En octubre de 1935, cuando se cumplía justo un año de su estreno en los periódicos de Estados Unidos, se publicaron las primeras páginas en España de Terry y los piratas, concretamente en el número 34 de la revista Mickey. Bajo el título “Aventuras de un muchacho en China. La reina de los piratas” arrancaba la seriación tomando como punto de partida una tira reciente, aparecida en origen apenas un mes antes. A partir de dicha entrega, y a razón de dos planchas semanales, se fue editando parte de la primera etapa hasta llegar a las puertas de la fusión definitiva entre dailies y sundays. Desde entonces ha habido unas cuantas ediciones en castellano de la obra cumbre de Milton Caniff (Hillsboro, 1907 – Nueva York, 1988) -si bien es cierto que la segunda llegaría medio siglo después-, ya fuera inserida en publicaciones periódicas o en tomos de diferente extensión y formato, sin que ninguna le hiciera justicia. Ni siquiera la de Norma, que solo compilaba las entregas dominicales, ni la de Planeta, que recogía la obra íntegra pero con una pobre calidad de reproducción, podían ser consideradas como definitivas.
Afortunadamente todo llega, y Dolmen, en su labor de rescate de algunos de los grandes clásicos del cómic de prensa norteamericano (Johnny Hazard, Flash Gordon, Príncipe Valiente) se atreve ahora con ella inspirándose en la labor previa del sello IDW. Por fin, una presentación a la altura de las circunstancias, que suscita de inmediato dos deseos que a la postre son el mismo: que encuentre el número de lectores necesario para sobrevivir y que se concluya con éxito la recuperación en esas excelentes condiciones.
Intentar añadir información nueva acerca de Terry y los piratas en una reseña breve como ésta ya no es que sea complicado sino que directamente carece de sentido. Cualquier acercamiento crítico a la misma merece un análisis más profundo, atento y documentado que el que podamos hacer aquí (de hecho, si están interesados en ese tipo de estudios tenemos la fortuna de contar en nuestro país con grandes especialistas en la materia, caso de Francisco Sáez de Adana, Rafa Marín -quien firma precisamente los prólogos de los libros de Dolmen- o el malogrado Javier Coma). La tira, ya lo saben, nació como un cómic de aventuras al estilo de Tim Tyler’s Luck, Jungle Jim o, principalmente, Wash Tubbs, para, a lo largo de su trayectoria -Caniff se despediría el 29 de diciembre de 1946-, ir evolucionando hacia una crónica íntima y poética del desarrollo de la segunda guerra mundial en el Pacífico, complementaria a los testimonios reales de, por ejemplo, Robert Leckie o Eugene Sledge, e igualmente efectiva.
En este volumen inicial es evidente todavía la ingenuidad de los argumentos y el maniqueísmo y caracterización exagerada de algunas situaciones, sin embargo, también logra imprimir un carácter genuino que lo irá alejando con relativa rapidez de aquellos referentes, básicamente por la entidad de los personajes y por la decisión de dotar al relato de una coherencia interna, de una ambiciosa continuidad, evitando que se convirtiera en una simple acumulación de seriales independientes, con su principio y su final. Antes de lo previsto, pues, dejará de ser un tebeo de evasión típico de la Gran Depresión para ir alcanzando una mayor profundidad psicológica y narrativa, sobre todo en el momento que empezó a hacerse eco del conflicto chino-japonés a finales de 1937. Una progresión posible gracias al crecimiento de Caniff como escritor y dibujante, que viñeta a viñeta irá convirtiéndose en uno de esos pocos autores que crearon una gramática propia, que a partir de su trabajo se añadió al diccionario una nueva definición del medio.
Italo Calvino reivindicó hace tiempo la lectura de los clásicos de la literatura introduciendo catorce definiciones de lo que entendía como tal. La mayoría de esas descripciones renunciaban a construirse sobre una base científica para abrazar el campo de las sensaciones y de los gustos, eran argumentos más subjetivos que objetivos. Aun así, entre ellos encontraríamos afirmaciones innegables, como que dentro de esa categoría entrarían las obras a las que se les reconoce su resistencia al paso del tiempo o su ascendiente respecto a creaciones posteriores. Terry y los piratas cumple con creces con esos requisitos. Por derecho propio merece ser considerado todavía como uno de los grandes hitos de la historia de los cómics, repleta de momentos de altísima intensidad dramática (la arenga de Dragon Lady, la agonía de Raven Sherman, la proclama de Flip Corkin o la despedida de Jane Allen) y paradigma de una manera de hacer historietas que marcó gran parte de la segunda mitad del siglo XX. Felicitémonos, pues, porque nos hallamos ante la mejor oportunidad de redescubrirlo.