Carmen de Mairena es una persona transmutada en personaje que, como frondosas copas del bosque, no debe impedirnos ver la esencia de esta novela gráfica. Que efectivamente mira a la figura de Mairena pero que sobre todo debe destacar, a mi juicio, por su cualidad de frontera en múltiples direcciones. En primer lugar, la génesis crea ya una Zona Negativa de jugosa imprecisión: nace como intento de biografía más o menos ortodoxa, semi oficial, para derrapar por un slice of life de la propia autora, metida a poltergeist de normalidad en el universo trash de Carmen. Y como tal, este cómic muta en un artilugio de desnudez creativa― y en ocasiones emocional― de Juncosa. Ante su torrente de pensamiento, inseguridades y observaciones, la figura marmórea, o más bien plástica, que nos presenta de la otrora atracción freak televisiva se torna enigmática e inesperadamente rica. A veces no mostrar revela más que exhibir. Y en el libro lo que sabemos de Mairena, más que por ella misma y sus palabras o acciones, lo sabemos por sus silencios, sus desganas y sus abandonos. Que finalmente componen el puzle de su tristeza y derrota.
Carmen de Mairena. Una biografía, el libro, pudo caer en el mockumentary (si tú no me lo das, yo lo invento) pero en vez de eso resulta un documentado diario íntimo de la propia Carlota Juncosa. Casi diría que sin filtros, “honestidad brutal”. Creo que su gran virtud es una transparencia autoral con la que empatizamos. Sus vacilaciones llegan al lector, nos guían por un relato y unos personajes turbios.
Su gran virtud es una transparencia autoral con la que empatizamos. Sus vacilaciones llegan al lector, nos guían por un relato y unos personajes turbios
No tanto Mairena, triste derrota de alguien frágil que, en un momento de su atribulada vida, olió los oropeles del famoseo estéril de la telebasura ―la que ella misma definió con su presencia, sus pareados gruesos y su físico imposible―. No, los personajes turbios son los que rodean a Carmen, y que Juncosa describe con precisión quirúrgica en su gestualidad, su verborrea, su instinto de supervivencia. Es verdad que no estamos ante un trabajo redondo, que a veces parece divagar más de lo aconsejable, pero lo que parece evidente es la capacidad de su autora para el retrato humano y contradictorio. Ahí están los depredadores que rodean a Mairena, así como el autorretrato de Carlota, a través del que dibujamos a una persona enormemente empática y a una artista en crecimiento, insegura y al tiempo valiente.
De sus dudas creativas y de su enfoque libérrimo obtenemos otro punto atractivo, más fronteras imprecisas. La más obvia es la utilización de lo que le conviene sin prejuicio alguno, desde el empleo dominante de textos con tipografía a un dibujo muy suelto, pasando por material fotográfico y hasta algún plano de la vivienda de Carmen. Carmen de Mairena, un intento de biografía destaca en esta falta de prejuicios, en el empleo útil de todo lo que puede servir narrativamente a su autora. Una falta de prejuicios que lleva a Juncosa a no obrar según el canon digamos “cinematográfico”y convertir así todo en ideogramas, incluso las escenas secuenciales. Un maravilloso ejemplo lo vemos en las páginas 72-73:
En una mesa tenemos a cuatro personas; en la página par vemos de espaldas al lector a un hombre calvo y, a su izquierda, a la propia Juncosa; en la página siguiente la autora dibuja un contraplano, pero en él se dibuja ella (ahora de frente al lector, obviamente) sentada a la derecha del hombre. Lo que sería un fallo de concordancia gráfica y narrativa a ojos del clasismo (rancio) no lo es, porque Carlota Juncosa no dibuja escenas. Plasma las ideas, la memoria de un suceso, una charla que nos traslada al libro con la forma de una escena ortodoxa de historieta. Falsa ortodoxia, enésima visita de este cómic a la Zona Negativa, la de los estados imprecisos y la creación sin camisas de fuerza.