Tardi cierra con este tercer tomo la trilogía que ha dedicado a contar la experiencia de su padre durante la Segunda Guerra Mundial, como prisionero en campos de concentración alemanes. En esta última entrega relata el regreso a la vida civil tras el conflicto y la dura adaptación a una nueva vida. Eso convierte este tomo en el cómic más personal del autor, ya que en esta ocasión al hablar de su padre también nos habla de su infancia y de sus recuerdos. Y lo hace con su habitual virtuosismo al dibujo, con esa línea clara tan personal que ha definido toda su obra. Memoria histórica que toca la fibra.
Es este un tebeo con muchas capas de lectura, referencias que combina estupendamente el lenguaje del cómic con otras formas narrativas, como pasajes literarios, anuncios y noticias de prensa o televisión. Mención aparte merecen las citas que usa el autor para introducir cada uno de los capítulos -Charles Caleb Colton, J.D. Salinger, Philip Roth, Lewis Carroll, William Freedman…- que sitúan al lector justo en la perspectiva en la que el autor desea que éste se encuentre, sin forzar la narración.
Niño prodigio es muchas cosas, pero ante todo, es un excelente trabajo de memoria familiar, de recuperación de un momento histórico al que esperamos se sumen muchos más y merecidos premios.
Prudhomme y Rabaté hacen un maravilloso retrato de esa inexplicable obsesión del hombre, o del hombre europeo, deberíamos decir, ya que en otras latitudes se rehuye el sol como el provocador de cáncer que es. La playa de este pequeño pueblo francés se convierte en todas las playas, los domingueros somos nosotros o nuestros vecinos, que fuimos en los SEAT de nuestros padres a la Costa Brava, pasando calor y llenos de arena a la vuelta.
Con trazos firmes y expresivos, mezcla de lápiz y acuarela, con predominio de grises acordes a la época y estado de ánimo que retrata, Yelin nos narra un doloroso conflicto interior que le permite pasar de la historia individual a la colectiva. Y es que, a través de la historia personal de su abuela, la autora retrata de forma magistral y sin que casi nos demos cuenta a toda una generación. Obra más que recomendable. No es casualidad, pues, que haya ganado diversos premios en Europa y fuera nominada a los premios Eisner e Ignatz.
La excitación de adentrarse en una saga de les grandes, con unas protagonistas bien definidas y carismáticas y un genial giro final, como los que nos regalaban a finales de los 90 los grandes renovadores de la BD: Blain, Sfar, Trondheim y compañía. Esta es la sensación que uno tiene al leer esta primera entrega del universo de Marylène. Esperemos que el cómic funcione comercialmente y nos lleguen nuevas entregas, gracias a La Cúpula. Un aplauso a la genial traducción de Rubén Lardín, como acostumbra.
El mal camino es un peldaño más en el la obra del autor que ha sabido recuperar la esencia del cómic, alejándolo de la peligrosa órbita del tan resobado género de la mal llamada “novela gráfica”.
Megg y sus compinches han dinamitado los cimientos del comic strip a través de sus transgresiones constantes, que en esta nueva entrega, llegan a cotas dificilmente superables. Uno incluso se plantea si realmente es “humor” el género al que se puede adscribir este gigantesco despropósito.
Alejado gráficamente del manga más elocuente y espectacular, Yarô Abe es sin duda alguna un alumno aventajado de Yoshiharu Tsuge, su excelente capacidad para la radiografía social se ponen de manifiesto en las dos entregas de esta serie que se han publicado durante este año en nuestro país.
Una fabulosa obra costumbrista que mezcla gastronomía popular con historias de bajos fondos, a través de una fascinante muestra humana.
No es de extrañar que este tebeo haya sido un superventas en Francia y se haya llevado el premio del público en el Festival de Angoulême de 2018. La mezcla de humor y de divulgación científica, estupendamente aderezada, convierten a esta obra en un auténtico page turner. Genial.
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Obra titánica, proyecto de vida (más de 16 años de trabajo) o coronación de un genio que nos ha mal acostumbrado a su espectacular orfebreria gráfica: Y es que con Chris Ware hay ya quién se atreve a recibir sus nuevos trabajos con bostezos, mientras esgrime algún que otro argumento de puro cuñadismo del estilo “más de lo mismo”. Algo hay de razón en eso, pero bendita sea la exhuberante repetición de una de las mejores voces del cómic norteamericano. Imprescindible, como siempre.
Éxito y fracaso, interior y exterior, realidad y ficción, la arrogancia de Abe y el introvertido carácter de Simon… Son los opuestos que Simon dinamita en un viaje con un resultado poco nítido, en el cual lugares imaginarios de estrambóticas postales pueden parecer más familiares que las calles de un pequeño y viejo conocido pueblo como Dominion; una grieta inaccesible puede llegar a conectar el interior con el exterior físico y emocional, y una sombra breve puede inaugurar un momento de lucidez.
Si la historia se las trae, gráficamente la cosa se va de madre. El cómic tiene secuencias memorables: el abordaje pirata, la amputación encolomada al aprendiz, el saqueo del palacio oriental, la borrachera en pleno temporal o el episodio de delirium tremens abstemio. Ruppert y Mulot son conocidos por sus experimentaciones atrevidas en álbumes que aún permanecen inéditos en nuestro país, y Schrauwen, no se queda a la zaga y es, ahora mismo, uno de los máximos exponentes de la vanguardia de la historieta. El resultado es increíble.
Mi vida en barco es un doble viaje: el que realiza su personaje principal, Kenta Tsuda, por el discurrir del rio sobre el que avanza con su barca y el que se produce en su interior, mediante la constante reflexión y cuestionamiento de algunos de los aspectos esenciales de su vida. De lento discurrir esta obra, editada aquí en un solo volúmen, es una de las mejores recuperaciones que se han producido este año.
Sabrina quizás sea un elaborado ejercicio de perdón al padre. Ante el colapso de la autoridad socio-simbólica en los no-lugares postmodernos, la racionalización extrema o el delirio paranoide son preferibles a la falta de sentido.
En conclusión, a nuestro juicio, Sabrina es una obra maestra, si tal etiqueta romántica se sostiene en el universo que describe. Por su cohesión gráfica y narrativa, la historieta de Drnaso es una obra-de-arte-total que apunta desde el trauma personal a los males colectivos de la sociedad contemporánea.