Reconozco que no es fácil enfrentarse por primera vez a un autor como Nathan Cowdry (Brighton, 1990) con este Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel, 2020). Cowdry lleva ya cinco años publicando sus propios fanzines. Soft Touch Redux, Faraway Beach, Shiner, Western Voyeur y Love Songs son grapas, normalmente muy bien editadas, donde recopila ilustraciones e historias de entre una y una docena de páginas, 20 a lo sumo, pobladas por querubines, púberes y peluches y otros objetos cuquis que envilecen la moral del lector -allá cada cual con su carga de taras, desviaciones y prejuicios-.
Rosie en la jungla ha sido el libro ganador de la cuarta convocatoria de los Puchi Awards, el premio que organizan desde hace cuatro años La Casa Encendida y la editorial Fulgencio Pimentel. A la dificultad a la que me refería antes no es tanto a la exploración que hace Cowdry de los límites morales, de la convenciones sociales y culturales, sino al hecho de que, por primera vez, se enfrenta a una historia extensa, de casi 140 páginas, en las que nos narra las peripecias en una selva tropical de una adolescente traficante de drogas, de su perrito y de una braga más terrorífica que Robert De Niro en El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991). Aunque Carlos Pardo en la faja del libro afirma que Cowdry ha venido para revolucionar los tebeos, cargar al joven autor con semejante responsabilidad impide valorar este trabajo en su justa medida. Cowdry no ha venido a revolucionar el mundo de los tebeos; es una carga que no quiere, ni pide.
El autor inglés recuerda con su estilo estéticas manga como el kawaii (estética de lo mono), el romakome (la comedia romántica) y el ecchi (erótico, lascivo). El británico es hijo del humor afilado, hiriente e incómodo de su tierra. Probablemente creció mamando las hirientes pullas de Ricky Gervais en Extras y The Office, algo que queda patente en el video Nathan Cowdry’s journey to the top.
La principal pega que se le puede poner a este Rosie en la jungla es que es un trabajo que se desinfla conforme uno avanza en la lectura. Ese lastre, sin embargo, otros lectores, entre los que me incluyo, pueden no percibirlo y quedarse con la plasticidad y la narrativa elegante de Cowdry. Rosie en la jungla es una sucesión de situaciones mejor o peor hilvanadas, y un primer tanteo con el formato de novela gráfica de un autor al que aún se le intuye un camino hasta llegar a la madurez. Para algunos será un encanto y para otros un enfermo consumado.
Por último, debo confesar que a Cowdry lo emparento, en cierta manera, con el autor holandés Michiel Budel, creador de un universo naïf de púberes descarriadas que recuerdan mucho al universo núbil y marginal que dibujaba Henry Darger. ¿Puede que Cowdry llegue a acumular una obra tan monumental como la de Darger? ¿Puede que sea un admirador de la historia de las Vivian Girls, ese universo poblado por infantes vejados, masacrados y lascivos? Las jóvenes desinhibidas de los cómics de Budel y Cowdry puede que no tengan el punto oscuro de las criaturas del artista de Chicago, pero viven en un día a día imprevisible y sexual, que contrasta con el estilo de dibujo con el que son representadas.