‘El invierno del dibujante’ es a priori un tebeo interesante por el momento histórico que relata (la fuga de un grupo de autores de Bruguera para lanzarse a la publicación de su propia revista Tío Vivo) aunque en la práctica chirría por una serie de motivos.
En primer lugar su propia naturaleza le traiciona; se trata de una historia real pero apuesta por conjeturar en algunos momentos claves de la misma. Roca apunta a Manuel Vázquez como el origen del chivatazo que neutralizó las aspiraciones y la posterior fuga del grupúsculo de tránsfugas. En una reciente entrevista salía al paso argumentando que las aspiraciones de esta obra no eran las de un ensayo y que la intención era recrear un momento de la historia del tebeo nacional aportando algunas notas de ficción. Pero de ahí a ‘colgarle’ a Vázquez el sanbenito de chivato por su manera de ser o de convertir a Ibañez en un autor sumiso va un trecho largo. La coartada de Roca (“interpreto, recreo y convierto a las personas en personaje”) le exime del rigor histórico pero al mismo tiempo lastra el resultado final sobremanera.
Otros de los aspectos chirriantes tiene que ver con la poca veracidad que destilan los diálogos de los personajes. El intento de aportar cierto costumbrismo a la obra a base de recrear el lenguaje de aquellos años resulta forzado y poco creíble. Me refiero sobretodo a cuando Roca evoca las reuniones ‘clandestinas’ de los autores díscolos. Planea en todo momento un ambiente muy en la línea de la serie televisiva.
Lo que podría haber sido una excelente recreación (la ejecución gráfica, el recurso del color como elemento narrativo y el epílogo de Antoni Guiral merecen ser elogiados) de un punto de inflexión dentro del seno de lo que fue la generación de autores más importantes de la historia del cómic español queda en una media tinta con regustillo amargo justamente por no establecerse un línea clara de dónde termina la realidad y donde empieza la ficción.