La esencia del carnaval son las vacaciones de verano. Es entonces cuando más se exalta el mundo al revés, y las mujeres van con las tetas al aire, y toda la gente hace cosas raras como no trabajar o visitar museos. También en verano los tebeos raros parecen normales, y uno quisiera que siempre fuesen todos los tebeos así. Por ejemplo, como este viejo cómic de Guido Buzzelli, titulado “Los laberintos”, que apareció en España, igual que se aparecen los fantasmas, en el victorioso año de 1977 (Yes Sir, I Can Boogie), de mano de la editorial Tres Catorce Diecisiete.
Guido Buzzelli (1927-1992) fue un gran dibujante nacido y muerto en Roma, al que han llamado el Goya italiano, el Miguel Ángel de los monstruos y el Fellini del papel. Los tres epítetos son acertados. Con Buzelli la monstruosidad es una forma de realismo. Fue hijo de pintor y hermano de dibujante de tebeos (el autor de Paco Pito). En Italia colaboró en Linus, dibujó algún Tex, trabajó para el periódico comunista L’Unità (partido al que se sentía próximo), y obtuvo un premio Yellow Kid. El dibujante argentino José Muñoz (el de Muñoz y Sampayo) le encontró un gran parecido físico con Haile Selassie, el último emperador de Etiopía, el Mesías negro al que adoran los rastafaris. Guido Buzzelli vivió y dibujó también en España y Reino Unido. Pero donde más éxito obtuvo fue entre la contracultura francesa. Le publicaban en L’Écho des Savanes, Pilote, Vailant, Fluïde Glacial, À Suivre, Métal Hurlant, y sobre todo en el equivalente de Linus, Charlie, en cuyas páginas aparecieron estos laberintos durante 1969 y 1970.
Los laberintos es una historia postapocalíptica protagonizada por un Gulliver que ha naufragado en el hundimiento del sesenta y ocho, y que va encontrarse después de una misteriosa catástrofe mundial en un nuevo mundo de morlocks y elois. Es en los morlocks donde más le sale a Guido Buzzelli el Goya que los especialistas le han detectado. En los elois está otro Guido, que es el Guido Crepax de las formas femeninas vistas como una forma de estar en el mundo. Hay asimismo en este relato mucho de isla del doctor Moreau, de seres humanos con cabeza de perro, y de perros a los que han injertado cabezas humanas.
Pero no es dibujando ciencia-ficción cuando más dice Buzzelli sobre sí mismo, sino al representar a la sociedad civil, a las señoronas orondas, a los empleados de banco, a los trajes corbata de modisto milanés, a los fracs con flor en el ojal…, es ahí donde está enterrada la piedra de Rosetta que va a servir para desencriptar todo lo anterior, todos sus cinocéfalos castigados a latigazos, todos sus doctores locos de rostro deforme, todas sus chicas flotantes en el éter de la utopía libertaria. La mostruosità a la que se abisma Guido Buzzelli es una forma de dialéctica que enfrenta ciencia-ficción y realidad de clase. Es puritísimo primeros años setenta. Sus trajes brillantes de tinta son el artículo brillante del intelectual de aquellos tiempos. Y por supuesto, Buzzelli escribe en pesimista. La vida es bella, pero pasa del género humano como de la peste.
Forest, Buzzelli, Druillet, Silo dibujando una puerta en el programa “Du Tac au Tac” de Jean Frapat