Ha costado más de veinte años, pero al fin llega a nuestro país la obra de Lynda Barry (Richland Center, Wisconsin, 1956), autora de dilatada y prestigiosa carrera. Una influencia confesada por tótems de la talla de Chris Ware y referencia más que evidente de compañeras del gremio como Emil Ferris o Gabrielle Bell. Su primer trabajo publicado en España, Mis cien demonios, practica un género que la autora estadounidense bautizó como autobioficciongrafía.
Cuando salió este cómic, justo al comienzo del siglo XXI, la autora ya llevaba a sus espaldas más de veinte años de carrera como historietista: en 1977 su colega de universidad, Matt Groening, sin que ella lo supiera, empezó a publicar su obra. Algo que se nota en la fluidez y libertad con la que “empuña” el pincel.
Acostumbrada al formato breve para prensa e inspirada en la obra pictórica de un monje zen del siglo XVI, que se dedicó a dibujar demonios que le perseguían a lo largo de un pergamino, Barry revive 17 momentos de su infancia y primera adolescencia: su primer novio, juegos de pelota en la calle, los bailes familiares, los olores que marcaron la infancia en su barrio, el primer viaje de LSD o la primera incursión en una headshop para hacerse con mandanga underground.
Trazo, texturas, colores, collages, todo ayuda a ensimismar la mirada. Para acabar de redondearlo, Barry tiene la habilidad de ir al meollo y encadenar momento memorable tras momento memorable en cada viñeta. Figuras femeninas potentísimas, como son su madre o su abuela, propuestas didácticas para los lectores y lectoras, y una pregunta recurrente: ¿dónde termina la realidad y empieza la ficción? La verdad es que da igual, porque las historias de Lynda Barry rezuman autenticidad y se te pegan en el recuerdo de mala manera.
Esperemos que, una vez abierta la veda, lleguen pronto muchos más títulos de esta jefa del noveno arte. Ya de paso, pediría también que alguien se interesara por las obras de colegas suyas que merecen ser recuperadas, como son Nicole Hollander y Heather McAdams. Y ya puestos, los cómics de Mark Alan Stamaty, otro buen amigo suyo.
Mención aparte merece eñ excelente trabajo de la traductora, Montse Meneses, y a la rotulación y el diseño de Sergi Puyol.
Sin duda alguna es este uno de los cómics del año.