Siempre es un reto hacer un cómic sobre un tema religioso sin caer en la crítica chusca o el proselitismo descarado. Para grata sorpresa del que escribe estas líneas, Ralf König supera este reto con nota. El autor alemán, demostrando tener un respeto y elegancia que ya quisieran para sí gran parte de la curia española, nos presenta una versión extremadamente lúcida y cerebral del Génesis, y eso, en este caso, tiene bastante mérito.
Ralf König es homosexual, colectivo bastante denostado por la mayoría de las religiones. König podría fácilmente tener motivos de sobra para presentarnos una obra demoledora contra los dogmas religiosos en los que se basa gran parte de nuestra cultura. Cierto es que no es lo mismo ser gay en al actualidad que, digamos por ejemplo, en la edad media, pero no olvidemos que para muchos creyentes, los homosexuales son considerados como unos enfermos descarriados, a los que hay que tratar, curar y “recuperar”.
A diferencia del resto de obras del autor, en este caso nos encontramos con un elenco de personajes muy reducido: Dios, la serpiente del paraíso y Adán. A mi entender es difícil mantener el interés del lector durante toda la trama (el tomo tiene más de 100 páginas) con un número tan reducido de personajes. Pero este hecho es de sobras compensado con las brillantes (b-r-i-l-l-a-n-t-e-s) conversaciones entre Adán y la serpiente.
Normalmente König relega a un segundo plano las escenas de sexo explícito en sus obras, para centrarse en las relaciones humanas entre sus personajes. En este caso, casi las relega a un tercer plano para centrarse en disquisiciones filosóficas trilaterales entre los tres personajes de la obra, pero centrándose más en la relación entre Adán y la serpiente. König respeta la dualidad y equidistancia entre el bien y el mal en su representación gráfica; es cierto que nos presenta un Dios muy humano (en lo bueno y en lo malo), pero también lo hace en el caso de su alter-ego maligno.
La serpiente del paraíso se nos presenta como la versión más cínica y pragmática de Dios en la tierra, se diría que es una especie de asesor técnico-administrativo del altísimo en la tierra. Para desesperación de ambos (sobretodo de la serpiente, que parece haber sido puesta en la tierra para comerse todos los marrones), Adán, en principio sumiso, dócil y alienado, se vuelve cada día más independiente, crítico, e inquieto, máxime después de ingerir un trozo de la manzana prohibida.
A lo largo de las 110 páginas, Adán desmitifica y desmonta algunos de los pilares religiosos que se le han intentado inculcar, siempre desde una perspectiva sencilla, noble y honesta. Sin embargo, en ningún momento de la obra parece renegar completamente de Dios, y es que en esta obra es complicado tenerle manía al sumo creador: se le puede ver (o más bien intuir), como un ser bienintencionado, humanamente acomplejado, falto de visión en algunas ocasiones, algo despistado en otras, y siempre con ligeros síntomas indicativos de personalidad múltiple.
Después de leer esta obra, y tal como comenta Adán en una de las viñetas, vemos más a Dios como una creación a imagen y semejanza del hombre que al hombre como una creación a imagen y semejanza de Dios. De lectura obligada en cualquier mente inquieta que se precie, sea religiosa o no.