Dentro del ecléctico conjunto de memorias literarias de excombatientes de la Iª Guerra Mundial, las caricaturas de Alban B. Butler (Oklahoma, 1891-1948), que acaba de recuperar El Nadir por obra y gracia de René Parra, podrían situarse a medio camino entre Adiós a todo eso de Robert Graves y Tempestades de acero y Diarios de guerra de Ernst Jünger. Por un lado, comparte con el escritor británico la ironía y el contraste de ciertas imágenes, aunque sin caer en la farsa ni en la teatralidad que denunciara Paul Fusell en La Gran Guerra y la memoria moderna. En cuanto a Jünger, ambos destilan un aroma aventurero hasta cierto punto entusiasta que no pone nunca en cuestión lo absurda que llegó a ser esa contienda.
Esas peculiaridades responden estrictamente a lo que supuso la experiencia de Butler en el frente. Él era algo más mayor que Graves o Jünger cuando fue destinado a Francia como miembro de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense, en un momento además en el que los soldados europeos llevaban cerca de tres años combatiendo, con el enorme desgaste emocional y físico que eso suponía. Además, sus viñetas detallistas y meticulosas estaban pensadas para disfrutarse casi de manera inmediata, sin afán de pasar a la posteridad. Formaban parte del Field Artillery Brigade Observer, un boletín diario que incluía noticias y curiosidades, pensado para mantener alta la moral de las tropas norteamericanas y que se distribuyó entre los soldados desde la primavera de 1917 hasta el después del armisticio.
Leídas hoy siguen manteniendo un llamativo optimismo, así como una innegable capacidad para captar la esencia de cada instante concreto. Con un estilo de dibujo claramente influenciado por algunos de las grandes estrellas de los cómics para la prensa de entonces, principalmente Frederick B. Opper y Bud Fisher, logra sobrepasar la mera anécdota para convertirse en un retrato fidedigno de la vida cotidiana en las trincheras y en la retaguardia. Las tiras no son solo simpáticas, sino que son auténticas.