Ruido es una absoluta delicia a nivel gráfico. Pocas primeras obras podemos encontrar con un estilo tan perfecto como Inercia, la primera obra de Hitos. De hecho, podría haberse quedado ahí, ofreciendo cada par de años una obra con ese mismo estilo y estaríamos todos contentísimos, disfrutando de su arte de líneas perfectas. En Materia ya dio avisos de que eso no iba a pasar, evolucionando su estilo y sus diseños, y aquí vuelve a dar un paso más, tal vez el más radical entre sus tres obras largas. Como un Antonio Hitos 3.0. El estilo inconfundible de línea limpia sigue ahí, pero más desnudo, liberándose de todo lo que sobra para ofrecer algunas páginas en las que falta casi todo, pero todo se ve. En Ruido Hitos dibuja el vacío, aprovechando cada línea para mostrar lo que en realidad no se ve. Un trabajo de auténtico maestro de la narración en el que nada sobra y nada falta.
La obra de Brocal se inscribe así en esta rica tradición del Cómic – desde Krazy Kat a Maus – cuya tendencia mayoritaria – piénsese también en el francés Calvo o en Walt Kelly – se inclina hacia la profusión textual, aspecto que distingue para bien esta adaptación literaria, visualmente muy equilibrada. El dibujo de Brocal prima la legibilidad, tal y como proviene en su caso, de la escuela europea de la línea clara, aunque con una creciente gracia y libertad expresiva del trazo (fig. 3). Nos encontramos ante un gran autor que, pensamos, no ha recibido todavía el justo reconocimiento internacional que merece y sí han obtenido otros dibujantes autóctonos como Daniel Torres o Max. Lo único que lamentamos en este último trabajo suyo es – de entre las tres ediciones disponibles: catalana, castellana y francesa – no haberlo adquirido en la lengua materna de Brocal y Ramon Llull.
Sin duda, nos encontramos – retórica y literalmente – ante una “intriga de predestinación” cuyo conflicto con el “libre albedrío” ofrece una alegoría del Noveno Arte, donde todo está ya ahí entre sus páginas y, al mismo tiempo, necesita que el lector despliegue sus acontecimientos, dándoles vida. Esta dinámica narrativa es perfectamente controlada por Oncina en su historieta, hasta el punto de hacerla por completo absorbente de buen principio: he aquí un tebeo que una vez agarrado no se suelta hasta su viñeta final. Y así – sin spoiler – el libro se cierra con una escena recurrente (fig. 4) desde la misma portada: Cucú ¿quién es? Abre los ojos. En suma, con este Planeta, Ana Oncina entrega su mejor obra hasta la fecha y uno de los mejores cómics españoles de los últimos años: atrápenlo ahora, no se despisten.
Visualmente, El cielo en la cabeza es también todo un viaje. Lola Moral refuerza la estructura capitular con sutiles variaciones en la paleta que le da a cada episodio su propio ambiente. En cuanto al dibujo y la narrativa, García despliega todos sus recursos de entre los cuales me llama mucho la atención sus complejas y atrevidas composiciones en las que los términos “viñeta” y “página” se confunden siempre en busca de la perspectiva holística.
Se mueve así esta obra entre el cómic social que busca mostrar todo lo que hay tras los procesos de inmigración y el libro de aventuras con una gráfica que despierta la curiosidad en el ojo del lector.
Diría que la presente es la obra de González que guarda más fuerza emocional, más tensión. Todo lo dibujado dirige hacia allí. Más allá de los personajes, que pueden resultar engañosos con sus diálogos, los parajes hablan de las energías de fondo. La rectitud de la mansión, lo retorcido de los bosques. Algo que creo que se acentúa acertadamente con la parca paleta de colores que alternan lo crepuscular y lo nocturno.
Finalmente, diría que como parte de un conjunto, El pájaro y la serpiente tiene regusto de resolución. De conclusión, quien sabe…
Lorenzo Montatore (Madrid, 1983) vuelca su experiencia y opinión sobre el mundo de las drogas en Aquí hay avería, y lo hace culminando el estilo y los temas que ha ido ensayando en los últimos años. Los experimentos que se pueden ver recopilados en sus Obras Incompletas (2015-2022) (ECC, 2022) quedan destilados aquí, donde la opinión sobre la adicción no es ni amable ni indulgente, una visión cruda de como las drogas acaban por desdibujarte, como son otra fuente de mal capitalista, que mientras produzcan beneficios no importarán sus efectos sobre la gente. Las fiestas locas, el descontrol social, las noches insomnes, los periodos de desintoxicación o los ingresos por sobredosis, todo va siendo relatado con el estilo que Montatore ha desarrollado, con pocas palabras. Con esa síntesis de dibujo caricaturesco destilado a lo mínimo, con esos colores que en esta ocasión tienen degradaciones y sombras, ese fondo urbano que hace reconocible la ciudad y que a la vez la sintetiza como en los tebeos de Bruguera.
Finaliza una de las sagas más importantes del cómic español de los últimos años, y lo hace sin defraudar, dejando una obra que explica muchas cosas que muchas veces se olvidan en el relato oficial, una saga histórica que poco a poco va siendo también conocida en otros idiomas y que desde la ficción de sus protagonistas recupera memoria histórica y nos recuerda que a veces las revoluciones son necesarias aunque estén destinadas a fracasar.
