Es difícil encontrar un obra basada en el imaginario del blues, que no repita clichés y estereotipos.
Por suerte el cómic que nos ocupa elude (aunque no del todo) los lugares comunes que tanto gustan a los fans de los ‘Hard Rock’ cafés, a los devotos del virtuosismo de los ‘guitar-heroes’ y demás para poner el acento en la vertiente folclórica del género.
Frantz Duchazeau ha sabido recrear el contexto social que encumbró a la hornada de músicos del delta del Misissipi que, trás la veda abierta por Robert Johnson, engrandecieron el género.
Si Homero es el embrión de la literatura y el primer poeta de todos, Robert Johson es el trobador maldito que lleva el blues al territorio de la música moderna. El origen de la música popular tal y como hoy la concebimos bebe todavía del pacto que selló en su día el señor Johnson con el mismísimo diablo para hacer de la voz y la guitarra uno todopoderoso artilugio atizador de almas.
Duchazeau ha preferido sin embargo hablar de los ‘loosers’ antes que historiar la leyenda ya sabida de los ganadores.
Meteor Slim es un pobre diablo que deja atrás su vida (mujer, hijo y trabajo) para probar suerte como músico. Sus encuentros esporádicos con el mismísimo Robert Johnson -que hace las veces de guía espiritual- sirven para de pasada dar algunas pinceladas de la biografía del famoso bluesman. Aunque el protagonismo recae en la patética historia del propio Slim y su enfermiza ambición por grabar un disco y triunfar en los entarimados escenarios de los tugurios que frecuenta.
El trazo (aparentemente) descuidado pero rico en matices (brutales sus viñetas paisajísticas) da verosimilitud a una historia basada justamente en un personaje nacido de la propia imaginación del autor. Quizás porque su dibujo tiene la misma urgencia y sugiera la misma lírica agridulce que predomina en el blues más primitivo; ese que convierte a su interprete en un pobre desgraciado maltratado por el desdén de una hembra o abandonado a un suerte de mendicidad material y espiritual eterna (en la mayoría de los casos y si nos remitimos al grueso de lo que dicen las letras bluseras, claro).
Este segundo trabajo en solitario de Duchazeau (anteriormente había colaborado en series como ‘Gilgamesh’ junto a Gwen de Bonneval o ‘Igor et les monstres’ guionizada por Pierre Veys y cuyos inicios se remiten a la versión francesa de la revista de Disney ‘Le Journal de Mickey’) a parte de ser un auténtico prodigio visual que apela a varias lecturas y a remirar pausadamente sus viñetas tiene visos de convertirse en una referencia importante en el territorio que une al blues con el cómic, amén claro está de la sacrosanta colección de cromos de ‘bluesmen’ que Robert Crumb, pero eso ya es harina de otro costal.