La (olvidable) película El ladrón de palabras es un thriller literario protagonizado por un novelista en horas bajas, interpretado por el popular Bradley Cooper, que tras encontrar un manuscrito ajeno y publicarlo como propio consigue una fama y un reconocimiento inusitados. Por supuesto, las cosas no se quedarán ahí y la aparición del verdadero autor de la obra desencadenará una serie de consecuencias inesperadas. Algo similar es lo que propone ahora el historietista Daniel Blancou (Saint-Laurent-des-Arbres, 1976) en Sobra un autor de cómic, aunque con unos objetivos más modestos a los del descafeinado largometraje dirigido por Brian Klugman y Lee Sternthal.

Como en otros títulos editados recientemente que desde diferentes latitudes han ahondado en los entresijos del mundo del cómic (Bad Weekend, El pacto, La verdadera historia de Futurópolis, Pobre Lampil), el divertido trabajo de Blancou profundiza en un contexto que conoce a la perfección para describir  algunas de las cuestiones intrínsecas que más le interesan. Disfrazándolo de comedia, y tomándose a sí mismo como principal víctima de esta parodia, denuncia la precariedad y los vicios de un mercado, el de la BD, que aquí siempre nos había parecido edénico y envidiable. De una u otra manera todos reciben su ración de bofetadas, desde el falso transcendentalismo de la etiqueta de novela gráfica al conformismo de los lectores, pasando por los festivales o por unos historietistas que se mueven entre el egocentrismo y el victimismo más descarado.

Mediante esa incisiva representación consigue incluso traspasar la pura referencialidad endogámica para atreverse incluso con las diferentes interpretaciones del mismísimo concepto de arte o con la caducada diferenciación entre alta y baja cultura. Y todo sin perder de vista de donde viene y lo que tiene entre manos: un tebeo, ni más ni menos. Pues en lo que respecta a la forma Sobra un autor de cómic está concebido como un álbum clásico de gran tamaño que casi duplica la extensión natural de estos productos pero que se despliega a partir del clasicismo de sus colores y sus líneas y que solo se permite experimentar cuando es necesario y cuando el desarrollo de la historia así lo requiere. Está claro, por lo tanto, que Blancou no es ese autor que sobra.