“¿A las nueve en La Plata?”
La invitación está hecha, la fecha fijada. Esta noche, Norman cenará con Brunilda. Sus compañeros de teatro quedan boquiabiertos: una cita con Brunilda es un hecho excepcional. En esta representación donde todos tienen una tarea muy concreta, un encuentro en pareja es como un sorbo de vida. Pero muy pronto surge un obstáculo importante: para llegar a La Plata hay que salir por la puerta situada en el otro extremo del escenario, ¡aquella donde el telón no ha bajado desde hace días! El acto final todavía queda lejos, por culpa de un mal dramaturgo.
Este es el interesante punto de partida para una obra que supone la puesta de largo de Genís Rigol (Barcelona, 1982). La chispa inicial del cómic —como explica el autor en los agradecimientos finales del libro— fue un sueño, en el verano de 2019. No es extraño, por tanto, que la trama de Brunilda en La Plata tenga todos los elementos de un sueño: el recuerdo difuso que te queda justo al despertar, las incongruencias inexplicables pero dotadas de una lógica interna que, a pesar de todo, parece funcionar. El resultado es tan sorprendente como extraordinario, en todos los sentidos del término.
Encerrado en su despacho, el dramaturgo —a quien ya habíamos conocido en la tercera entrega de Forn de Calç— se halla en un callejón sin salida. Obsesionado con la idea de escribir una obra maestra, el hombre se ve atrapado en un conflicto interno, avivado por su propia conciencia. Se autosabotea y se desprecia; y, sin darse cuenta, tiraniza a la compañía, que se esfuerza por complacerlo mientras espera, desesperadamente, a que escriba el final de la función. Atrapado por los recuerdos —memorables las escenas en blanco y negro que dibuja Rigol, cercanas a las mejores planchas de un maestro como Sammy Harkham— y por sus demonios, el autor se pierde en la búsqueda de la perfección. Reflexiones con las que muchos autores de cómic podrán identificarse.
Pero Brunilda en La Plata es mucho más que un ejercicio sobre el proceso creativo. Es un libro lleno de lecturas, hallazgos e interpretaciones posibles, un laberinto que invita al lector a perderse en él con placer. ¿Quién es, realmente, Brunilda? ¿Qué representa esa figura esquiva que parece moverse entre realidad y ficción? ¿Quién es el dramaturgo, en última instancia? ¿Y dónde queda Genís, como autor, dentro de este juego de espejos? Todas estas preguntas atraviesan la lectura y la enriquecen, haciendo de cada relectura una experiencia nueva.
Brunilda en La Plata destaca también por la calidad de su puesta en escena y por el dinamismo de sus páginas. El estilo puede parecer clásico, pero los escenarios son ricos y están meticulosamente elaborados, con una precisión geométrica constante. Es un homenaje a los pioneros de la historieta, aquellos grandes nombres que ilustraban los dominicales de la prensa de finales del siglo XIX y principios del XX. A la vez, sin embargo, sus geometrías, ritmos y cambios de estilo remiten a lenguajes más vanguardistas. Esta combinación de raíz y experimentación, de memoria y riesgo, es una de las grandes virtudes del libro.
Cuidada e impecable, fruto de un trabajo largo y paciente, Brunilda en La Plata es un cómic de una elegancia extraordinaria, abierto y sugerente, que debe descubrirse sin demora. Genís entra en escena por la puerta grande y sale de ella con una ovación entusiasta. ¡Bra-vo!
