El gato del rabino estaba harto del loro. Gritaba mucho sin decir nada y le crispaba los nervios, por eso se lo comió. Desde ese día, el gato del rabino empezó a hablar. Así empezó una de las mejores series de los últimos tiempos: con un hecho fantástico y un montón de conversaciones y reflexiones sobre la religión, las relaciones, la vida en mayúsculas y la vida en minúsculas.
Con un trazo nervioso y natural, para nada descuidado, el inagotable (el ritmo de su producción es casi inhumano) Joann Sfar tiene la rara capacidad de explicar y hacerse entender a la vez que nos divierte de mil maneras distintas. Todas en una. Y decir cosas.
Además, Sfar es un tipo la mar de inteligente y siempre va a más. Por eso uno nunca sabe muy bien que esperar de su siguiente obra y siempre acaba sorprendido igualmente, aunque su estilo ya nos sea familiar. Así fue un poco con esta serie. Parecía que después de tres números la fórmula (el gato y su dueño hablando de lo divino y lo humano, viendo y participando en lo que ocurre a su alrededor) estaba a punto de agotarse, cuando nos sorprendió con una historia centrada en un personaje en teoría secundario.
El cuarto volumen, “El paraíso terrenal”, fue un precioso cuento sobre el Malka de los leones, una especie de cuentacuentos que se dedica a ir de pueblo en pueblo con su león explicando fábulas sobre sí mismo, cantando oraciones y también consiguiendo unas monedas haciendo un poco de pantomima con su león.
Sfar aprovecha todo esto para hacer una fábula sobre el amor, la amistad, el sentido del honor, la vejez, el valor del mito y, finalmente, el absurdo de todo integrismo. En cierto modo, esto ya anunciaba lo que sería este quinto volumen de “El gato del rabino”.
Después de la historia del Malka de los leones, con el gato todavía sin voz (perdió el habla en el tercer libro), tocaba un giro. “Jerusalén de África” es quizá la historia más completa de la serie hasta el momento.
En casa del rabino reciben una caja con libros sagrados que iban a ser quemados en Rusia, pero cuando el rabino abre la caja, encuentran en ella a un pintor que ha escapado de Rusia en busca de un casi paraíso judío en Etiopía.
La idea le parece tan descabellada al rabino, que no puede hacer otra cosa que organizar una pequeña expedición en busca de ese extraño paraíso de judíos negros.
Pero como todo el mundo sabe, el viaje siempre es una excusa para buscar, encontrar y acabar explicando. En este caso, la excusa del viaje acaba en una historia perfecta que debería enseñarse en todas las escuelas sobre encontrar el amor en la diferencia, perseguir un sueño y combatir la decepción a base de fantasía y, otra vez, amor. Porque para combatir la intolerancia, más que tolerar, lo que hace falta es comprender y querer al prójimo, y aunque así dicho parece muy hippy y hasta moralista, en manos de Sfar es mucho más divertido, imaginativo, inteligente y hasta erótico.
Además, es el capítulo más largo hasta ahora y contiene momentos memorables como el encuentro con un estupidísimo Tintín, el gato frotándose contra las piernas de una mujer anónima, el tenso y trágico encuentro con un príncipe del desierto árabe o cuando el gato recupera el habla y descubre que a veces es mejor callarse. Muy grande.