El presidente del jurado de la edición de 2023 del Festival de Angoulême, Alexandre Astier, se atrevió a poner su cargo en juego si El color de las cosas no se llevaba el premio a la mejor obra. Al final no hizo falta tal cosa puesto que Martin Panchaud (Ginebra, Suiza, 1982) se alzó con el Fauve d’Or con la aprobación -por unanimidad- del jurado. Por su parte, la crítica especializada también cerró filas ante un trabajo que lleva al límite, por no decir que revienta, los fundamentos estructurales y formales del cómic, tal y como los creíamos conocer.
El Color de las cosas está más cerca de la infografía que de la novela gráfica, su planteamiento gráfico está en las antípodas del género: los protagonistas están representados en su mínima expresión y aquí lo de mínima se cumple a raja tabla; son unos círculos. Formalmente, además, las páginas eluden cualquiera de las variantes convencionales. No hay cuadrícula alguna y la puesta en página, a simple vista, tiene muy poco atractivo visual. Al igual que la portada, que bien podría ser la de un manual al uso y que elude los lugares comunes, por suerte los editores se han encargado de destacar en las fajillas del libro todos los elogios y premios que ha recibido el libro.
A pesar de una carta de presentación tan poco…sugerente, la experiencia final es más que satisfactoria. Aunque, al recaer todo el peso figurativo sobre nuestras espaldas, el libro nos plantea una disyuntiva: Al final uno no sabe si lo que ha leído es un realmente un cómic u otra cosa. La representación gráfica que plantea Panchaud nos sitúa directamente en la misma perspectiva que la de un investigador descifrando la actividad molecular a través de un microscopio. Probablemente, y de forma inconsciente, esa suerte de perspectiva cercana a la omnipresencia divina sea otro de los muchos (y muy buenos) mecanismos que utiliza el autor para seducir nuestra atención. A lo que hay que sumar un historia perfectamente estructurada de tintes dramáticos con las dosis justas de tensión, mal rollo, risas, acción y emoción.
Si bien la obra se acerca al ámbito de lo experimental en su forma, todo lo contrario ocurre con el fondo; el autor nos guía magistralmente por la historia amén de un guion muy potente que cumple con su acometido, el de atrapar al lector y mantenerlo en vilo…incluso con los circulitos.
Chris Ware o Richard McGuire son algunos de los nombres que han sonado en las referencias atribuibles a Panchaud, y es verdad que algo de ambos autores se pueden identificar en este trabajo. La depuración gráfica de Ware y quizás la exploración formal de McGuire. Pero lejos de caer en el name dropping lo más relevante sin duda sería que El color de las cosas nos demuestra que en el ámbito del cómic todavía se pueden dar muchas vueltas de tuercas y que la capacidad para formular o reformular una historia usando el lenguaje secuencial es inagotable, por suerte para nosotros.