En El fuego nunca se acaba Noelle Stevenson (Columbia, EE.UU., 1991) nos permite aproximarnos a sus experiencias vitales del período comprendido entre 2011 y 2019, correspondiente a sus 19 y 27 años respectivamente. A partir de una selección de las vivencias y acontecimientos más destacados de cada año que configura el intervalo y amparada en el marco del diario biográfico, Stevenson recorre aproximadamente una década de su periplo existencial de forma abierta para su lector.

Gracias a las fotografías reales que ilustran los diferentes fragmentos, al humor y a la honestidad en la presentación de las diferentes vicisitudes y procesos a los que como protagonista debe enfrentarse, la fluidez preside las más de doscientas páginas que conforman el volumen. En lugar de poner el foco temático en dibujar una historia de crecimiento personal, entendido como una progresión cronológica con la maduración como culminación del proceso, Stevenson se desliza hacia la presentación de un personal autoretrato, en el que prima el proceso de búsqueda y definición de la propia identidad.

Galardonada con diferentes premios y creadora de obras de gran éxito de crítica y público, como Nimona, por la que ganó el premio Slate Cartoonist Studio al mejor webcómic, un Eisner y un premio Cybils, Stevenson ha sido nominada al premio Harvey, seleccionada por The New York Times como uno de los cien mejores libros del año (New York Notable Book) y finalista del premio Andre Norton, así como del Premio Nacional del Libro de Estados Unidos al mejor título de literatura infantil y juvenil. De hecho, fue la finalista más joven de la historia de este galardón, con 23 años. Como también es coguionista de la conocida serie de Leñadoras, publicada en España por Sapristi y premiada con dos Eisner, además de productora ejecutiva de la serie de animación She-Ra, que podemos ver en Netflix.

Pese al brillante currículum, Stevenson no opta por el orgullo o la acumulación de méritos como estrategia para el avance de la narración sino que con una fina sensibilidad abre de par en las páginas del proceso creativo para su lector, que contempla desde una butaca privilegiada las circunstancias existenciales que han marcado la concepción de los títulos anteriores. De esta manera, El fuego nunca se apaga se convierte en perfecto complemento para la relectura de cualquiera de sus obras, pues nos proporciona valiosas claves para la comprensión de su génesis, evolución o de su devenir editorial. Así por ejemplo ocurre con Nimona, reedición actual por parte de Astiberri cuya lectura a la luz de El fuego nunca se apaga presenta guiños para el lector que ha podido compartir parte del periplo de Stevenson y disfrutar de sus primeros bocetos.

Pese a la necesaria elaboración ficcional tanto de los episodios que presenta como de las reflexiones, sentimientos o estados anímicos que han presidido las etapas seleccionadas, Stvenson no oscila hacia la construcción de un personaje como protagonista sino que opta por la sinceridad compositiva. De esta manera, potencia la proximidad con su lector al que le brinda un personal esbozo en torno al ser humano que se oculta tras cada creadora.