, unido a tebeos americano como el Born Again de Miller o la serie negra de Muñoz. Combinas todo ello y ofreces una versión perversa de todo lo leído y lo vivido.

A mi me gusta literaturizarlo todo, pero también en la vida. Me gustan los libros y eso lo traslado a lo que hago. Tengo unos intereses y los mezclo. Me chifla Onetti pero no lo descubrí hasta Nostromo Quebranto, así que no lo veo como un referente, sino como una poderosa influencia. Referentes literarios diría que son los que empecé a leer de adolescente, mientras daba forma a La Mala Pena; mis primeras lecturas, porque empecé a leer libros algo tarde; Boris Vian, Nietzche y Valle Inclán. Y también Bukowski.

Born again  es mi tebeo favorito de toda la vida. También Encuentros y desencuentros de Muñoz y Sampayo. Para mi son obras maestras por lo que supusieron en mi vida cuando los leí. Seguro que hay tebeos mejores, incluso de sus autores, pero no para mi. Esos tebeos son míos. Otro referente, para mí, es Atmósfera Cero, de Steranko, que publicó en España Eurocomic y compré en los 80. Es otro tebeo que tengo desgajado de tanto manosear, me voló la cabeza.

Pero en Romeo Muerto, más que Born again, veo a Batman Año uno. Siempre hay mucho Miller en mis historias, mucho del Miller de mi adolescencia, hasta el Dark Knight. Después tiene otras obras maestras; pero sin tanta presencia en mis historias como Daredevil, Ronin o Dark Knight.  En Ambigú, Circe es un trasunto deslavazado de Kingpin, por ejemplo. Y en Romeo Muerto uso claramente a Gordon para componer, retorcidamente, a Jonás. Por un lado, este tipo de disposiciones pienso que resultan útiles para involucrar al lector en un mundo tan extraño y hermético; por otro lado, me conectan emocionalmente con lecturas que supusieron mucho para mí y en muchos sentidos. En el caso de Muñoz, su presencia es constante y duradera. A mi pesar, jaja.

 

Romeo muerto me ha recordado también al Keko de Livingston contra Fumake.

Me encanta Keko. Adoraba su trabajo en Madriz. Es una influencia muy potente en mi trabajo, casi al mismo nivel que Muñoz. Tiene un tipo de mancha muy estructurada que es parecida a la mía. Suelo olvidarme de mencionarlo pero para mi Keko ha sido una gran influencia, como Atmósfera cero. Cuando era un chaval fue un descubrimiento de cómo afrontar la distribución de los negros y del peso específico que tienen en la página. Hablando de Keko, lo mismo me ocurrió con El Cubri en Sombras, que descubrí un año o dos después.

 

Algo fundamental en tu trabajo es crear atmósferas. La Mala Pena, esa especie de Gotham degenerada, es tan importante como las historias que allí se cuentan.

Eso tiene que ver con las limitaciones. A la hora de generar las atmósferas ayuda la mancha. Aparte de mi admiración por Muñoz, que la tengo, la mancha surge porque no sabía dibujar; como no sabía dibujar figuras correctamente, las deformaba; como no sabia detallar los dibujos, los tapaba con la mancha. Paradójicamente, de esas limitaciones surgieron una expresividad y una contundencia con las que, sinceramente, no contaba. Yo estaba dibujando en el Totem y después de mis cuatro páginas venía una historia de Manara. Manara sabe dibujar y yo no pero con el negro, mi página pesaba más. Los puntos fuertes tienden a equilibrar la balanza y ocultar las limitaciones a los ojos del lector.

Son trucos que van conformando un organismo propio. Ocultar las limitaciones te lleva a tomar otras decisiones, obligan a adentrarse por otros caminos. En la limitación se encuentra el estilo. Si eres capaz de dibujarlo todo, es probable que te quedes en el naturalismo. Cuando era pequeñito, si quería reflejar la realidad tenía que inventar una nueva porque no sabía dibujarla. Y una cosa te lleva a la otra, te apartas de la realidad y profundizas en otro territorio. Ni mejor ni peor, distinto.

 

DÍAS DE VINO Y ROSAS

 

Mirando tu recorrido vital hay una constante, que es el viaje. No sé si La Mala Pena hace que, ante la falta de un lugar donde asentarte, te construyas uno propio.

Supongo que algo de eso hay. Nunca me he asentado ni creo que lo haga. En mi caso nací en Buenos Aires. Mis padres se movieron mucho durante toda mi infancia y yo iba detrás. Cuando se asentaron en Sevilla, yo ya había terminado COU y decidí seguir esa inercia. Fui a Barcelona a estudiar, estuve dando vueltas, luego me medio asenté en Madrid y cuando me separé me fui a un pueblo cercano a la capital. Allí acabé muy quemado y terminé hundido con el tema del alcohol. No tenía dinero para vivir en una ciudad así que me fui a un pueblo que tuviera al menos una ventana, que era el mar. Busqué un lugar que fuera barato y en el que pudiera mantenerme con lo que hago. Soy dibujante, no ingeniero. Mis ingresos son los que son. Y por ahora aquí estoy, como siempre, un poco de paso. ¿Quién sabe?

 

El alcohol está muy presente en tu obra.

