Con Tom Gauld (1976, Aberdeenshire, Reino Unido) los tópicos y las verdades universales funcionan. No porque sea un autor tópico y típico sino más bien porque hace buenas frases tan manidas como “lo bueno si breve..”, “menos es más ” y todo el catálogo de elogios posibles para un autor que demuestra con cada entrega su dominio total del lenguaje del cómic.
Lo que explica y cómo lo explica devuelven al lector la efervescencia y la excitación de las primeras lecturas. Cada viñeta es un artilugio perfectamente diseñado, estudiado. Un conciso ejercicio donde dibujo, movimiento y narración conviven en perfecta harmonía. Nada sobra ni nada se echa a faltar. Gauld es de esos pocos autores que marcan por completo un ritmo en la lectura. Algo que sólo comparten los más geniales narradores, ya sea en el cine (pienso en la cadencia de Aki Kaurismäki) o en la literatura (Raymond Carver pasado por el filtro de Gordon Lish). De hecho tampoco es una casualidad que todos ellos se caractericen por un trasfondo común en sus obras: el tedio.
Gauld es un excelente narrador de la tediosa existencia humana algo patente en todos sus anteriores trabajos (hasta el bíblico Goliath acusó el tedio), algo que en el contexto donde transcurre su último cómic se hace aún más evidente: La Luna se ha convertido en un lugar aburrido tras ser colonizada. La que fuera quimera del siglo pasado y alegoría perfecta de las aspiraciones ultra-terrenales humanas es un sitio donde no ocurre nada. Los pocos colonos que quedan están preparando su regreso y el único policía del lugar (con una tasa de resolución de casos del 100%), protagonista de esta historia, sigue con su acometido original de mantener el orden, perfectamente consciente de la absurdidad que eso supone.
Un nuevo logro tanto argumental como formal de Tom Gauld. Sublime.