En la segunda entrega de Lo que más me gustan son los monstruos, junto a Emil Ferris (Chicago, Estados Unidos, 1962) y su alter-ego ficticio Karen Reyes, atravesamos hacia el otro lado del espejo, quizás en busca del conejo mascota de su madre recién fallecida, tras el encuentro de los gemelos Tweedledum y Tweedledee (figura 1). Si bien la figura materna – como ya tuvimos ocasión de explicar – vertebraba el primero de sus volúmenes, para este segundo tomo, el padre será su elemento medular.

Fig 1- John Tenniel – Tweedledum y Tweedledee (1871)

En su conocida fábula sobre el padre primordial – desarrollada fundamentalmente en Tótem y Tabú (1913) y Moisés y la religión monoteísta (1939) – Sigmund Freud propone que la ley civil surgiría de la conjura fraternal contra la figura paterna que, hasta entonces, se había reservado el disfrute de todas las mujeres. Tras matarlo, desmembrarlo y devorarlo, la primitiva sociedad de los hermanos incorporaría su persona como un código de censura tanto del asesinato como del canibalismo y el incesto. En su El contrato sexual (1988), la feminista británica Carole Pateman criticaría esta mitogénesis freudiana – diáfana e incisivamente – a partir de otro psicoanalista, Gregory Zilboorg, cuya obra fue escrita en “la Segunda Guerra Mundial bajo el ímpetu de la esclavitud sexual de las mujeres durante el régimen nazi y en plena crisis del pensamiento psicoanalítico”. Sobre el célebre caso clínico del hombre de los lobos, Pateman vincula este crimen a otro motivo freudiano: la “escena primitiva” de la copulación entre ambos progenitores, apuntando a la violación sexual como acto previo y necesario al eventual asesinato del padre.

Zilboorg especula que el hecho primordial no tiene relación con la paternidad, “el acto no surgía del amor o de la anticipación de la paternidad, tampoco de la tierna solicitud… era un asalto… un acto fálico y sadista”. Zilboorg sostiene que el hecho original se basa puramente en la “necesidad de poseer y dominar”. El sometimiento de la mujer proporciona el ejemplo que permite al hombre extender su posesión y dominio más allá de sus necesidades inmediatas. El dominio económico sigue rápidamente al dominio sexual. Zilboorg afirma que “la idea de la familia no nació originalmente de la fuerza del amor sino de la fuerza de la explotación económica”.[1]

 En el mismo sentido, la Karen detective y la Anka prostituta apuntan directamente a la reelaboración crítica de este mito del contrato social, sexual, narrativo y gráfico, vinculado al delito. Debemos insistir – aunque a lo largo de este segundo volumen se desvanezca relativamente – en los actores de este último pacto gráfico y narrativo: Karen Reyes, su niña protagonista, es la narradora y, al mismo tiempo, la grafiadora de esta historieta, es decir: los dibujos que se nos presentan en un cuaderno pautado provienen, supuestamente, de su propia mano.

Por supuesto, en este nuevo libro, Ferris también nos vuelve a deleitar con su erudición artística sobre numerosas pinturas de interés: un ciclo de cuadros homoeróticos de Tolousse Lautrec, cuyo físico se propone como ejemplo del freak; el Retrato de Dorian Gray de Ivan Albright; el memorable Nighthawks de Edward Hopper analizado perspicazmente por Diego Reyes y, sobre todo, numerosos óleos sobre Judith y Holofernes, entre los que destaca uno de Artemisia Gentileschi (figura 2).