Está muy presente en mi vida. Más que dibujante de cómics o ilustrador yo soy alcohólico. Desde los 19 años me he dedicado a beber hasta los 40. Mi actividad principal en la vida ha sido beber. La otra actividad ha sido dibujar. El resto de actividades han sido secundarias hasta hace bien poco. El alcohol está por todas partes en mis historias. También una cierta indigencia emocional. No se trata de que nadie me quiera, sino la sensación de que no he querido a nadie en mi vida, ni a mi mismo. En mi obra hay también mucha soledad y una profunda sensación de pérdida aunque no sé concretamente que era aquello tan importante que perdí. Imagino que a mi mismo. En fin, toda mi obra gravita alrededor de una herida, una falla emocional o a lo peor es sólo un agujero. En todo caso, una grieta ancha y profunda, vacía, en la personalidad, que llené de alcohol.

 

 

Transmites en tu trabajo la imagen de  artista maldito.

No la fomento, en serio, pero tampoco me parece mal. Es sólo una etiqueta que a decir verdad se ajusta a lo que se percibe desde fuera. Yo hago tebeos raros y he llevado una vida que ayuda a esa catalogación, así que no puedo quejarme ni renegar ni mucho menos compadecerme. En el fondo, con el alcohol, tengo lo que me he buscado. No tengo a nadie a quien echarle la culpa. Con los tebeos lo mismo. Desde el principio tomé una decisión y voy con ella hasta el final.

 

Tu obra se ha publicado de un modo muy disperso y es difícil de localizar. ¿Abre la puerta Romeo muerto a publicar tu material previo?

No lo sé. Una reedición habría que trabajarla. Tendría que volver a escanearlo todo, los originales que tengo y los que he vendido, que tendría que recuperar. Es un problema gordo. Además, debería compensar. El editor me lo puede publicar pero yo necesito un año de mi vida para buscar, limpiar, escanear todo ese material. Cada libro tiene un formato diferente además y editar un libro cuesta dinero y se venden el número de ejemplares que se venden… en fin, no tengo la varita mágica.

Lo que tengo entre manos es seguir con lo mío, que es lo que puedo abarcar. Por un lado, mi trabajo como ilustrador, que es el que me sustenta. Por el otro lado, seguir rebuscando en el vertedero de mi cabeza a ver qué encuentro para plasmarlo en los libros de La Mala Pena, y acabar de contarme en él. Y que, al acabar, sea el libro el que acabe leyéndome a mí. Y que me explique de una vez quién demonios soy. Es una quimera, lo sé. Pero es una coartada cojonuda para pasar los próximos treinta años.

 

Debido a la debilidad del mercado editorial tu obra se ha publicado en La factoría de ideas, Camaleón y ahora Reservoir books. Son tebeos a los que tenemos acceso solo los que hemos crecido contigo.

A mi me jode por la gente que no ha podido leer mi obra, y pueda estar interesado en ella, que tengan tan difícil acceso. La idea de reeditarlos es muy jugosa, pero es muy complicada. Requeriría que Romeo Muerto fuera un éxito objetivo. Todo eso hay que calibrarlo porque el trabajo de producción sería una locura y tengo que ganarme la vida. Tengo que plantearme si merece la pena hacer ese esfuerzo, e incluso si materialmente puedo hacerlo. Hacer un tebeo, escribirlo, dibujarlo, me compensa de un modo que no puedo explicar, funciona por retroalimentación, aunque no sirva para nada. Pero confeccionar un libro, escanear las páginas, limpiar los originales, diseñar la maqueta, preparar el producto, en suma, es otra cosa muy diferente. Ahora mismo, preferiría seguir adelante con Romeo.

 

Tanto te apetece que marcas que este arco tenga cuatro números.

Esa es la idea. Hacer un arco de cuatro números/libros/negaciones. “Nein sagen” (decir no) ha sido el primero. Luego vendrían “Nein tun” (hacer no), “Nein wollen” (querer no) y “Nein denken” (pensar no). Son interdicciones, expresiones violentadoras del lenguaje, que usaba Nietzche en sus escritos para poner a caldo el cristianismo postulando que era una doctrina que negaba la vida. Me parecieron un buen retrato del ser alcoholizado que era. También constituyen el auténtico propósito que persigue Romeo Resuello.

 

No veo una forma de conexión íntima conmigo mismo mayor que cuando dibujo

 

Volvemos a encontrarnos con viejos personajes y Romeo muerto es quizás la gran novedad.

Todos mis personajes son máscaras de mí mismo. Cuando surgió Romeo, en el 97, me encontraba en una situación sentimental desecha, ella había emprendido una vida fuera del país y yo me encontraba atascado en Barcelona, estancado en ella. O eso pensaba entonces que ocurría. El caso es que me vino a la cabeza la imagen de un portero de hotel guardando un hotel vacío. El amante que continúa revolviendo el despojo de un amor que ha desparecido. En un principio la historia era básicamente de desamor. Luego comenzó a mutar al ritmo que mi alcoholismo galopaba. Empecé a sospechar que Romeo no habitaba el cadáver de su mujer, ese amor muerto, sino que necesitaba de esa creencia para eludir el hecho de que se estaba pudriendo dentro de su propio cadáver. Que toda esa fantasía morbosa, malsana, victimista, autocompasiva y autocomplaciente no eran más que maniobras para encubrir su alcoholismo. La fatalidad y el fracaso como abono para la nada, para matarse bebiendo. Romeo es quizá la máscara con la que más he convivido, pobre.

 

¿El dibujo te ha ayudado a entenderte?

No sé si a entenderme pero si a sentirme conectado a mí mismo. No veo una forma de conexión íntima conmigo mismo mayor que cuando dibujo. A veces presiento algo parecido con la escritura, pero me cuesta mucho más.

 

¿Habrá que esperar otros veinte años para tu próximo cómic?

Espero que no, sino no llegaremos ni al tercer libro (risas)