El estilo de Bea Lema (A Coruña, 1985) combina páginas bordadas que cuentan la historia de Adela y las partes más oníricas, con otras partes dibujadas con rotulador y tinta. Usa formas simples y geométricas y colores saturados y planos. Es bastante remarcable la forma en la que representa ideas complejas de un modo formalmente muy depurado.
Es muy estimulante la mezcla de dos y tres dimensiones que se da en el arte textil, siendo las puntadas como pinceladas pero más intransigentes. Lema añade trozos de tela a las partes bordadas como planos de color, a modo de patchwork. Esto crea una coherencia con su estilo de rotulador pero añadiendo la plasticidad de la textura del tejido.
El Cuerpo de Cristo es un cómic sobresaliente en todo, desde su original estilo artístico hasta la forma en la que se va desarrollando la historia, sin ser condescendiente con el lector. Gustará a quienes disfrutaron de obras como Naftalina de Sole Otero o Carcoma de Layla Martínez.
En Contrition, hay algo de descenso a lo más oscuro del ser humano, el retrato de un depredador sexual, pero no se dedica a profundizar en ello, quizá porque tampoco lo necesita. Su objetivo es más dar con un retrato mosaico de las diversas personas que orbitan alrededor del depredador, ad del depredador en sí mismo. Sus víctimas, los familiares de sus víctimas, los que tratan de redimirlo, los que quieren entenderlo, los que lo matarían o los que simplemente tienen curiosidad por su historia. Portela y Keko despliegan la historia con unos personajes que precisamente pueden sorprender respecto a las intenciones esperadas.
Portela, como en La cuenta atrás, juega con el desordenamiento cronológico del relato, yendo atrás y adelante y alternando el foco protagonistaen cada capítulo.. consigue así tanto acentuar la intriga como enriquecer el mosaico, la foto de grupo
Pero sobre todo, y los señalo como su mayor logro, Por culpa de una flor es un trabajo sensorial, una obra en la que los sentidos, como el gusto, el olfato y el oído cobran protagonismo. Olemos la flor. Escuchamos la campana que la protagonista hace tañer y sentimos las fragancias del crepúsculo en la naturaleza, del rocío de la mañana. Dicho en plata, con este logro sensual Medem ha realizado uno de los cómics de 2023.
Lo hace además con un dominio fabuloso de los recursos del cómic. Su dibujo intersecciona ilustración oriental y el último Moebius; su empleo del color es uno de los más impactantes que conozco (a nivel mundial); us páginas cincelan el ritmo de lectura, alternando escenas a gran viñeta-página con otras plagadas de viñetas detalle. Y así entre lo infinito y lo mínimo discurren la lectura de por culpa de una flor. Pura historieta jonda.
De entre los muchos aspectos destacables del cómic me gustaría subrayar el color, que juega a favor de lo expuesto. Es injusto hablar aquí simplemente de un bitono dorado en tanto se ejerce con lucidez un uso del blanco y el negro con complementariedad, aumentando el alcance del espectro de su paleta para representar atmósferas muy variadas y construir eficientemente ese mundo de la memoria.
Seth, Paco Roca, o Emanuel Guibert son tres autores que podríamos referenciar para dar más señas de por dónde va esta obra. Sin embargo, Ronson se resiste a las comparaciones como una obra de début larga, única en su recorrido. Me quedo con esa doble lectura que deja en su conclusión, una forma prosaica de hablar del recuerdo que deja poso y que hará que recordemos este cómic durante mucho mucho tiempo.
En El abismo del olvido se palpa que ambos autores se han entendido perfectamente en lo que se tenía que contar y en el cómo. Aquí confluyen todos los comics de Roca que buscaban hacer aflorar las interioridades de los sucesos del pasado tanto los históricos como los biográficos. Está su didáctica diagramática, su preclaridad para las metáforas visuales, sus conexiones simbólicas entre pasado y presente. Y, muy especialmente, su morosidad en la exposición de los procesos en las acciones, ocupen las páginas que ocupen, por los valiosos significados que entrañan.
Todas esas habilidades narrativas se presentan aquí con ideal coherencia al servicio de una historia que permite hundirse en el corazón de los sucesos para así ofrecer una reparación necesaria.
Porque, pese a sus juegos de formales, el cómic mantiene perfectamente la continuidad de su trama de fondo, un thriller psicológico que se acomoda en todo el recorrido y que absorbe al lector. Lo consigue, en parte por la mala leche que se gasta Torices con su obra. A ratos me ha recordado aquel Funny Games de Michael Haneke, película hecha para torturar hasta el extremo a sus personajes y por extensión jugar con el espectador y sus expectativas. Algo de eso vemos aquí con ese ensañamiento en el patetismo de su protagonista infringido interna o externamente que se desenvuelve en cualquier forma particularmente perverso por aquellos episodios que emplean un punchline humoristico como cierre y que Torices vira sin despeinarse hacia el humor negro, casi terror.
Impecable en todos sus aspectos, asombroso en su gusto por el detalle de recreación del objeto (manchas, tipo de impresión, color, efectos de envejecido) con una edición soberbia a un precio más económico de lo que parece.