Pase el tiempo que pase, nunca va a dejar de ser noticia que vea la luz en nuestro país cualquier trabajo del estadounidense Chris Ware. Por muchas oportunidades que hayamos tenido de descubrirlo antes en inglés o por mucho tiempo que haya pasado desde la publicación original de algunos de sus trabajos más destacables. La publicación de algunos de sus trabajos al castellano siempre proporciona un alegre sacudida. Más aún en el caso de la que nos ocupa puesto que la flamante edición que Mondadori acaba de publicar de Catálogo de Novedades Acme
respeta al cien por cien la edición original: reproduce los colores a la perfección y traduce hasta el más mínimo detalle, permitiendo descubrir aspectos que se nos podrían haber pasado por alto en una primera lectura del original en inglés. Todo ello además con un precio más que razonable si establecemos una relación lógica entre la calidad y la envergadura de la obra
Catálogo de Novedades Acme funciona a la perfección como un resumen del arte, del imaginario y de toda la obra de Ware. De hecho se trata de una recopilación de algunas de sus más notables historietas que Ware lleva publicando desde principios de los 90.
Arte en estado puro, arte en mayúsculas, arte que emociona visual e intelectualmente.
A lo largo de poco más de cien páginas (eso sí de gran formato) Ware pone sobre el tapete los principales rasgos y virtudes de su estilo.
Cada página de Catálogo de Novedades Acme es una auténtica obra maestra. En cada una de ellas descubriremos nuevos motivos para respetarle y continuar admirando su forma nostálgica y a la vez revolucionaria de entender el cómic.
Si McCay o Herriman dieron total libertad a su imaginación al no tener unos referentes anteriores en los que fijarse, Ware acude a ellos para utilizar de forma totalmente libre su influencia y sus hallazgos, apelando al tan denosta tópico del ‘clasico moderno’ que en este caso sin embargo funciona como perfecta síntesis de su estilo.
Podríamos empezar hablando de la forma en la que dispone sus viñetas y en la distancia, siempre buscada, que establece entre las acciones que dibuja y los lectores.
Ware parece evitar marcar un ritmo de lectura claro de sus historietas. Éstas pueden reclamar unos segundos o unos minutos, según nuestra atención y nuestra disposición a entrar al detalle. Lo que normalmente invita a una segunda lectura casi obligatoria; uno siempre tiene la sensación de haberse perdido alguno de los muchísimos detalles que hay cada una de sus viñetas.
Al mismo tiempo Ware es también capaz de imprimir un cierta regla a todos sus trabajos: es imposible leerle en diagonal, no podremos leer bocadillos a toda velocidad (como ocurre en buena parte del cómic indie actual) sino que deberemos prestarle máxima atención a la narración. Al momento en el que se desarrolla la historia e incluso enfrentarnos a elipsis reveladoras en una misma página. La lectura de Ware requiere esfuerzos y recompensa con creces al que acepte las reglas marcada.
No sé si Ware es el último dibujante de cómics renacentista o barroco.
Al igual que los pintores italianos del quattrocento demuestra una gran afición al dibujo con una cierta relación a los patrones matemáticos y científicos. Y también lo digo porque maneja muchos conceptos e ideas que en cierto modo se parecen a los de esos pintores. Coloca al ser humano como punto de partida de todo su planteamiento gráfico y no se está de reflejar incluso sus conexiones con el universo; ahí está esa especie de carta astral o via láctea fosforescente que es una auténtico prodigio.
Explota todas las características del medio (en este caso del cómic) y juega realmente con el sentido establecido de la lectura y con algo aun más complejo: los saltos en el tiempo. Pero ahí es donde Ware pasa de ser un artista renacentista a un artista barroco. Característica que pone de relieve con su personal modo de rizar el rizo del más ínfimo detalle hasta unos limites abrumadores: las florituras gráficas del lomo del libro, la cubierta del volumen, la fajilla a modo de prólogo son sólo unos ejemplos de la auténtica pirotecnia de la que hace gala Ware en este volumen.
Aunque Ware no es solamente un malabarista de la composición sino que además maneja el color y las tipografías con sutileza y con una maestría sorprendente. Pero no nos quedemos exclusivamente en la forma –por muy fantástica y maravillosa que sea-.
De hecho, si algo emociona realmente de las historias de Ware es su entrañable crudeza, la forma en que describe cada uno de los momentos que marcan y lastran la existencia de sus protagonistas.
La tristeza que se apodera de ellos en los instantes de soledad y sobre todo el dolor que se desprende de la relación con otras personas. La complejidad de la interacción entre padres e hijos y las relaciones sociales en suma, son uno de los temas que predomina en las historias de Ware.
Big Tex es despreciado una y otra vez por su progenitor que incluso piensa en matarle, Rusty Brown se plantea si su matrimonio o su paternidad tienen sentido, la hija de Chalky White se muestra incapaz de amar a su padre.
Otra de las directrices básica de las narraciones de Ware son esos desoladores momentos de melancolía que atreviesan a muchos de sus personajes; quizá el exponente más claro sería esa especie superhéroe del inserso que va desnudo y sus agridulces historias que nunca requieren palabras.
En el mundo de Ware no hay buenos y malos, su narrativa no gira entorno a los principios maniqueos que predomina en el cómic clásico (al que parece referirnos su dibujo), no existe el amor o el desamor como absolutos: En su mundo, nadie es totalmente perfecto ni para bien ni para mal. Se trata de un universo donde los excesos morales no existen. Los personajes de Ware son perfectamente defectuosos como lo somos la mayoría de la especie, con nuestros vicios, nuestros complejos, nuestros rencores, nuestras falsedades, nuestras incapacidades o nuestras frustraciones. Lo que sorprende en el caso de Ware es el contexto en el que sitúa a esos personajes.
Un contexto de una perfección gráfica que permite sacar a la palestra justamente todas las imperfecciones morales a las que estamos sometidos por nuestra condición de seres humanos.