Piruetas nos habla de los doce años que su autora dedicó al mundo del patinaje artístico. Siguiendo la estela de otros tebeos autobiográficos como Fun Home de Allison Bechdel o Blankets de Craig Thompson, Tillie Walden (Austin, USA, 1996) plasma lo que fue su infancia y adolescencia. Es importante no dejarse engañar por los tonos pasteles de lilas y blancos, pues precisamente he citado estas obras porque tienen el mismo tono amargo y melancólico. Ya desde las primeras viñetas se ve la tristeza y el aislamiento de Tillie que se acaba de mudar, no tiene demasiadas amigas y sufre acoso escolar. Todo esto se agrava por la propia naturaleza del patinaje artístico: un mundo hiperfeminizado y estricto (lleno de vestidos incómodos, maquillaje y sonrisas falsas) en el que no es capaz de encajar.
El estilo de dibujo de Piruetas es claro y sencillo, una paleta de tonos lilas con algunos toques de amarillo para resaltar ciertos momentos. Esta elección de colores no es casual y se debe a los propios trajes que usaba ella para patinar. La composición de páginas y viñetas es muy clásica y regular, esto ayuda a recalcar el carácter cotidiano de la vida de Walden y la repetitiva rutina del entrenamiento del patinaje. Aunque pueda parecer un cómic lento, están continuamente pasando cosas, aparece un episodio detrás de otro sin encontrar una reflexión sobre ellos. Lo cual da una sensación de duda a la hora de plasmar los sucesos, parece que ni siquiera la propia autora sabe qué conclusión debe sacar.
Piruetas trata sobre aceptarse a uno mismo, sobre el viaje de Walden a lo largo de esos doce años. Vemos cómo casi todos sus problemas los causa ella misma, porque tiene miedo o no quiere afrontar las consecuencias que traerán sus decisiones. No intenta adornarlos ni justificar sus errores, sólo muestra las cosas tal como las recuerda. A lo largo de sus más de 400 páginas nos damos cuenta de cómo va madurando, pero al llegar al final nos damos cuenta de que aún no es una adulta del todo y aún le queda mucho por aprender (y a quién no).
Aquí no hay fondos espectaculares como hemos visto en On a Sunbeam, sino que Walden adapta su estilo a algo más recogido y costumbrista. No hay apenas adornos ni composiciones imposibles, sólo la historia tal cual como un diario personal. Y es esa sinceridad, esa honestidad a la hora de mostrar algo tan íntimo y la capacidad de transmitirlo al lector, lo que hace que sea uno de los mejores cómics que he leído nunca.