Cuando la editorial francesa L’Association publicó el primer tomo de La guerra de Alan en el año 2000 coincidió en el tiempo con la excelente miniserie bélica de la HBO Band of Brothers (2001), creada por Steven Spielberg y Tom Hanks. Esta serie seguía los pasos de una de las mejores películas de guerra de todos los tiempos, la impresionante Salvad al Soldado Ryan, dirigida por el propio Spielberg e interpretada por Hanks en 1998. Los dos productos audiovisuales, película y serie, seguían al ejercito norteamericano en dos puntos claves del famoso Día D de 6 de junio de 1944: el desembarco de Normandía desde el punto de vista de las fuerzas terrestres que atacaron por mar (Salvad al Soldado Ryan) y el gran despliegue de paracaidistas que lanzaron sobre las líneas enemigas esa madrugada al amparo de la noche (Band of Brothers). Película y serie seguirían a sus protagonistas durante la recuperación de Francia, Bélgica y Alemania por los aliados.
La visión de la guerra de Hanks y Spielberg es complementaria con la de Emmanuel Guibert (París, 1964). Si los primeros apelan a cierto heroísmo emocional y cinematográfico en la lucha contra la tiranía del Tercer Reich, el dibujante parisino prefiere centrarse en la humanidad de una vida en concreto, en una persona que luchó en la Segunda Guerra Mundial, el soldado de primera Alan Ingram Cope. Ninguna visión es mejor que la otra, son complementarias y se apoyan una a la otra como un gran fresco de la guerra más mortífera de la historia de la humanidad. Añadiría, eso sí, otras dos grandes películas sobre el tema, la visión cínica y crítica del gran Samuel Fuller en Uno Rojo, división de choque (1980), desde el punto de vista norteamericano, y la agridulce La cruz de hierro (1977) de Sam Peckinpah, desde el punto de visa del ejercito alemán en el frente ruso.Emmanuel Guibert conoció al sexagenario norteamericano Alan Cope en la Isla de Ré a mediados de los noventa. Este ex soldado de la 2ª Guerra Mundial había emigrado a Europa en la década de los cincuenta y había vivido en Francia y Alemania. Fue movilizado en 1943 cuando cumplió los dieciocho años y tras 18 meses de entrenamiento como conductor de tanques, teleoperador y en el equipo de carros motorizados acabaría en Francia en febrero de 1945, cuando la guerra encaraba su recta final en Europa. Guibert lo conoció por casualidad, preguntando una dirección estando de vacaciones. Guibert tenía treinta años y Cope había cumplido 69. El viejo soldado americano era un hombre ilustrado, amante de la literatura y la música clásica, que había abandonado sus estudios de pastor metodista tras la guerra y se había dedicado a muchos oficios diversos en Europa. Pero Guibert quedó enamorado por su forma de narrar. Porque La guerra de Alan es un cómic sí, pero también es una narración a viva voz, que vive como historia personal en los dibujos de Guibert.
La guerra de Alan es un cómic sí, pero también es una narración a viva voz, que vive como historia personal en los dibujos de Guibert
Tras muchas entrevistas grabadas con su amigo -Cope murió en 1999 mientras trabajaba Guibert en el cómic-, se publicó el primer tomo en al año 2000 (entrenamiento y viaje a Francia) y el segundo en 2002 (sus misiones entre febrero y mayo de 1945, el final de la guerra). Pero tuvo que parar esta historia porque en su vida se cruzó otro narrador nato, el fotoperiodista Didier Lefèvre, quien había estado en 1986 en la Guerra Ruso-Afgana (1978-1989) como reportero gráfico infiltrado entre los guerrilleros afganos islámicos muyahidines. Esa obra sería El fotógrafo, dividida en tres tomos publicados 2003, 2004 y 2006 que ganó varios premios en Francia y Estados Unidos como el Globo de Cristal, el Essentials de Angoulême o el Premio Eisner a la mejor edición americana de una obra internacional.
Guibert volvería a Cope y su guerra en 2008 con el último tomo, el más extraño, pues recoge el año que el soldado permaneció en Europa, en Alemania, como asistente de un pastor y como trabajador civil del ejército. En su día, los tres tomos fueron publicados por Ponent Mon imitando el clásico papel amarillento de las ediciones de L’Association. Muchos detalles de algunas de las fotografías reales que Guibert copiaba se perdían con un trazo más cercano a diversas tonalidades de marrón que al negro y los grises de las páginas originales del autor parisino. En 2010 se publicó en Francia la edición recopilatoria que añadía algunas fotos personales de Cope, edición que Salamandra Graphic recupera en 2019, donde ya podemos apreciar con toda claridad todo el arte pictórico de Guibert, quien realizó un trabajo exhaustivo y metódico de documentación que luego le iría muy bien para enfrentarse y ordenar las más de quince mil fotografías de Lefèvre para El fotógrafo.
Como ya hemos apuntado antes, Cope era un narrador nato, una persona culta que sabe muy bien su historia. Pero no se trata de una habilidad nata. Mientras trabajaba como chófer en Alemania, estuvo mucho tiempo solo circulando por todo el país a la edad de cincuenta años y llegó a la conclusión que su vida no había sido la mejor posible. Así que se dedicó a estudiar todos sus recuerdos para saber dónde y cuándo se había equivocado o cuándo había obrado bien. Su memoria era prodigiosa, pues tuvo tiempo para poder estudiar su propia vida. Dotado de una humanidad increíble, puede que la estancia en servicio del soldado Cope no fuera la más emocionante del mundo (spoiler: no lo es), pero le sirvió para descubrir Europa y acercarse a sus habitantes, entablar amistad con personas muy interesantes como el pianista, compositor y filósofo alemán Gerhart Muench, amigo y coetáneo de Ezra Pound, Paul Klee, Jean Cocteau, Octavio Paz y Henry Miller.
Guibert comenzó esta obra en el año 1998 y la acabó diez años después. Aunque exista un salto de seis años entre el segundo y el tercer tomo, Guibert siguió un trabajo similar con El fotógrafo, mezclando dibujos realizados sobre fotos con ilustraciones propias. A diferencia de su obra con Lefèvre, existen muy pocos diálogos en toda La guerra de Alan y predominan las explicaciones de Cope en perfecta simbiosis narrativa con el arte de Guibert, quien viajó a muchos de los sitios que Cope habla en esta obra para tomar fotografías de ellos. El prehistórico arte oral de la narración, del cuentacuentos tradicional, encuentra en el arte de Guibert un vehículo gráfico pausado y hermoso, dividiendo la acción en una cuadrilla básica de seis viñetas de tres por dos que luego manipula a su antojo, sobre todo en el último tomo, en el que incorpora páginas con cartas y escritos originales, invitando al lector a ser aún más partícipe de la vida personal de Alan, e intentando recuperar de manera fidedigna los instantes de una vida que vivió uno de los momentos más impactantes de la historia mundial.
El arte oral del cuentacuentos tradicional encuentra en el arte de Guibert un vehículo gráfico pausado y hermoso
Gracias a Salamandra Graphic volvemos a tener una obra esencial de la bande dessinée franco-belga del último siglo. Una obra que hemos podido ver crecer también con los recuerdos más primerizos de Alan Cope en La infancia de Alan (L’Association 2012 / Sins Entido 2013) y el último e imprescindible Martha y Alan (L’Association 2016 / Salamandra Graphic, 2018), dos obras que cierran la trilogía de Según los recuerdos de Alan Ingram Cope. Pero Guibert no quiere parar y admite tener mucho más material narrativo de su querido amigo americano. Seguramente veremos La juventud de Alan en un futuro no muy lejano. Eso espero.