FIg 2- Artemisia Gentileschi - Judit decapitando a Holofernes (1612-1613)
FIg 2- Artemisia Gentileschi – Judit decapitando a Holofernes (1612-1613)

Al comienzo de su Psychanalyse et bande dessinée, Serge Tisseron afirma:

En el momento en que me impliqué en la escritura del presente libro, me sorprendió de hecho la importancia de las metamorfosis corporales y psíquicas escenificadas en las historietas más leídas por los adolescentes. Por lo tanto, formulé la hipótesis de que, a través de su lectura, los jóvenes intentan darse representaciones figuradas de las sensaciones, emociones y ansiedades que experimentan frente a las transformaciones físicas que sufren sus cuerpos y las mutaciones sociales en las que están a punto de comprometerse. Además. Con toda seguridad, estos cómics permiten a estos adolescentes socializar sus experiencias.[2]

En consecuencia, esta novela de aprendizaje sigue ahora la maduración adolescente de Karen, su primer amor lésbico que – antes de recaudar una deuda contractual – la traiciona robando las monedas en una máquina que cobra por el acceso a los lavabos, espacio íntimo por excelencia y desafío a la propiedad donde los haya. Esta novia no se llama de cualquier manera sino Shelley, es decir, comparte nombre con la autora de Frankenstein, quien se había obsesionado con la muerte de su madre – Mary Wollstonecraft – y redimiría su orfandad a través del matrimonio con quien le iba a prestar su apellido: el poeta Percy Shelley. ¿Qué significado puede tener, entonces, la “maternidad” vicaria de Karen y Shelley sobre su amigo transexual Frank(enstein)/ “Françoise”? (figura 3).

Fig 3- Emil Ferris - Lo que más me gustan son los monstruos 2 (2024)
Fig 3- Emil Ferris – Lo que más me gustan son los monstruos 2 (2024)

Como bien expresa el proverbio inglés: “it takes a whole village to raise a child” (hace falta todo un pueblo para criar a un/a niño/a”) … Y esta comunidad – antes que un lugar geográfico como la ciudad de Chicago – es la amistad de los freaks, la alianza entre diferentes no necesariamente ligada a la filiación sanguínea sino, más bien, a la pasión cuasi patológica del fandom, es decir: una fraternidad Frankenstein para el actual tiempo de los monstruos que encarna, a la perfección, el movimiento por la autodeterminación LGTBI+ contra el slogan TERF sobre el supuesto “borrado de las mujeres”

Yo, cuerpo marcado por el discurso médico y legal como “transexual”, caracterizado en la mayoría de sus diagnósticos psicoanalíticos como un enfermo mental en mayor o menor grado, como un disfórico de género, o estando, según sus sofisticadas y dañinas teorías, más allá de la neurosis, al borde o incluso dentro de la psicosis, habiendo sido incapaz, según ustedes, de resolver correctamente un complejo de Edipo o una envidia del pene. Pues bien, es desde esa posición de enfermo mental en la que ustedes me colocan desde donde me dirijo a ustedes, señores académicos, permítanme que les tutee por un segundo, como un simio humano de una nueva era. Yo soy el monstruo que os habla. El monstruo que vosotros mismos habéis construido con vuestro discurso y vuestras prácticas clínicas. Yo soy el monstruo que se levanta del diván y toma la palabra, no como paciente, sino como ciudadano y como vuestro semejante monstruoso.[3]

Ciertamente, esta historieta fracasa – en parte, de manera voluntaria y confesa – al intentar resolver el misterio del asesinato de Anka Silverberg, que se demuestra como un simple macguffin. Quizás esto tenga algo que ver con el conflicto judicial entre la propia Emil Ferris y su editorial Fantagraphics, quizás también con la difícil clausura del duelo materno por parte de su autora, aquí representada por el psicopompo que conduce el alma de los difuntos hacia la ultratumba. En cualquier caso, esperamos ya con impaciencia la anunciada próxima precuela de este magistral Lo que más me gusta son los monstruos: sin duda, uno de los mejores cómics del siglo XXI.

 

Fig 4- Emil Ferris – Lo que más me gustan son los monstruos 2 (2024)
Fig 4- Emil Ferris – Lo que más me gustan son los monstruos 2 (2024)

[1] PATEMAN, Carole (1995) El contrato sexual Barcelona: Anthropos, p. 151-152.

[2] TISSERON, Serge (2000) Psychanalyse et bande dessinée París: Flammarion, p. 1.

[3] PRECIADO, Paul B. (2020) Yo soy el monstruo que os habla Barcelona: Anagrama, pp. 18-19.