Durante este último Salón del Cómic, Planeta ha recopilado en un solo volumen mastodóntico – casi mil páginas en blanco y negro – la primera etapa de la trayectoria editorial de Osamu Tezuka – el dios del manga – (Osaka, Japón, 1928 -Tokio, Japón, 1989) correspondiente a su vínculo con la industria de los libros rojos (akahon) de Osaka. En ausencia del bitono El mundo en mil años (1948), aquí se reúnen La nueva isla del tesoro (1947),  Lost World (1948),  Metrópolis (1949) y las dos entregas de Next World (1951 y 1952), acompañadas de unos interesantes apéndices del propio Tezuka que incluyen fragmentos de su diario de la época. Todos estos trabajos ya habían sido publicados por Glénat – tal como una nueva edición de Astroboy del mismo formato – traducciones de Marc Bernabé – que ahora se recuperan.

Fig. 1- Osamu Tezuka, Segundas páginas de Shin Takarajima (1984 y 1947)

La legendaria Shin Takarajima – primera de las obras de este libro – se considera como el pistoletazo de salida del story-manga de postguerra, habiendo vendido en su momento más de 400.000 ejemplares. Sin embargo, Tezuka no quedó muy contento con el resultado ya que su guionista y editor, Shichima Sakai, la recortó sin consultarle, segando secuencias tan importantes como el célebre atropello frustrado del cachorro. Con el tiempo, los originales de este pilar del manga se perdieron y en 1984 – coincidiendo con el cierre de sus obras completas – el maestro se decidió a redibujarla cambiando, por ejemplo, de tres a cuatro viñetas por página (Fig. 1). A excepción de las viejas copias de los libros originales, esta es la única edición disponible.
Resulta difícil por tanto evaluar el primer gran trabajo de Tezuka desde el punto de vista gráfico ya que, incluso en sus primeras ediciones, el sistema de impresión kakihan dependía de la mano intermedia del grabador de la plancha. Igualmente, en cuanto al découpage y la puesta en página, tampoco nos sirven ni la edición original mutilada ni la edición póstuma remontada salvo en un aspecto: en ambas la orientación del sentido de lectura es vertical.
Esta peculiaridad nipona – normalizada por entonces a través del yonkoma de Machiko Hasegawa Sazae-san (1946) – es aprovechada al máximo por Tezuka para experimentar sobre este eje de acción con diversas caídas y ascensos. Llama igualmente la atención, para una obra tan primeriza, el recurso a secuencias de flashbacks mediante viñetas perfiladas como nubes.
 
Fig. 2- Osamu Tezuka, Lost World (1948), p. 236-237.

 
En el siguiente trabajo, Lost World, la plasticidad de sus figuras – especialmente los dinosaurios – testimonia el parentesco de Tezuka con los dibujos animados que se pone de manifiesto asimismo en otra de sus viñetas donde agrupa a diversos personajes estadounidenses de animación como Mickey y Donald o Popeye y Betty Boop pero, también, de sus tiras de prensa como Bringing up father (1913) de Georges McManus, The Little King (1930) de Otto Soglow, Blondie (1930) de Chic Young o Henry (1932) de Carl Thomas Anderson, flanqueados por celebridades locales del manga como Nonki na Tosan, Sho-chan, Norakuro, Fuku-chan, Tanku Tankuro o Boken Dainichi, este último modelo visual del protagonista (Fig. 2). Tal compendio proclama con claridad las primeras influencias gráficas de un Tezuka que, por entonces, contaba tan solo con 20 años de edad. Quizás por contacto con el teatro de Takarazuka, en esta primera etapa formativa abundan estas toscas viñetas en plano general a doble página que aglomeran confusamente a los personajes.
Fig3. Osamu Tezuka, Lost World (1948), p. 51-57

Por su parte, Tezuka también crearía su propio star-system uno de cuyos personajes más conocido debuta comercialmente en Lost World: Higeoyaji o el detective Mostacho, cuyo enfrentamiento al borde del abismo con su enemigo recuerda poderosamente al célebre combate entre Sherlock Holmes y Moriarty, una secuencia que bien podría pertenecer a un flip-book (Fig. 3). Así como Shin Takarajima se inspiró en La isla del tesoro de R.L. Stevenson, Tezuka había tomado el título de Lost World de una novela de Conan Doyle.
Fig. 4- Osamu Tezuka, Metrópolis (1949), p. 15.

Esta tendencia omnívora del autor se continuaría el año siguiente con Metrópolis que – inspirada por el Çargumento general y algún fotograma suelto de Fritz Lang– confirma la conocida ascendencia de lenguaje del cine sobre Tezuka, como muestra – de buen comienzo y con claridad diáfana – una puesta en página que retoma el recurso inicial de La nueva isla del tesoro: el zoom in (fig. 4).
El protagonista de Metrópolis encarna, en palabras del maestro, al “modelo de todos mis héroes y heroínas”: un androide cuya identidad confusa se desvela en una página cuya estructura Tezuka también replicará exitosamente en el futuro:
Michi no es un ser humano, ni animal, ni vegetal, ni mineral. Es un ser artificial creado a partir de células artificiales.. […] En el fondo de su garganta hay un botón que, si se pulsa, puede hacer que Michi adopte forma de chico o chica.
El último libro de esta serie, la epopeya Next World, cierra el volumen con una alegato pacifista que incluye una de las primeras representaciones en el manga del hongo atómico. En conclusión, he aquí una obra orientada a los amateurs del Noveno Arte interesados en explorar los orígenes del manga