La primera colaboración entre el escritor Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besós, Barcelona, 1965) y Laura Pérez Vernetti (1958, Barcelona), referencia histórica del cómic realizado por mujeres, destila transparencia, honestidad y sentido del humor. Su resultado es la suma de dos formas de observar el mundo y de estar en él. Es, también, un desparrame de referencias culturales, mitos populares y, sobre todo, un canto de amor a una ciudad cautivadora –posiblemente herida, atravesada por una pandemia, el turismo y otras entelequias que llegaron con el s.XXI –: Barcelona.
La forma del relato es tal cual la de un reportaje pero con derivas orgánicas que se alejan de la formalidad o de estructuras anquilosadas. Los temas de conversación dan paso al documento de las actividades, a perfiles individuales, a mapas. Aguagim es muy dinámico y sorprende porque da salida a toda una variedad de recursos narrativos que normalmente asociamos a estilos de línea clara. Sin embargo, Sáez lo resuelve con aparente facilidad con su estilo colorista de brochazos a rotulador que inspira lo que cuenta: pura vida.
Es precisamente su expresividad la que hace que la obra funcione, resulta curioso escribir un tebeo sobre una banda músical (y los pequeños retazos de la vida del autor) y no tener ni un sólo bocadillo, el texto se reserva para carátulas, carteles y los títulos de los capítulos y nada más. Todo el peso de la narración recae en cómo se suceden las imágenes, algo que consigue transmitir con mucho éxito.
Más allá de la posible crítica de fondo que puede haber a la situación laboral de una generación, de lo deshumanizante que es la vida en la ciudad, o de lo loco que nos vuelve el capitalismo, que de todo hay. Pero no importa, lo importante es la risa que consigue en el lector, no es fácil hacer reír. Cuando alguien lo consigue con el desparpajo y el espíritu gamberro que luce Vannier dejar pasar la ocasión si que es de ser Imbécil.
A veces, al elegir qué tebeo nos llevamos a casa basta con seguir la intuición, aunque no sepamos nada de él. Puede que nos llevemos un chasco, porque a menudo se trata de cómics que no suelen estar en la conversación y que se nos pueden pasar por alto. Eso me ha pasado con El beso de la sirena: una recomendación en el Graf hablándome de Luis Yang, una portada enigmática, un interior atrayente, confianza en la editorial. Y al final, ha resultado ser toda una sorpresa. Una muy grata.
Un oscuro manto se desarrolla ágil con giros que dan tanto pie a conocer la vida bajo las normas sociales y los prejuicios de entonces como a ir desplegando el misterio presentado. Todo el cómic, en el fondo, busca el retrato social, uno de los temas que Martín domina muy bien. También domina el autor el dibujo y la narrativa. Estilo de línea clara que busca más la claridad y fomentar la narración que epatar al lector. Y dicha narrativa contempla algunos pasajes muy bien ejecutados para la construcción del tono.
Aunque no es un cómic en el que Lafebre haga excesivos alardes gráficos, su estilo se mantiene fiel a lo dinámico y lo expresivo con un puntito muy medido de plasticidad. Me encanta los detalles mínimos (o no tanto) que dibuja en andares y gestualidad, así como la incorporación de elementos metafórico-humorísticos que existieron durante mucho tiempo en la historieta y parecen ya olvidados. Chapó por ambientar su historia en Barcelona, con esas estampas que nos dedica. Sólo le saco en falta que no integre un poco más sus personajes en los escenarios de la ciudad.
La combinación entre forma y fondo no deja de ser delirante. La historia tiene un algo de cómic frankmilleriano en su voluntad de retrato urbano global, con sus caras ocultas, sus elementos despreciables, sus héroes inesperados, sus tribus callejeras, su violencia y sus giros tragicómicos. Todo ello, sin embargo, contado con unos protagonistas parecen sacados de máquinas de bolas a un euro, con sus colores estridentes, sus formas brutas que se antojan mal esculpidas. El conjunto acentúa el tono de sátira en un relato que se canaliza a través de un misterio que se convertirá en épica bien-mal, resuelto de la forma más inesperable y lateral posible.
Como nos tiene acostumbrados ya Laura Pérez (Valencia 1983), su dibujo es preciso y limpio. De una gran belleza en sus paisajes y escenarios, los llena de unos personajes de grandes ojos oscuros que muchas veces no están seguros en qué plano de realidad están viviendo. Ella coloca al lector casi como un espectador que contempla las escenas agazapado desde algún punto del escenario, a veces adentrándonos demasiado en la intimidad de los personajes, como si fuéramos un fantasma más. Para conseguir sus características atmósferas, usa el color mayormente en armonías de azules, verdes y naranjas desaturados combinados con grandes campos de negro para transmitir esa oscuridad de la noche y de la historia.
Con un tono que nos recuerda más a la Taberna Galáctica de Beà, al Autoestopista Galáctico de Douglas Adams, o al Bill, héroe galáctico de Harry Harrison. Como dice el lema de los IgNobel, primero reir, luego pensar. Aunque lo segundo tampoco es que haga falta, basta con la sensación de maravilla y asombro que deja el Universo de Monteys, ya sería suficiente. Bueno, no, después del cyan y el magenta esperamos con ansiosa paciencia un nuevo tomo, el amarillo.
Daniel Torres regresa a su personaje fetiche (Roco Vargas), para jugar con la meta ficción y divertirse dibujando cosas en su universo retro futurista. Cada vez que Torres saca un nuevo tebeo vuelve a deslumbrar con su estética retro futurista tan sumamente icónica. Máximo exponente de la línea clara, laureado varias veces en el Saló del Cómic y en Angoulême…incomprensiblemente el autor valenciano aún no ha sido reconocido con el Premio Nacional del Cómic. Este su último trabajo bien podría servir para remendar un situación tan bochornosa. Crucemos los dedos.
La burocracia, el trabajo, el miedo a los demás, fantasear con el otro, la hipocondría, google. Para ello se vale de todos los recursos que puede sin sacarnos nunca del relato huidizo del sueño. Cambia el punto de vista (en un momento son dos pájaros quienes describen lo que pasa), cambia el tamaño de la cabeza de su protagonista y se vale de poetas místicos, de un disfraz de gamba, de pantallas de ordenador con gurús de la autoayuda. Gráficamente es exuberante pero se mantiene a raya, poniéndose al servicio de un hilo argumental que parece frágil pero te conduce férreo hacia la siguiente puerta. Parecen muchas cosas pero también me sería imposible describir todo lo que pasa en un sueño. A Andrés Magán por suerte no le cuesta. Uno de los cómics del año.
Gabriele Münter. Las tierras azules es una obra muy evocadora, desconocía a la pintora hasta que leí este cómic y me ha parecido una forma más que óptima para aprender de su vida y obra. Me ha gustado especialmente la forma de ordenar las estaciones y las transiciones entre capítulos, dándole un aire cíclico y de renacimiento: la vida sigue, los pájaros siguen cantando y las artistas dibujando.