El problema (es un decir, que no es para tanto) de escribir sobre una obra ya consagrada pero hoy reeditada es, a veces, el peso. Uno termina la lectura y siente que las palabras se le atragantan. ¿Podemos aportar algo de luz tras plumas tan significativas como, por seguir con el ejemplo entre paréntesis, Óscar Masotta? Pero es una falsa responsabilidad, ya que toda obra puede recibir el empuje de un nuevo estudio y la luz de una nueva mirada. Para el caso de la humilde reseña crítica, además, siempre tenemos una vía cuando la suerte es que dicha obra deslumbra al crítico: dejarse llevar por las chispitas que tililan ante la mirada tras la lectura en caliente. Contagiar la excitación ante lo leído.
Hermano menor (por volumen de hojas editado, nada más) de El Gato del rabino que realiza Joann Sfar como autor completo (Sfar, por supuesto, es también un enorme dibujante), este cómic protagonizado por un cuadrúpedo racional se beneficia además de un Blain a los lápices que está siempre soberbio y en el segundo tomo en un particular estado de gracia. Lástima que las aventuras de este cánido no fuesen continuadas. Da para muchos ladridos, más que estos tres que, no obstante, merece la pena atesorar como joya del cómic contemporáneo.
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