Ryoichi Ikegami (Takefu, 1944) es, desde hace años, un nombre bien conocido por estos lares. No en vano, algunos de sus cómics más conocidos formaron parte del gran desembarco del manga en España a principios de la década de 1990 compartiendo catálogo con la primera edición en castellano de Dragon Ball, por ejemplo. De hecho, el primer cuadernillo -formato elegido para introducir aquí los tebeos japoneses, imitando lo que estaba haciendo Viz en el mercado estadounidense- de Crying Freeman: La ley del Yakuza apareció un mes antes que el número uno de la exitosa serie de Akira Toriyama. A renglón seguido, y en un plazo de tiempo relativamente corto, fueron editándose el resto de sus trabajos más reconocidos, caso de Mai: La chica con poderes y, poco después, de Santuario.

 

Desde entonces, y con el paso de las décadas, hemos ido conociendo el resto de su larga trayectoria, en la que, paradójicamente, sus exitosas colaboraciones con Kazuo Koike, Kazuya Kudo o Shô Fumimura suponen una especie de paréntesis rodeado, a uno y otro lado, por otras obras menos ambiciosa pero de cariz más personal. Una muestra significativa de las mismas nos las presenta ahora Satori en dos tomos complementarios; Oen, que recoge historietas publicadas originalmente entre 1966 y 1972, y Yuko, que agrupa, por su parte, otras nueve realizadas, en cambio, con posterioridad a aquellos títulos tan populares, cuando Ikegami ya era un autor plenamente consolidado dentro de la industria.

 

Centrándonos en esta última compilación, compuesta por relatos autoconclusivos e independientes aparecidos en las páginas de la revista Big Comic a lo largo de los años noventa, reconocemos un conjunto de temas que siempre le han interesado pero que aquí aborda desde un punto de vista más adulto y libre. A partir de guiones propios, o inspirándose en los escritos de Ryûnosuke Akutagawa (el autor, entre otros, de Rashomon), Kyôka Izumi o Kan Kikuchi, recorre los rincones más inhóspitos de la naturaleza humana. La pasión, el deseo, la envidia, los celos o la obsesión son la base argumental de unas historias crudas y, por momentos, desconcertantes. Sensaciones que se acrecientan con el realismo preciosista del dibujo de Ikegami que aumenta el desasosiego de unas historietas, de diferente extensión, contexto y ambientación, protagonizadas por mujeres fuertes y por personajes masculinos que se debaten entre la violencia y la pusilanimidad.