Era un 10 de septiembre de 2015, en un viaje a Madrid en AVE, cuando leí por primera vez las desventuras de este Fante Bukowski de Noah Van Sciver. Lo recuerdo como si fuera ayer. La progresión de Van Sciver en el último lustro ha sido fulminante y meteórica. En el año 2015, cuando publicó la primera parte de esta trilogía, que completó en 2018, el de New Jersey también publicó Saint Cole y My Hot Date. Estos tres trabajos fueron nominados al año siguiente a los premios Ignatz y el último le valió el premio en la categoría de mejor historieta. Competía con pesos pesados de la talla de Kim Deitch, Adrian Tomine y Simon Hanselmann.
A base de tesón y constancia, Van Sciver se ha convertido en uno de los autores que mejor retrata la soledad y las vidas de parias, mamarrachos y otros esperpentos, incapaces de tomar las riendas de su destino y abrumados por una hilarante sensación de fatalidad. Siempre desde la sátira más encarnizada y grotesca. Es el caso de este juntaletras, quizás su personaje más emblemático, del que el autor se sirve para despotricar con gracia e inclemencia del mundillo literario y comiquero, en futuras entregas. Las desventuras de este mequetrefe surgen de uno de los cuadernos de dibujo que garabateaba el autor para descansar de la absorbente gestación de su novela gráfica Saint Cole y sus miserias las ha ido publicando regularmente durante años, página a página, en las redes sociales para, posteriormente, compilarlas en tres volúmenes que ha publicado metódicamente Fantagraphics.
Van Sciver encarna en Fante todo aquello que aborrece. Este aspirante a escritor de pseudónimo horroroso es un vago que busca la fama sin dar palo al agua, se refugia en una supuesta vida bohemia y tiene tanto de fanfarrón como de inepto para con la literatura. Ideal para la caricatura, Van Sciver lo humilla impasible página tras página. El estadounidense disfruta metiendo a su creación en situaciones embarazosas y penosas en un crescendo permanente que sazona con citas literarias, que parecen sacadas de cualquier web dedicada al tema. El libro no pasaría de la anécdota si Van Sciver no tuviera la habilidad y la inteligencia de dejar espacio al lector para que haga las conexiones pertinentes, acabe él los gags y tenga la sensación de identificarse con un tipo tan patético. Como mínimo, tener momentos en los que apiadarse de este indigente intelectual, cogerle cariño y concederle cierto carisma.
Un aplauso a Rubén Lardín por la traducción del libro y un tirón de orejas a La Cúpula por no mantener el formato original que imitaba el diseño de las ediciones de bolsillo de la editorial Bantam-Books de los años 40, incluso en el gramaje, tipo de papel y el amarillo de los cortes de las páginas. Era un elemento metalingüístico que enriquecía aún más la lectura y que se pierde con el formato elegido por la editorial barcelonesa. Aún pueden enmendar el error en futuras reediciones y en los otros dos volúmenes dedicados al personaje, que espero que lleguen en un futuro próximo.
El debú de Noah Van Sciver en nuestro país el año pasado con Saint Cole, quedó injustamente relegado a un segundo plano. Esperemos que este Fante Bukowski venga a poner las cosas en su sitio. Sería de justicia.