Por construir empezando por el tejado, que para el caso, una crítica apresurada a una de las novedades más destacables del panorama editorial, no entraña peligro arquitectónico alguno, diremos que el retorno de Fermín Solís a la novela gráfica adulta es motivo más que suficiente para la celebración, porque nos encontramos ante su trabajo más fino.

El objeto de atención que nos ha arrancado a Solís de su veta infantil (siempre recomendable, citemos Astro-ratón y bombillita y La tribu chatarra) es Medea. Sacerdotisa y hechicera, enamorada y cómplice de Jasón en sus aventuras, sobre ella la mitología y la literatura clásicas hacen reposar el mayor de los pecados, tristemente de actualidad. Medea asesina a sus hijos para vengarse de su amado Jasón, quien, como extranjera, terminará rechazándola en favor de una princesa egea. A partir de esta figura de horror trágico tenemos varias versiones, miradas incluso antitéticas de autores como Eurípides, Ovidio o Séneca (¿Quieres conocer más sobre Medea, acudir a los clásicos para empaparte del personaje? aquí puedes conocerla en una versión teatral con, palabras mayores, Lola Gaos y Agustín González). Así que Solís, en su Medea a la deriva, se une a una tradición, la de la mirada fascinada por un personaje fascinante.

 

Lo que traza es una versión libre ya no del mito sino del alma del mito. Del pensamiento profundo de esa Medea esquiva, atroz, mujer independiente también, poderosa pero, en esta historia, castigada

 

Lo que traza es una versión libre ya no del mito sino del alma del mito. Del pensamiento profundo de esa Medea esquiva, atroz, mujer independiente también, poderosa pero, en esta historia, castigada (¿por los dioses del Olimpo?) a vagar sobre un iceberg eternamente, inmortal. Y partiendo de un mito obviamente misógino (algo propio por otro lado de la cultura de la Antigua Grecia) nos devuelve una lectura comprensiva, honda y, eso sí, igualmente trágica.
Fermín Solís indaga en la psique de la hechicera, en su arrepentimiento (o no) y en sus miedos. En su amor. Lo hace en un trabajo formalmente virtuoso, de un minimalismo digno de Max (lógico que el autor de Vapor firme unas palabras laudatorias para el cómic de Solís, hay tangencias evidentes) donde un único personaje en medio del océano sobre una masa de hielo plana logra arrastrarnos en la lectura. Obviamente lo formal es decisivo en ello, a través de composiciones de página sencillas, dúctiles, en las que prima el gesto gráfico más básico (nada de redundar, y mejor sugerir que explicar en exceso) y un aplomo colosal a la hora de usar el color. Su gama (además del blanco y negro) se reduce a la antítesis de dos colores primarios opuestos, el frío azul y el cálido rojo.

Lo que obtenemos es así una obra tan cerebral como arrebatada. Una conjugación a priori difícil que en esta Medea a la deriva se demuestra la mejor de las vías para apasionarnos por el destino imaginado de la hechicera clásica.